​El punto que tenemos que tener presente es que la providencia de Dios subyace debajo del mundo ordenado que conocemos.

Es posible que no haya ningún tema sobre la doctrina cristiana de Dios que suponga tanto conflicto como la concepción del mundo sobre la providencia y la doctrina de la providencia de Dios. La providencia significa que Dios no ha abandonado al mundo que creó, sino que obra dentro de la creación administrando todas las cosas «de acuerdo al inmutable consejo de su propia voluntad» (Confesión de Fe de Westminster, V, i). El mundo en general, por el contrario, aun cuando ocasionalmente puede llegar a reconocer que Dios fue el Creador del mundo, tiene la certeza de que no interviene ahora en los asuntos terrenales. Muchos creen que no es posible que ocurran milagros, que las oraciones no son respondidas y que la mayoría de las cosas suceden de acuerdo al funcionamiento de unas leyes impersonales e inmodificables.

El mundo plantea que la maldad está en todas partes. ¿Cómo puede ser la maldad compatible con el concepto de un Dios que es el bien y que gobierna activamente este mundo? Un mundo donde abundan los desastres naturales: los incendios, los terremotos, las inundaciones. Desastres que formalmente se conocen como «actos de Dios». ¿Debemos culpar a Dios porque ocurren? ¿No sería más conveniente pensar que él simplemente ha dejado que el mundo siga su propio curso?

Cuando seguimos esta línea de especulación las respuestas se dan en dos niveles. Primero, aun desde una perspectiva secular, el desarrollo de esta línea de pensamiento no es tan obvio como parecería a simple vista. Segundo, no es la enseñanza que tenemos en la Biblia.

La idea de un Dios ausente no es tan obvia con respecto a la naturaleza, la primera de las tres áreas principales creadas por Dios, y que ya hemos analizado. La gran interrogante sobre la naturaleza, que fuera hasta planteada por los primitivos filósofos griegos y que también hoy se plantean los científicos contemporáneos, es ¿por qué la naturaleza opera según determinados patrones y al mismo tiempo está en continuo cambio? Nada es nunca lo mismo. Los ríos fluyen, las montañas se elevan y descienden, las flores brotan y se marchitan y mueren, el mar está siempre en constante movimiento. Pero, en cierto sentido, todo permanece igual. La experiencia de la naturaleza de una generación es similar a la experiencia de miles de generaciones que la han precedido.

La ciencia busca explicar esta uniformidad haciendo referencia a las leyes de la probabilidad o las leyes del movimiento browniano (según la cual las partículas se mueven en distintas direcciones por azar). Pero estas explicaciones son insuficientes. Por ejemplo, de acuerdo con esas mismas leyes de la probabilidad es bastante posible que en determinado instante todas las moléculas de un gas o un sólido (o la gran mayoría de las moléculas) se muevan en la misma dirección en lugar de moverse en cualquier dirección por azar; en dicho caso, esa sustancia dejaría de ser lo que es y las leyes de la ciencia con respecto a ella no serían operantes.

¿De dónde es posible que provenga esta uniformidad si no proviene de Dios? La Biblia nos dice que esta uniformidad proviene de Dios cuando nos habla de Cristo como «quien sustenta todas las cosas con la palabra de su poder» (He. 1:3) y nos dice que «todas las cosas en Él subsisten» (Col. 1:17). El punto que debemos tener presente es que la providencia de Dios subyace debajo del mundo ordenado que conocemos. Esa fue la idea original en las mentes de los autores del Catecismo de Heidelberg cuando definieron la providencia como «el poder de Dios, siempre presente y que todo lo puede, mediante el cual todavía sostiene como si fuera en sus manos al cielo y la tierra con todas sus criaturas, y gobierna de manera tal que las hojas y la hierba, la lluvia y la sequía, los años de abundancia y los años de escasez, el alimento y la bebida, la salud y la enfermedad, la riqueza y la pobreza, y todo lo demás, nos llegan no por azar sino de su mano paternal» (Pregunta 27). Quitemos a la providencia de Dios de la naturaleza, y -no sólo desaparece todo sentido de seguridad- el mundo desaparece; el cambio sin sentido pronto sustituirá al orden.

Lo mismo es cierto con respecto a la sociedad humana. También aquí vemos gran diversidad y cambio. Pero, nuevamente, nos encontramos con patrones para la vida humana y límites fuera de los cuales, por ejemplo, a la maldad no le es permitido acceder. Pink observa, en su estudio sobre la soberanía de Dios:

Para desarrollar este argumento, supongamos que cada hombre llega a este mundo provisto de una voluntad que es absolutamente libre, y que es imposible obligarlo o coaccionarlo sin destruir su libertad. Digamos que cada hombre posee un conocimiento del bien y del mal, que tiene la posibilidad de elegir uno u otro, y que es enteramente libre de hacer su opción y continuar su camino. ¿Entonces, qué? Deducimos que el hombre es soberano, porque hace lo que le place y es el arquitecto de su propio futuro. Pero en dicho caso no podemos tener la seguridad de que muy pronto el hombre rechace el bien y elija el mal. En dicho caso no hay nada que nos garantice que la raza humana en su totalidad cometa un suicidio moral. Si se desplazan todas las restricciones divinas y el hombre queda absolutamente libre, e inmediatamente desaparecen todas las diferencias éticas, el espíritu del barbarismo prevalecerá en el universo y el caos será completo.

Pero esto no es lo que ocurre. Y la razón por la cual no sucede es que Dios no deja que sus criaturas tengan el ejercicio de una autonomía absoluta. Son libres, pero tienen límites. Además, Dios con perfecta libertad también interviene directamente, cuando lo desea, para ordenar sus voluntades y sus acciones.

El libro de los Proverbios contiene muchos versículos vinculados a este tema. Proverbios 16:1 nos dice que aunque una persona pueda debatir en su interior sobre qué es lo que dirá, es Dios quien determinará lo que diga: «Del hombre son las disposiciones del corazón; mas de Jehová es la respuesta de la lengua». En Proverbios 21:1 el mismo principio se aplica a los afectos humanos, usando las disposiciones del rey como ejemplo: «Como los repartimientos de las aguas, así está el corazón del rey en la mano de Jehová; a todo lo que quiere lo inclina». Las acciones también están bajo la égida de la providencia de Dios. «El corazón del hombre piensa su camino; mas Jehová endereza sus pasos» (Pr. 16:9). Lo mismo sucede con los resultados de nuestras acciones. «Muchos pensamientos hay en el corazón del hombre; mas el consejo de Jehová permanecerá» (Pr. 19:21). Y en Proverbios 21:30 tenemos todas estas ideas resumidas: «No hay sabiduría, ni inteligencia, ni consejo, contra Jehová».

De la misma manera, Dios ejerce su gobierno sobre el mundo de los espíritus. Los ángeles están sujetos a sus órdenes expresas y se regocijan cuando son llamados a cumplir su voluntad. Los demonios, aunque en rebelión, todavía están sujetos a los decretos de Dios y a su mano poderosa. Satanás no pudo tocar a Job, el siervo de Dios, sin la autorización de Dios, y precisó su permiso, Dios le fijó ciertos límites que no podía sobrepasar: «He aquí, todo lo que tiene está en tu mano; solamente no pongas tu mano sobre él» (Job 1:12); «He aquí, él está en tu mano; mas guarda su vida» (Job 2:6).

Extracto del libro «Fundamentos de la fe cristiana» de James Montgomery Boice

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