​Nunca se ha encontrado una cultura verdaderamente secular y es dudoso que el materialismo Americano pueda ser llamado secular. Incluso tanto el comunismo como el nazismo, tienen sus dioses y sus demonios, su pecado y su salvación, sus sacerdotes y sus liturgias, su paraíso en la sociedad y están sin Estado para el futuro. Pero la fe religiosa siempre trasciende a la cultura y constituye el principio y poder integrador del esfuerzo cultural del hombre.

​La religión es la ineludible relación de pacto entre Dios como Señor respecto al portador de su imagen, que es el hombre. Esta relación resulta de aquella otra relación básica entre Creador y criatura, y descansa sobre la fidelidad de Dios al pacto el cual ordenó para constituir la relación religiosa. Esta relación se extiende a toda la vida; lo penetra todo; irradia desde su centro en el corazón hacia toda área de la periferia de la existencia del hombre. Y la religión es un fenómeno universal; nunca se ha encontrado jamás un pueblo sin religión. Por medio del pecado el hombre se alejó de Dios y su religión se tornó apóstata, pero a través de Cristo el hombre es restaurado a la verdadera religión.

Por lo tanto, es más correcto preguntar cuál es el rol de la cultura en la religión que hacer la pregunta totalmente al revés, como la hace un filósofo: “¿Cuál es el rol de la religión en la cultura?” Pues el hombre, en lo más profundo de su ser, es religioso; está determinado por su relación para con Dios. La religión, para parafrasear la frase expresiva del poeta, no es una cosa aparte de la vida sino que es toda la existencia del hombre. En realidad el filósofo llega a la misma conclusión cuando dice, “La religión no es un aspecto o departamento de la vida más, como el moderno pensamiento secular le gusta creer; consiste más bien en la orientación de toda la vida humana a lo absoluto”. Tillich ha captado la idea en una línea incisiva, “La religión es la sustancia de la cultura, y la cultura es la forma de la religión.” El Catecismo Menor de Westminster sostiene al inicio que el fin principal del hombre es glorificar a Dios y disfrutar de Él para siempre. Sin embargo, a pesar de lo muy extraño que esto podría sonarle a algunos, los presbiterianos han interpretado esto bíblicamente como queriendo decir que el hombre ha de servir a Dios en su llamado diario, lo cual es el contenido de la religión. Este servicio no puede ser expresado excepto a través de la actividad cultural del hombre, la cual expresa su fe religiosa. Ahora bien, la fe es la función del corazón, y del corazón manan los asuntos vitales de la vida (Prov. 4:23). Este es el primer principio de una psicología bíblicamente orientada.

Ningún hombre puede escapar de esta determinación religiosa de su vida, puesto que Dios es el hecho ineludible, siempre presente, de la existencia del hombre. Dios puede ser amado u odiado, adorado o despreciado, pero no puede ser ignorado. El sentido de Dios es la semilla misma de la religión. El todo de las religiones primitivas es una corroboración del clamor del Salmista, “¿A dónde me iré de tu Espíritu? ¿Y a dónde huiré de tu presencia?” (Salmo 139:7).

Desde el punto de vista secular, el interés religioso del hombre, aunque se concede que es importante, es meramente uno de los intereses en la vida. Por lo tanto, desde este punto de vista, es arbitrario definir al hombre en términos de esta relación. Pues, aunque el hombre está innegablemente interesado en Dios (la esfera de lo sobrenatural), también está relacionado con la naturaleza y con el mundo total del espíritu.

La respuesta a esta perspectiva es que el hombre en todas sus otras relaciones está engranado dentro del cosmos; para usar la reveladora frase de Salomón, el hombre está ocupado en su cultura debajo del sol (Ecl. 1:4). Pero la relación del hombre con Dios, según la Escritura, es trans-cósmica y supra-temporal.

Dios no es solamente inmanente al mundo, sino que también trasciende a la creación y al tiempo, dándole al hombre la promesa de compañerismo con él por la eternidad. La relación religiosa no termina con la muerte, como en la relación marital, en la que los cónyuges prometen su fidelidad “hasta que la muerte nos separe.” “En Su presencia hay plenitud de gozo” (Salmo 16:11); esta es la bendita promesa del Cristianismo. Mientras que la muerte pone fin a todas nuestras obras y relaciones debajo el sol, es al mismo tiempo la transición hacia el estado de comunión realizada del cual David testifica, “En cuanto a mí, veré tu rostro en justicia; estaré satisfecho cuando despierte a Tu semejanza.” (Sal. 17:15), “Y en la casa de Jehová moraré por largos días.” (Sal. 23:6). Pablo testifica que para él el vivir es Cristo, y el morir es ganancia. (Fil. 1:21).

Claro, es bastante cierto que uno puede abstraer un aspecto del hombre como un objeto para propósitos científicos y hablar de las funciones biológicas, psicológicas, sociales, históricas, jurídicas, económicas, estéticas, morales o písticas (del Griego pistis – fe) del hombre. Sin embargo, ninguna de éstas define apropiadamente al hombre. Él es más que cualquiera de ellas y más que todas ellas combinadas, pues por debajo y dentro de estos aspectos está el principio de unidad que integra todo el ser como personal. Ese núcleo del ser del hombre, ese centro irreducible, ese punto de concentración de todas las funciones del hombre, el cual trasciende el tiempo, es llamado el “corazón” según la Escritura (Prov. 4:23; 23:26). El corazón, en este uso bíblica, es la raíz religiosa de la existencia del hombre, es la plenitud de la personalidad de uno.

