La pregunta no es por qué el calvinismo no produjo aquello que, por su punto de vista superior, no le era permitido producir, o sea, un propio estilo artístico general; sino qué interpretación de la naturaleza de las artes fluye de su principio. En otras palabras, ¿hay en la cosmovisión del calvinismo un lugar para las artes? ¿Y si es así, cuál es su lugar? ¿Se opone su principio a las artes, o, según su principio, perdería un mundo sin artes una de sus esferas ideales? No estoy hablando ahora del abuso, sino simplemente del uso de las artes.

​En cada esfera, la vida tiene que respetar las dimensiones de su dominio. Entrometerse en el dominio de otros es siempre ilegal; y nuestra vida humana alcanzará su noble armonía solamente cuando todas sus funciones colaboran en proporción justa para nuestro desarrollo general.

La lógica de la mente no debe menospreciar las emociones del corazón, ni debe el amor a lo hermoso silenciar la voz de la conciencia. No importa cuan sagrada sea la religión, ella tiene que quedarse dentro de sus propios límites; si no es así, degenerará en superstición, locura o fanatismo. Y, de la misma manera, la pasión demasiado exuberante por las artes que se ríe de las advertencias de la conciencia terminará en fea discordia.

Por ejemplo, el hecho de que el calvinismo se opuso al teatro profano por el honor de la mujer, y acusó toda forma de placer artístico inmoral como una degradación, no tiene que ver con nuestra pregunta. Todo esto denuncia apropiadamente el abuso, pero no tiene ninguna injerencia en cuanto al uso legal. Y Calvino mismo no se opuso al uso legal de las artes, sino que lo animó e incluso lo recomendó.

Donde las Escrituras mencionan la primera manifestación de las artes, en las tiendas de Jubal quien inventó el arpa y el órgano, Calvino nos hace recordar enfáticamente que este pasaje habla de «dones excelentes del Espíritu Santo». Él declara que con el instinto artístico, Dios enriqueció a Jubal y a su descendencia con dones extraordinarios. Y él declara francamente que estos poderes creativos del arte son testimonios evidentes de la bondad de Dios. Más aún, él declara, en sus comentarios sobre Éxodo, que «todas las artes vienen de Dios y deben ser respetadas como invenciones divinas.» Según Calvino, estas cosas preciosas de la vida natural las debemos originalmente al Espíritu Santo.

En todas las artes, la alabanza y la gloria de Dios deben exaltarse. Las artes, dice, nos fueron dadas para nuestro consuelo, en este estado deprimido de nuestra vida. Ellas reaccionan contra la corrupción de la vida y de la naturaleza por la maldición. … La música la exalta Calvino como un poder maravilloso para mover los corazones y para ennoblecer las tendencias y la moral. Entre los favores excelentes de Dios para nuestra recreación y disfrute, la música ocupa el rango más alto. Y aun cuando el arte se vuelve en un instrumento tan solo para el entretenimiento de las masas, Calvino asegura que no se les debe negar este placer.

En vista de todo esto, podemos decir que Calvino estimaba el arte, en todas sus ramificaciones, como un don de Dios; o, más específicamente, un don del Espíritu Santo; que entendió plenamente los efectos profundos del arte sobre las emociones; que apreciaba el fin para el cual las artes fueron dadas, o sea, que por medio de ellas glorifiquemos a Dios y ennoblezcamos nuestra vida, y bebamos de la fuente de placeres superiores; y finalmente, lejos de considerar las artes una mera imitación de la naturaleza, les atribuía la noble vocación de revelar al hombre una realidad superior a este mundo pecaminoso y corrompido.

Ahora bien, si esta fuera solamente la interpretación personal de Calvino, no sería ninguna prueba para el calvinismo en general. Pero cuando observamos que el mismo Calvino no se desarrolló artísticamente, y que por tanto tuvo que haber derivado este sistema de estética desde sus principios, entonces podemos considerar que él expuso el concepto calvinista del arte como tal.

Para ir directamente al corazón del asunto, empezamos con el último dicho de Calvino, que el arte nos revela una realidad superior a este mundo pecaminoso. Uds. conocen la discusión de si el arte debe imitar la naturaleza o transcenderla. En Grecia, se pintaban uvas con tanta exactitud que las aves se confundieron e intentaron comerlas. Esta imitación de la naturaleza era el ideal supremo de la escuela socrática. En ello hay algo de verdad, y los idealistas a menudo olvidan que las formas y relaciones exhibidas por la naturaleza siguen siendo las formas y relaciones fundamentales de toda realidad; y un arte que no mira las formas y los movimientos de la naturaleza, ni escucha sus sonidos, sino los pasa arbitrariamente por alto, se deteriora en un juego salvaje de la imaginación. Pero, por otro lado, toda interpretación idealista del arte es justificada en oposición contra lo puramente empírico, donde lo empírico limita su tarea a la imitación. Porque entonces el arte comete el mismo error que los científicos cuando limitan su tarea a la mera observación y anotación. Al igual que la ciencia tiene que ascender desde los fenómenos a la investigación de su orden inherente, para que el hombre por medio de este conocimiento pueda producir especies más nobles de animales, flores y frutas de lo que la naturaleza podría producir, así es también la vocación del arte, donde no solo debe observar todo lo visible y audible para reproducirlo, sino descubrir en estas formas naturales el orden de lo hermoso, y por medio de este conocimiento producir un mundo hermoso que transciende la belleza de la naturaleza. Y esto es lo que Calvino declaró: que el arte exhibe dones que Dios puso a nuestra disposición, aunque a consecuencia del pecado la verdadera belleza se alejó de nosotros.

