​Dios ha establecido leyes para que gobiernen sobre la desobediencia y el pecado, de la misma forma que ha establecido leyes que gobiernan sobre el mundo físico. 

El punto que más debería interesarnos, sin embargo, no es el gobierno de Dios sobre la naturaleza o sobre los ángeles. Debería ser sobre cómo opera la providencia de Dios en los seres humanos, y especialmente cuando decidimos desobedecerle.

No habrá, por supuesto, ningún problema con la providencia de Dios en los asuntos de los hombres, si los hombres le obedecen. Dios simplemente declara lo que quiere que se haga, y se realiza -voluntariamente-. ¿Pero qué sucede cuando desobedecemos? ¿Y qué sucede con el número tan grande de personas no regeneradas que aparentemente nunca obedecen a Dios voluntariamente? ¿Acaso Dios les dice: «Bueno, a pesar de vuestra desobediencia yo os amo y no deseo insistir sobre nada que os resulte ingrato; olvidémonos de mis deseos»? Dios no opera de esa manera. Si lo hiciera, no sería Soberano. Por otro lado, Dios no siempre dice: «Lo haréis; y, ¡os aplastaré para que lo hagáis!» ¿Qué sucede cuando decidimos no hacer lo que Él quiere que hagamos?

La respuesta básica es que Dios ha establecido leyes para que gobiernen la desobediencia y el pecado, de la misma forma que ha establecido leyes que gobiernan el mundo físico. Cuando las personas pecan, por lo general creen que lo hacen según sus términos. Pero Dios les dice, en efecto: «Cuando desobedezcáis, lo haréis según mis leyes y no según las vuestras.»

En el primer capítulo de Romanos tenemos un ejemplo general sobre esto. Después de haber hecho una descripción sobre cómo el hombre natural no puede reconocer a Dios como el verdadero Dios, ni lo puede adorar ni agradecer por ser el Creador, Pablo nos muestra cómo dicha persona toma un sendero que la aleja de Dios y que la lleva a sufrir nefastas consecuencias, incluyendo su propia degradación. «Profesando ser sabios, se hicieron necios, y cambiaron la gloria del Dios incorruptible en semejanza de imagen de hombre corruptible, de aves, de cuadrúpedos y de reptiles» (Ro. 1:22-23).

Y luego viene la parte más interesante de este capítulo. Tres veces en los versículos siguientes leemos que por causa de su rebelión «Dios los entregó». Estas palabras son terribles. Pero cuando nos dice que Dios los entregó, no nos dice que Dios los entregó a la nada, como si simplemente los hubiera soltado de su mano y los hubiera dejado a la deriva. En cada uno de estos casos nos dice que Dios los entregó a algo: en el primer caso, «a la inmundicia, en las concupiscencias de sus corazones, de modo que deshonraron entre sí sus propios cuerpos» (vs. 24); en el segundo caso, «a pasiones vergonzosas» (vs. 26); y en el tercer caso, «a una mente reprobada, para hacer cosas que no convienen» (vs. 28). En otras palabras, Dios permitirá que los infieles sigan su propio camino, pero en su sabiduría ha determinado a dónde se dirigen, según las reglas divinas y no las del hombre.

Cuando no controlamos nuestros enojos ni nos preocupamos por nuestra presión, el resultado son úlceras o presión sanguínea alta. El final del camino de una vida de libertinaje son vidas arruinadas y enfermedades venéreas. El orgullo es autodestructivo. Estas leyes espirituales son el equivalente de las leyes científicas que rigen el mundo físico de la creación.

Este principio se cumple para los no creyentes, pero también se cumple para los creyentes. En el Antiguo Testamento, la historia de Jonás nos enseña cómo un creyente puede desobedecer a Dios, con tanta determinación que es necesaria una intervención directa de Dios en la historia para que se vuelva sobre sus pasos. Pero cuando un creyente desobedece, sufre las consecuencias que Dios ya ha establecido en las leyes que gobiernan la desobediencia. Jonás había sido encomendado a llevar un mensaje de juicio a Nínive. Era similar a la Gran Comisión que ha sido encomendada a todos los cristianos, porque se le dijo «Levántate y ve a Nínive, aquella gran ciudad, y pregona contra ella: porque ha subido su maldad delante de mí» (Jon. 1:2). Pero Jonás no deseaba cumplir con el mandato de Dios, de la misma manera que muchos cristianos contemporáneos tampoco desean cumplir con el llamado divino. Y fue así que tomó una dirección contraria, embarcando desde Jope, en la costa de Palestina, hacia Tarsis, que posiblemente fuera un puerto en la costa de España. ¿Tuvo éxito Jonás? De ningún modo. Ya sabemos lo que le sucedió. Tuvo problemas cuando Dios tomó medidas drásticas para hacerlo volver. Después de haberlo tenido Dios tres días en el vientre de un gran pez, Jonás decidió obedecer a Dios y ser su misionero.

Extracto del libro «Fundamentos de la fe cristiana» de James Montgomery Boice

Al continuar utilizando nuestro sitio web, usted acepta el uso de cookies. Más información

Uso de cookies

Este sitio web utiliza cookies para que usted tenga la mejor experiencia de usuario. Si continúa navegando está dando su consentimiento para la aceptación de las mencionadas cookies y la aceptación de nuestra POLÍTICA DE COOKIES, pinche el enlace para mayor información. Además puede consultar nuestro AVISO LEGAL y nuestra página de POLÍTICA DE PRIVACIDAD.

Cerrar