​Ningún arte puede ser condenado simplemente porque provee placer más que utilidad. Sin embargo, su gozo nunca puede estar divorciado del servicio a la humanidad y al temor del Señor. Así pues, dentro de los límites dados por Dios, el arte puede tener su legítimo placer y gozo saludable, pero si infringe esos límites echa a perder el orden de las cosas. Tal arte irreal, habiendo perdido toda medida, favorece las pasiones más bajas.

​Quizá en nada Calvino ha sido peor juzgado que en la opinión de algunos de que carecía de algún sentido estético. Tal declaración no debería hacerse de un escritor tan bueno como él. Los críticos de diferentes preferencias religiosas han admirado su estilo, tanto en latín como en francés. Mientras sus pensamientos fluyen, las palabras con las que las viste son escogidas y analizadas cuidadosamente con un esmerado sentido de la eficacia artística. Vemos en sus escritos tanto una simplicidad escritural como una elocuencia digna de Cicerón. Hace un gran alarde de su ‘rudeza‘ y ‘brevedad‘; pero estas no son practicadas a expensas de la elegancia, y tampoco impiden el uso efectivo de la imaginería. Le gusta alabar una expresión apta, usando palabras tales como ‘hermoso‘, ‘elegante‘, ‘espléndido‘. Las referencias a los poetas latinos y griegos son bastante abundantes en sus obras, y ama los Salmos como poesía. Hay en las obras de Calvino numerosos pasajes de notable belleza en aprecio a las formas de la naturaleza”. Esta estimación más bien reciente por parte de un profesor Americano de historia es un clamor que está lejano del consenso de los Jesuitas, Voltarianos y protestantes de los días de Doumergue. Para ellos Calvino parecía la personificación de todo lo que era antiliberal, antiartístico y antihumano.

Ha sido especialmente a través de las investigaciones de hombres como Doumergue, y, más recientemente el Prof. Leon Wencelius del Swarthmore College, que han demostrado que estas representaciones prejuiciadas son falsas. Este último tiene la distinción de haber producido el estudio más completo hasta la fecha sobre los principios estéticos de Calvino. Estos principios han sido aplicados críticamente a la literatura calvinista contemporánea en los Países Bajos por C. Rijnsdorp, quien hace un uso extenso de Wencelius.

Para apreciar la doctrina de Calvino con respecto a la belleza, debemos recordar que no era un esclavo fanático de la letra, como el sirviente de un dios de papel llamado La Biblia. Sino que Calvino había visto al Dios viviente y caminaba ante su presencia con temor infantil. Las ideas de Calvino acerca de la música y la escultura, el lenguaje y la forma están siempre determinadas por una conciencia que se sobrecoge ante el hecho de que nos estamos relacionando con Aquel que está sentado sobre el círculo de la tierra (Isa. 40:22), magnífico en santidad, terrible en maravillosas hazañas, Hacedor de prodigios (Ex. 15:11).

Para Calvino la belleza no es sino el resplandor de la majestad y gloria de este Dios. Por lo tanto, divorciar la belleza de Dios es idolatría. Este fue en realidad el resultado de la caída del hombre, por el cual la creación perdió su contacto ético con Dios; esto es, el hombre ya no ama ni conoce a Dios sino que se ha alienado del corazón del Padre. En este estado miserable el hombre es ciego y ha perdido el sentido de orden y medida apropiados y encuentra solamente la belleza aparente. El contemplar simplemente la belleza en este mundo no nos conduce a una relación personal con Dios, aunque la belleza es todavía la primera guía hacia Dios. La belleza revela sus atributos de bondad, sabiduría, omnipotencia, justicia y su cuidado providencial. Por lo tanto, los no creyentes están sin excusa, puesto que esta belleza de Dios es manifestada universalmente.

Calvino piensa de la historia del hombre sobre la tierra como un drama cósmico, del cual Dios es al mismo tiempo autor y espectador. La belleza es el brillo divino de la gloria reflejado desde el pensamiento y obra de Dios. Siempre consiste de claridad, medida y perfección.

Hay tres actos en este drama: antes de la caída, en la armonía perfecta del cielo y el paraíso; entre la caída y la redención, en el que la belleza es simbólica – observe el templo de Salomón – y la preparación y expectación por el Mesías es el tema central; finalmente, en el tercer período, la gloria del Señor se vuelve carne en el Hijo. Y aunque no hay en él parecer, ni hermosura; le veremos, mas sin atractivo para que le deseemos (Isa. 53:2), sin embargo resplandecía en El una belleza espiritual de manera que “el que me ha visto a mí, ha visto al Padre” (Juan 14:9), y “y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre” (Juan 1:14).

Calvino sostiene que debemos ser colaboradores y co-espectadores con Dios en este drama. Si nos distraemos durante la obra, la que tiene en juego nuestra meta eterna, sería un craso descuido de nuestra parte. En el centro de este drama cósmico está la Iglesia, la que opera en contra del escenario de fondo conformado por la actividad mundana y la historia del mundo.

Sin embargo, en la gracia común de Dios todos los hombres tienen un llamado sin consideración a la predestinación. Pues todos han retenido algún aprecio por la belleza y una habilidad limitada de producir artes. Esto se debe a la beneficencia del Creador (Inst. II, 2, 15, 16, 17; II, 3). Ahora, la belleza no es un principio impersonal que existe por sí mismo, como en Platón, del cual el artista se vuelve un devoto. Es más bien la luz de una sabiduría siempre activa y una voluntad siempre creadora. La contemplación de la belleza, en vista del talento natural del hombre, le seduce hacia la producción y comunicación de este talento en el arte.

