​  Calvino buscó siempre la tolerancia cuando se trataban de cuestiones de detalle en diferencias humanas. Y fue intolerante allí donde parecía que la verdad de Dios estaba en entredicho. Quiso buscar la tolerancia de los diferentes modos evangélicos de adoración, buscó acomodar los diferentes puntos de vista protestantes sobre la Ultima Cena y magnificó a otros reformadores y sus escritos aunque difiriesen en detalle con sus propias posiciones.

por WM. CHILDS ROBINSON

 Por otra parte, fue intolerante de lo que él consideraba como error en la presentación de la verdad de Dios, tanto si provenía de las adiciones papales a la Palabra, como en lo referente a las libertinas distorsiones de la doctrina del Espíritu Santo o las negaciones racionalistas de la Trinidad. Sostuvo la verdad revelada por Dios y la vida de acuerdo con ello, y en las difíciles tensiones de la historia fue más allá de lo que sus propios principios afirmaban, al solicitar castigo para la propagación de la herejía.

La tolerancia de Calvino

Uno de los mejores ejemplos de la tolerancia de Calvino se encuentra en su actitud hacia el pueblo de Ginebra, que había expulsado a Farel y a él mismo como pastores. Algunos partidarios de Farel insistieron en que la iglesia que subsistía se había deteriorado y ya no estaba para ser atendida. Cuando la noticia llegó a oídos de Calvino, como réplica denunció estas tendencias separatistas. Mientras que las enseñanzas fundamentales del Evangelio eran oídas en los templos, la iglesia estaba allí, y «una salida de la iglesia es una renuncia de Dios y de Cristo» (Inst., IV, i, 10). «Ya que tan altamente el Señor estima la comunión de Su iglesia, Él considera como traidor y apóstata de la religión a quien perversamente aparta de la sociedad cristiana a los que preservan el verdadero ministerio de la Palabra y los sacramentos» (Ibíd.).   Una comunión cristiana no tiene que ser expulsada aunque resulte con el cargo de muchas faltas; es preciso olvidar los errores y equivocaciones en aquellas cosas de las cuales las personas pueden ser ignorantes. «Yo no intercedería por cualquier error…; pero no debemos, teniendo en cuenta cualquier trivial diferencia de sentimientos, abandonar la iglesia que contiene la salvadora y pura doctrina que asegura el preservar la piedad y apoyar el uso de los sacramentos instituidos por el Señor» (Inst., IV, i, 12). «La conciencia piadosa no es dañada por la indignidad de otros individuos, tanto si es un pastor como una persona privada» (Ibid., par. 18, 19).

Además de esto, cuando la Iglesia Reformada de Ginebra, en su situación debilitada, fue atacada por el cardenal Sadoleto y la ciudad invitada a volver a su antigua alianza con el papa, Juan Calvino, el desterrado, fue lo suficientemente grande para tomar su pluma y responder por la iglesia que le había expulsado. Aunque en aquel momento estaba relevado de su cargo en la iglesia de Ginebra, Calvino todavía la abrazaba con paternal afecto, puesto que «Dios, cuando me puso al frente de ella, me ligó a la fidelidad para siempre». Con una digna y caballerosa forma y buen estilo, Calvino contestó al cardenal, concluyendo con esta magistral presentación:
“Que el Señor permita y le conceda, Sadoleto, que usted y sus partidarios puedan, a la larga, percibir el solo y verdadero lazo de unidad de la Iglesia que es Cristo nuestro Señor, quien nos ha reconciliado con el Padre y nos reunirá a todos de la presente dispersión en la congregación fraterna de Su cuerpo, y así, a través de Su propia Palabra y Espíritu, podamos todos crecer juntos en un solo corazón y una sola alma”.

Esta magnánima acción de Calvino tuvo como resultado el hacerse querer por Ginebra, que mandó que volviera de nuevo. A su vuelta adoptó una sabia y conciliadora postura, sin quejarse contra su expulsión y sin solicitar castigo alguno para aquellos que le habían castigado a él injustamente.

“Tengo en tanto valor la paz y la concordia pública que me pongo trabas a mí mismo. A mi llegada, estaba en mi mano el haber desconcertado a mis enemigos del modo más triunfalista, entrando a velas desplegadas entre las gentes que tanto me han injuriado. Pero me he abstenido. Si hubiera querido, yo podría a diario, no solamente con impunidad, sino con la aprobación de todos, haber puesto en práctica una fuerte represión. Me contengo, y aun con el más escrupuloso cuidado evito cualquier acción al respecto, a fin de que ni con la más ligera palabra pudiese parecer como persiguiendo a cualquier individuo y mucho menos a todos ellos. ¡Que el Señor me confirme en esta disposición de espíritu!”.