El pensar es meramente una de las muchas expresiones de la naturaleza humana; es uno de los asuntos de la vida, del que la Escritura dice que mana del corazón; de ahí que el corazón ha de ser guardado por encima de todas las cosas que han de guardarse. El Dr. Kuyper llama al corazón la raíz mística de nuestra existencia, aquel punto de conciencia en el que la vida permanece aún de una pieza. El testimonio de la Escritura sobre este punto es abundante.

Cuando el Señor, a través del profeta Joel, llama a su pueblo al arrepentimiento, él dice, “Rasgad vuestro corazón, y no vuestros vestidos, y convertíos a Jehová vuestro Dios” (2:13); cuando David ora para que todo su ser sea renovado, para que le sea curada la grave herida del pecado, él clama con angustia desde su alma diciendo: “Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio, y renueva un espíritu recto dentro de mí.” (Sal. 51:10). En el Nuevo Testamento, cuando nuestro Señor quiso indicar la completa corrupción del hombre, les dice a sus discípulos que los males de la fornicación, el asesinato, robo, etc., salen del corazón (Mar. 7:20-23). Pablo nos asegura que un hombre cree con el corazón para justicia (Rom. 10:10). El escritor de la carta a los Hebreos nos advierte contra el mal de la apostasía, el cual es, una vez más, un problema del corazón, “Mirad, hermanos, que no haya en ninguno de vosotros corazón malo de incredulidad para apartarse del Dios vivo.” (Heb. 3:12). Se puede dar por sentado, sin mucha argumentación, que la Biblia usa el corazón de muchas maneras pero el punto de esta discusión es que cuando la Escritura habla con respecto a la relación religiosa básica del hombre con Dios, tanto en el pecado como en la salvación, enfatiza que la unidad no dividida, el centro de la existencia del hombre, puede hallarse solamente en su corazón.

Puesto que la religión está enraizada en el corazón, es por lo tanto totalitaria por naturaleza. No es tanto que lleve la cultura a su consumación sino que da a la cultura su fundamento, y sirve como la presuposición de toda cultura. Aun cuando la fe y su raíz religiosa sean abiertamente negadas, estas se encontrarán tácitamente operativas, como en el comunismo ateo.

​Nunca se ha encontrado una cultura verdaderamente secular y es dudoso que el materialismo Americano pueda ser llamado secular. Incluso tanto el comunismo como el nazismo, tienen sus dioses y sus demonios, su pecado y su salvación, sus sacerdotes y sus liturgias, su paraíso en la sociedad y están sin Estado para el futuro. Pero la fe religiosa siempre trasciende a la cultura y es el principio y poder integrador del esfuerzo cultural del hombre. Un autor enfatiza el lado subjetivo de la religión cuando dice, “Puesto que la fe es el poder último y lo abarca todo en el alma humana, nada en absoluto puede permanecer ileso a su contacto. El todo de la personalidad es, por así decir, informado por la fe de uno.” Por lo tanto, la religión tiene el poder de integrar la cultura del hombre a través de su fe, porque se levanta por encima de toda cultura, no siendo parte de la cultura como tal, sino la experiencia mística de percibir a Dios en la relación del pacto. Entonces, la religión ha de ser distinguida de la cultura, pero no separada de ella. Es así también con el culto, en el que las aspiraciones religiosas del hombre se expresan en actos de adoración, oración y alabanza. La cultura y el culto son dos corrientes que proceden de la experiencia religiosa del hombre; juntas constituyen su actividad debajo del sol. La designación común de nuestros actos de devoción es llamada adoración, pero los antropólogos normalmente emplean el término más técnico, “culto.” Para propósitos de paralelismo y simetría se emplea aquí el término como la contraparte de cultura.

Nuestros padres reformados, quienes usaban el latín, convirtieron en su slogan la frase: «ora et labora» (ora y trabaja), mientras que nosotros normalmente hablamos de adoración y trabajo, para dividir las actividades de la vida. El domingo es apartado para la adoración, tanto individual como colectivamente; porque “en seis días trabajarás y harás toda tu obra”. Los liberales del pasado profirieron bastantes disparates superficiales cuando, sobre la base de la idea de Carlyle, “el trabajo es adoración,” concluyeron en que la adoración es superflua en la verdadera religión, que era simplemente una imposición del legalismo sacerdotal. Claro, nadie negaría que la manera en que uno trabaja revela su religión, quizás más verdaderamente que la manera en que habla sobre ella. Pero la Escritura no da pie a la idea de que la adoración no sea agradable al Señor. Está de más citar la Biblia sobre ese punto.

Recuerde el lector los Salmos de David, los devocionales de Jesús y sus apóstoles, y por último, la adoración de los redimidos en el cielo. Decir que Dios, el Señor, no demanda adoración de parte de sus criaturas, sino solamente servicio es del todo contrario a las Escrituras y al espíritu de la religión. Entonces, la religión tiene en realidad estos dos aspectos no en exclusión mutua en tanto que uno bien puede orar y cantar mientras trabaja con sus manos. Sin embargo, hay dos actividades distinguibles enraizadas en la religión: el culto y la cultura, la adoración y el trabajo, ora et labora, aspiración y transpiración. Y no solamente nuestra aspiración ha de estar bajo la inspiración del Espíritu, sino también nuestra transpiración; cada molécula de energía gastada, ya sea física o mental, debe ser en el servicio de Dios, y por tanto, inspirada. Esta es la esencia de la verdadera religión; la fe debe informar a todo el ser de uno. Restringir la adoración ya sea a actos de adoración, o a hechos de servicio, es separar lo que Dios ha unido; pues Dios, el Señor, demanda ambas: adoración y trabajo; la religión consiste en culto y cultura.

Extracto del libro El Concepto calvinista de la Cultura, por Henry R. Van Til (1906-1961)

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