Esto cumple el propósito de Dios tal y como se expresa en la creación del hombre a su imagen, que no ha sido destruida por el pecado. Sin embargo, el pecado ha cambiado la alianza del hombre de manera que ahora busca a la criatura antes que al creador, en las cosas creadas. El hombre como pecador “acepta la apariencia de la realidad, e incluso hace de ella un absoluto al cual adora”. El pecador busca una belleza agradable al ojo pero engañosa, que engendra deseo y es acompañada por un gozo falso y conduce hacia la tentación sensual. Esto es vanidad y un indicativo de lo vacío de la vida sin Dios.

Sin embargo, el arte es un don natural, completa y simplemente humano. El artista es el re-creador; él hace su trabajo como Dios hizo el universo. Como tal permanece por encima de su objeto como poseedor del don para ver la belleza de la creación mejor que sus semejantes los observadores.

Por otro lado, el artista debe estar por debajo de su objeto, como un observador de la criatura de Dios. Debe desarrollar un sentido del objeto, y la fidelidad al objeto se vuelve una pasión con Calvino. Sin duda que esto puede trazarse, en alguna medida, a su entrenamiento humanista, en el que el retorno a las fuentes del aprendizaje era una pasión. Esto llegó a expresarse en el estudio de Calvino de la Escritura en los lenguajes originales y su deseo de hacer accesible el Evangelio a sus compatriotas en su propio idioma.

El objeto en sí mismo debe estar sujeto a las reglas de la simplicidad, sobriedad y medida. Con respecto al artista Calvino sostiene que ha de ser humilde, tomar mucho tiempo en la preparación y no ha de apresurarse en la ejecución, expresándose a sí mismo con claridad y pureza. El arte se vuelve creativo cuando la actividad humana se dirige a la actividad creativa de Dios. La belleza es el brillo que acompaña a tal actividad creativa.

Solo el creyente puede legítimamente cumplir su rol en el drama del mundo, que debe estar centrado en el principio religioso de buscar la gloria de Dios en la actividad universal dentro del marco del universo creado. Esto es así debido a que la vida del creyente ha sido corregida en principio. Ha experimentado un cambio de mente en su conversión.

Dios ha concedido gran libertad y responsabilidad en los hombros del portador de su imagen para que pueda regir sobre la creación de una manera análoga a la forma en la que Dios mismo conduce los asuntos de los hombres. De allí que Dios no le haya dado al hombre un conjunto de normas y reglas artísticas, sino que el hombre descubra éstas por sí mismo. Sin embargo, hay – dice Calvino – un principio mayor que ha de observarse, que enseña que el arte mismo debe someterse en el artista a la Palabra y al Espíritu. Este es un principio absoluto en la estética de Calvino.

Puesto que la naturaleza nos ha sido dada por Dios para nuestra instrucción debemos estar dispuestos a aprender de ella pero no a seguirla servilmente. Sin embargo, nuestra labor debe ser en el espíritu y siguiendo el significado de la creación.

Tampoco puede el arte buscarse a sí mismo, que fue la falta de los griegos, por lo cual se convirtió en idolatría. Sin embargo, el arte debería proveer placer o servir a un propósito pedagógico dentro de la meta común para toda la humanidad redimida, es decir, la confirmación del reino de Dios sobre la tierra.

El arte, como tal, puede ser dividido en dos clases, el mecánico y el libre. El primero está limitado a los materiales con los cuales es producido, tales como la arquitectura y las artes plásticas; el segundo, la música, la pintura y la literatura no se hallan limitadas de esta manera. Ningún arte puede ser condenado simplemente porque provee placer más que utilidad. Sin embargo, su gozo nunca puede estar divorciado del servicio a la humanidad y al temor del Señor. Así pues, dentro de los límites dados por Dios, el arte puede tener su legítimo placer y gozo saludable, pero si infringe esos límites echa a perder el orden de las cosas. Tal arte irreal, habiendo perdido toda medida, favorece las pasiones más bajas.

Con respecto a la arquitectura Calvino dice que los paganos sucumbieron a la tentación de exagerar la belleza externa de sus templos. Sin embargo, la belleza religiosa no es tanto asunto de paredes sino de la unidad espiritual de los creyentes. Por lo tanto es orgullo y vanidad por parte de Roma edificar hermosas iglesias mientras adora lo contrario a lo prescrito por los mandamientos de Dios.

No hay prohibición contra las artes plásticas, pero el artista debe hallar su inspiración en la naturaleza y someterse a sus leyes. Transformar estas leyes para la criatura y darle una especie de divinidad es idolatría. Sin embargo, no se debe permitir que estas artes se entrometan en la adoración, puesto que tienen un carácter exclusivamente terrenal y no pueden representar las cosas no creadas.

Aunque Calvino insistía en la santidad de la belleza, tenía un interés más directo con la belleza de la santidad. La belleza de la adoración se halla en su espíritu y en verdad. El culto debe reflejar la gloria divina, como hace el mundo creado, puesto que Dios es central a ambos. La adoración a Dios debe ser simple, puesto que Dios es uno; pura, porque él es Santo; armoniosa, puesto que es Él quien ha establecido la medida para todo.

Extracto del libro El Concepto calvinista de la Cultura, por Henry R. Van Til (1906-1961)

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