Uno de los más hermosos ejemplos de la tolerancia personal de Calvino se aprecia en el tratamiento del Loci Communes de Melanchthon. Este es el único trabajo del período de la Reforma que puede disputar con las Instituciones de Calvino la preeminencia como libro de texto protestante de teología sistemática. En ello hubo una gran oportunidad para la envidia y los celos profesionales. Calvino se mostró muy por encima de tales pasiones. Más tarde, se desarrolló una divergencia entre las últimas ediciones del trabajo de Melanchthon y las de Calvino respecto a la voluntad humana en la salvación. La diferencia fue reconocida y discutida por ambos en amistosas cartas. Así y todo, Calvino publicó la nueva edición de Loci Communes en francés en 1546, con una introducción altamente laudatoria escrita por él mismo. Describe tal libro como un sumario de todas las cosas necesarias a un cristiano para conocer el camino de la salvación, expresado de la forma más simple por su instruido autor. Reconoció las diferencias existentes, respecto al punto del libre albedrío, diciendo que Melanchthon parece conceder al hombre alguna parte en su salvación; pero de tal manera que la gracia de Dios no está en ninguna forma disminuida, no dejando terreno para ufanarse. Mathew Henry observa:

Tan libres estuvieron esos raros hombres de toda ambición, de amor a la gloria y de pequeñez de espíritu, que no pensaron en otra cosa que en la salvación del mundo. Calvino deseó que Francia amase a Melanchthon tanto como él lo hizo y que se convirtiera a Cristo mediante él.

Otro ejemplo de la tolerancia de Calvino se pone de relieve en su trato con los exiliados ingleses en Francfort en 1554-1555. Los protestantes ingleses hacían sus cultos en la misma iglesia utilizada por los franceses en el exilio de tal forma que los sencillos servicios de los hugonotes atrajeron la atención de sus correligionarios de habla inglesa. Estos últimos usaban el Segundo Libro de Oraciones adoptado bajo Eduardo VI. John Knox capitaneó un grupo solicitando que aquello fuese simplificado; pero Edmundo Grindal y Ricardo Cox insistieron en continuar con la sustancia del citado libro. La controversia se caldeó entre los knoxianos y los coxianos. Calvino confesó «muchas tolerables ineptitudes» en el Libro de Oraciones; pero advirtió que las ceremonias estaban sólo en cuarto lugar tras de la Palabra, los sacramentos y la disciplina. De acuerdo con aquello, les instó a que no hubiese división sobre aquella materia.

Al tratar el punto de vista de Calvino sobre las ceremonias, conviene recordar que el Segundo Libro de Eduardo VI era esencialmente un culto protestante. Ya antes, Calvino había expresado a Melanchthon su desaprobación sobre los cantos en latín, las imágenes y candelabros en las iglesias, el exorcismo en el bautismo y otros ritos de la iglesia romana que no se habían extirpado todavía del culto luterano. Y cuando Melanchthon fue impulsado a comprometerse con el Interim de Leipzig que aceptaba el ritual romano, Calvino protestó tanto en privado con una carta como en su opúsculo a Carlos V. En la primera, Calvino declaró:

Extiende usted la distinción de lo no esencial demasiado lejos. Usted tiene conciencia de que los papistas han corrompido el culto a Dios en mil formas. Varias de esas cosas que usted considera indiferentes son obviamente repulsivas a la Palabra de Dios… Consideramos nuestra tinta demasiado preciosa si vacilamos en dar testimonio escrito de esas cosas que tantos miembros del rebaño están a diario sellando con su sangre…
Yo hubiese muerto cien veces con usted antes que verle sobrevivir a las doctrinas que ha abandonado.

En el llamamiento y apelación a Carlos V contra los Interims, Calvino les describe como el «adulterio germano» y declara que si hasta un perro daría la vida para mantener el honor de su amo, ¿no debería hacerlo el creyente para que la verdad de Dios pudiese prevalecer?

El Dr. John T. McNeil, en su Calvinismo de 1954, insiste en hacer notar que en sus relaciones con aquellos reformadores británicos Calvino no objetó nada contra su episcopado. Esto significa que Calvino puso las cosas principales en primer lugar. Por la influencia y el apoyo de los reformadores continentales, como Calvino, Bucero, Bullinger y John a Lasco, el predicador mariano, los exiliados pudieron llevar la Iglesia de Inglaterra a la familia reformada. No fue tarea fácil y todo lo que pretendieron no se cumplió. Pero a pesar de las tendencias eclesiásticas de la poderosa reina, Grindal, Cox, Jewell, Sandys y sus asociados fueron utilizados por Dios para reformar la Iglesia de Inglaterra. Grindal incurrió en la ira de la reina al sostener valientemente el uso de la profecía con objeto de formar un ministerio de la Palabra para las iglesias de Inglaterra. La reina Isabel le puso bajo arresto domiciliario; pero tanto ellos como la Reforma protestante continuaron en las iglesias de la vieja Inglaterra.
En respuesta a una invitación del arzobispo Cranmer, del 20 de marzo de 1552, solicitando un encuentro con Melanchthon, Bullinger y otros en Lambeth Place para redactar un credo común para las iglesias reformadas, Calvino replicó:

