​Admitir que "yo soy un pecador" puede simplemente significar algo más que decir "yo no soy perfecto" -pero otra cosa muy distinta es admitir que "yo soy un idólatra, un asesino, un adúltero, un ladrón o cualquier otra cosa semejante".

No es ser realista, y aun puede considerarse erróneo, aproximarse a los diez Mandamientos como si fueran la totalidad o incluso la parte más importante de la ley. La ley es una unidad, y no hay nada ni en el Antiguo ni el Nuevo Testamento que justifique este aislamiento del Decálogo que ha tenido lugar en algunos de los escritos de la iglesia. Los Diez Mandamientos han adquirido tanta importancia en parte porque han sido utilizados por su valor para la instrucción catequística.

Hecha esta aclaración, los Diez Mandamientos deberían ser sin embargo discutidos por varias razones. Primero, dicha discusión serviría para hacer descender la ley desde una posición abstracta, que muchas veces parece tener el campo de los temas específicos. Para que la ley cumpla su función principal que es la de procesarnos judicialmente por el pecado en general, debemos entender que su propósito es procesarnos por pecados específicos, de los que somos culpables. Admitir que «yo soy un pecador» puede simplemente significar algo más que decir «yo no soy perfecto» -pero otra cosa muy distinta es admitir que «yo soy un idólatra, un asesino, un adúltero, un ladrón o cualquier otra cosa semejante». Es en este nivel donde debe aplicarse la ley. Segundo, los Diez Mandamientos tienen un valor especial por su alcance tan amplio. En la mayoría de las enumeraciones protestantes, los primeros cuatro abarcan el área cubierta por Cristo con su «primer y más importante mandamiento»: «Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente» (Mt. 22:37). