​"No matarás" (Ex. 20:13)

El sexto mandamiento ha sido muchas veces mal interpretado debido a la traducción errónea de la palabra ratsach como «matar», en la mayoría de las Biblias. La palabra en realidad significa «asesinar»; y la forma personal sustantiva de este verbo significa «homicida». Este mandamiento, tan corto, debería ser traducido: «No asesinarás». La incapacidad de comprender esto ha conducido a algunos a citar la autoridad bíblica contra cualquier forma de matar. Esta postura no considera que la Biblia reconozca la necesidad de matar animales para consumo alimenticio o para los sacrificios, a los enemigos en la batalla, y a los que en un proceso judicial son hallados culpables de la pena capital. Otras partes de la ley prescriben la pena de muerte para alguna de las ofensas mencionada en el Decálogo.

Decir que la palabra significa «asesinar» en lugar de «matar» no debería servir de consuelo para nadie. En la perspectiva bíblica, el asesinar se considera en un sentido amplio, y por lo tanto contiene elementos de los que todos somos culpables. Podemos traer a colación las enseñanzas de Jesucristo en el Sermón del Monte, que son de particular importancia. En los días de Jesús y muchos años antes, el asesinato había sido definido por los líderes de Israel (y por otros también) como un acto meramente externo, y habían enseñado que el mandamiento solamente se refería a dicho acto.

«Pero, ¿acaso el asesinato es solamente eso?», preguntó Jesús. «¿Asesinar no es nada más que el hecho de matar injustamente? ¿Qué ocurre con las motivaciones? ¿Qué ocurre con la persona que ha planificado matar a otra pero que luego es impedida de hacerlo por circunstancias externas? ¿Qué pasa con aquella persona que desea matar a otra, pero que no lo hace porque teme ser descubierta? ¿Qué ocurre con la persona que mata con la mirada o con las palabras?». Desde la perspectiva de las leyes humanas, los seres humanos toman en consideración estas diferencias. Pero Dios pesa los corazones y por lo tanto también le conciernen las motivaciones. Jesús dijo: «Oísteis que fue dicho a los antiguos: No matarás; y cualquiera que matare será culpable de juicio. Pero yo os digo que cualquiera que se enoje contra su hermano, será culpable de juicio» (Mt. 5:21-22).

Pero el sexto mandamiento no prohíbe únicamente el enojo. De acuerdo con Jesús, Dios tampoco perdonará ninguna expresión de desprecio. «Cualquiera que diga: Necio, a su hermano, será culpable ante el concilio; y cualquiera que le diga: Fatuo, quedará expuesto al infierno de fuego» (Mt. 5:22). En el texto griego este versículo contiene dos palabras claves: raca y moros. El término raca es una expresión peyorativa que significa «vacío», pero el insulto está más en el sonido que en el significado. Podría ser traducido como «una nada», o como decirle a una persona que «no es nadie». Moros significa «tonto» (el término inglés morón, que significa «un deficiente mental» proviene de esta palabra), pero alguien que es un tonto desde el punto de vista moral.   En consecuencia, la palabra tiene el efecto de ser una mancha en la reputación de alguien. Por medio de estas palabras, Jesús estaba enseñando que, según los estándares de Dios, insultar o manchar la reputación de alguien constituye una transgresión del sexto mandamiento.

Es evidente que esta interpretación bucea en las profundidades de nuestro ser. No es de mucha ayuda recordar que existe algo llamado un enojo justo, o que existe una distinción válida entre estar enojado contra el pecado y contra el pecador. Por supuesto que existe un enojo justo. Pero nuestro enojo no suele caracterizarse por ser justo; con frecuencia solemos enojarnos injustamente cuando consideramos que hemos sido real o imaginariamente agraviados, ¿cometemos asesinato? Sí, de acuerdo con la definición de Jesús, lo estamos cometiendo. Albergamos rencores. Murmuramos e insultamos. Perdemos los estribos. Matamos por negligencia, por despecho y por envidia. Y sin duda hacemos cosas aun peores, que podríamos reconocer si pudiéramos ver dentro de nuestros corazones como lo hace Dios.

Extracto del libro «Fundamentos de la fe cristiana» de James Montgomery Boice

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