Deseo, ciertamente, que fuese posible que hombres capaces y con autoridad procedentes de las diferentes iglesias se encontrasen en alguna parte y, tras una amplia discusión de los diferentes artículos de la fe, se obtuviera, mediante una decisión unánime, llegar a un acuerdo y legar a la posteridad una determinada regla de doctrina…
Por lo que a mí respecta, si puedo ser útil de alguna forma, no opondría el menor obstáculo al hecho de atravesar diez mares para lograr tal propósito. Si sólo afecta a Inglaterra, también es motivo suficiente para mí. Mucho más, en consecuencia, soy de la opinión de que no debo regatear ningún esfuerzo o molestia, en vista de que el objetivo que se persigue es un acuerdo entre expertos y doctos en la materia, para redactarlo con el peso de su autoridad y conforme a la Escritura, con objeto de unificar las iglesias que se hallan separadas.

Aquí puede apreciarse el ecumenismo de Calvino. Reconoce las marcadas divisiones entre las diferentes iglesias como el mal principal de la época. Busca el remedio a esas divisiones y piensa que ningún esfuerzo es excesivamente laborioso para conseguir tal fin. Pero el terreno en que busca asegurarlo no es tanto la indiferencia como la doctrina. Más bien es «una cierta regla de doctrina» redactada de «acuerdo con la Escritura». ¿Qué debería ser incluido en esas doctrinas? A la vista de un estudio doctoral hecho por un rector episcopal, se hace evidente que la expiación sustitucional es la clave de la teología de Calvino (P. van Burén, Christ in our place). A la luz de Kingdom and Church, la verdad prominente de Calvino es que el reino de Cristo es el principal fin para la existencia de la iglesia. Cualquiera que sean los otros elementos sobre los que Calvino insista más o menos, estamos convencidos de que no hubiese abogado por la fusión con una iglesia que tratara ligeramente la doctrina de la expiación o que sustituyera la regla de la mayoría por el reino de Jesucristo, el solo Rey y el único legislador de Sion (la Iglesia Cristiana). De acuerdo con sus Instituciones, IV, i, 12, las doctrinas necesarias son éstas: que no hay más que un solo Dios, que Cristo es Dios y el Hijo de Dios y que nuestra salvación depende de la misericordia de Dios.

Finalmente, Calvino fue tolerante respecto a los variados conceptos de los protestantes acerca de la Cena del Señor. Esto fue siempre el gran motivo divisorio dentro de la familia de la Reforma y esto fue en lo que Calvino trabajó más duramente para comprender y reconciliar. Se mantuvo entre las posturas de Lutero y Zwinglio, estando más cerca del primero al insistir en la presencia objetiva de Cristo en la totalidad del servicio de la Cena del Señor y más cercano a su vez del último en su exégesis de la expresión Hoc est corpus Meum. Evidentemente, Calvino realizó su mayor labor teológica en buscar la paz y la armonía. Por un lado, relacionó el sacramento con los grandes actos de Dios, de acuerdo con la analogía de la fe. Dios, el Hijo Eterno, tomó nuestra naturaleza humana y en seguida nos dio Su Espíritu Santo para llevarnos a la unión con Él. En este sacramento Él realmente nos alimenta por Su Espíritu y Su Palabra sellados con el signo de una cena. Nos conduce a la bondadosa gracia de Dios recibida de la fuente de la Divinidad y nos la suministra del infinito depósito de Su glorificada humanidad. Nuestra primera obligación en la materia no es una definición científica, sino la obediencia de la fe. Es decir, hemos de venir a Cristo y alimentarnos de Él y tomar de esta fuente y no de ningún otro origen la satisfacción de todas nuestras necesidades hasta que estén verdaderamente satisfechas. Nuestra primera responsabilidad es aceptar su Palabra de que Él es el pan de vida del cual debemos alimentarnos. Al hacerlo así, existe una mayor bendición para el corazón de lo que la cabeza y la mente puede comprender o que la pluma o la boca pueden expresar. De esta forma Calvino llegó a la verdadera noción de la fe, distinguiéndola de la exposición científica o de la demostración. En esto, Calvino es seguido por relevantes eruditos de nuestro tiempo y lo seguirá siendo por muchos en los tiempos por venir. Si se me permite una opinión personal, diré que eché el ancla en Calvino por vez primera cuando estudié sus Instituciones para una mejor comprensión de la Cena del Señor. Ahora, a un tercio de siglo de distancia, estoy convencido de que esta aproximación fue providencial y que el gran alcance de la doctrina de Calvino sobre la Santa Cena como materia de fe y de la analogía de la fe puede dar todavía mucho fruto al mundo protestante. La primera cosa que tenemos que hacer en la Mesa del Señor es alimentarnos de Cristo, Quien aquí se presenta a Sí mismo como el pan de vida.

Extracto del libro: «Calvino, profeta contemporáneo»  Diversos autores.

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