Nuestra decisión aquí depende enteramente de nuestra interpretación del mundo. Si consideramos el mundo como la manifestación de lo bueno absoluto, entonces no existe nada superior, y el arte no puede tener otra vocación que copiar la naturaleza. Si el mundo procede en un proceso lento desde lo incompleto a la perfección, como enseña el panteísta, entonces el arte se convierte en la profecía de una fase futura de la vida por venir. Pero si confesamos que el mundo fue hermoso alguna vez, pero por la maldición fue deshecho, y por una catástrofe final tiene que llegar a su estado pleno de gloria que excede aun la belleza del paraíso, entonces el arte tiene la tarea mística de hacernos recordar la belleza que fue perdida, y de anticipar su época perfecta por venir. Esta última es la confesión calvinista. Más claramente que Roma, la reforma se dio cuenta de la influencia del pecado que corrompe; esto llevó a una estimación más alta de la belleza de la justicia original en el paraíso; y dirigido por este recuerdo encantador, el calvinismo profetizó una redención de la naturaleza externa que se realizará en el reino de gloria celestial. Desde este punto de vista, el calvinismo honró el arte como un don del Espíritu Santo y como un consuelo en nuestra vida presente, que nos permite descubrir en y detrás de esta vida pecaminosa un fondo más rico y más glorioso. Parado al lado de las ruinas de esta creación antes tan hermosa, el arte le señala al calvinista tanto las líneas todavía visibles del plan original, como la restauración espléndida con la cual el Artista Supremo y Constructor Maestro un día renovará y exaltará la belleza de Su creación original.

Si entonces, en este punto principal, la interpretación personal de Calvino está enteramente de acuerdo con la confesión calvinista, lo mismo se aplica al siguiente punto. Si la soberanía de Dios es el punto de partida inalterable, entonces el arte no puede tener su origen en el maligno, porque Satanás está destituido de cualquier poder creativo. Todo lo que puede hacer es abusar de los buenos dones de Dios. El arte tampoco puede tener su origen en el hombre, porque siendo una criatura él mismo, el hombre no puede hacer otra cosa que emplear los poderes y dones que Dios puso a su disposición. Si Dios es y permanece como el Único Soberano, entonces el arte puede obrar de manera apropiada solo cuando se acomoda a las ordenanzas que Dios ordenó en cuanto a la belleza, cuando Él, como Artista Supremo, llamó a este mundo a la existencia. Y además, si Dios es y permanece Soberano, entonces Él también imparte estos dones artísticos a aquellos que Él quiere, primero incluso a la descendencia de Caín y no de Abel; no como si el arte fuera cainita, pero, como dice Calvino de manera tan hermosa, para que aquel que por el pecado perdió los dones supremos, tuviese por lo menos un testimonio de la bondad divina en los dones inferiores del arte. Esta habilidad artística tiene un espacio en la naturaleza humana que tenemos por ser creados a la imagen de Dios. En el mundo real, Dios es el Creador de todo; solo Él tiene el poder de producir cosas realmente nuevas, y por eso Él sigue siendo siempre el Artista Creativo. Como Dios, Él solo es el Original; nosotros somos solamente portadores de Su imagen. Nuestra capacidad de crear detrás de Él y detrás de Sus obras, puede consistir solamente en las creaciones no reales del arte. Así podemos nosotros, a nuestra manera, imitar la obra de las manos de Dios. Creamos una especie de cosmos, en nuestro monumento arquitectónico; embellecemos las formas de la naturaleza, en la escultura; reproducimos la apariencia de la vida, en nuestra pintura; pasamos a las esferas místicas, en nuestra música y poesía. Y todo esto porque lo hermoso no es el producto de nuestra propia fantasía, ni de nuestra percepción subjetiva, sino tiene una existencia objetiva como expresión de la perfección divina.

Después de la Creación, Dios vio que todas las cosas eran buenas. Imagínense que todo ojo humano se cierre y todo oído humano se tape, aun así, lo hermoso permanece, y Dios lo ve y escucha, porque no solamente «Su Eterno Poder», sino también «Su Divinidad», es percibida en Su creación, tanto espiritual como físicamente. Un artista puede darse cuenta de ello en sí mismo. Si él se da cuenta de que su propia capacidad artística depende de su ojo para el arte, tiene que llegar a la conclusión de que el ojo original para el arte está en Dios mismo, cuya capacidad artística produce todo, y según la imagen de ese artista fue creado. Lo sabemos por la Creación a nuestro alrededor, por el firmamento encima de nosotros, por el lujo abundante de la naturaleza, por la riqueza de formas en el hombre y en el animal, por el sonido del río y el canto del ruiseñor; por tanto, ¿cómo podría existir toda esta belleza sino por la Creación de Aquel quien preconcibió la belleza en Su propio Ser, y la produjo desde Su propia perfección divina? Así Uds. ven que la Soberanía de Dios, y nuestra creación a Su imagen, necesariamente llevan a esta interpretación suprema del origen, la naturaleza y la vocación del arte, como Calvino la adoptó y como nuestro instinto artístico la aprueba. El mundo de sonidos, el mundo de formas, el mundo de matices, y el mundo de ideas poéticas, no puede tener otra fuente sino Dios; y es nuestro privilegio como portadores de Su imagen, tener una percepción de este mundo hermoso, reproducirlo artísticamente, y disfrutarlo humanamente.

Este documento fue expuesto en la Universidad de Princeton en el año 1898 por Abraham Kuyper (1837-1920) quien fue teólogo, Primer Ministro de Holanda, y fundador de la Universidad Libre de Ámsterdam.

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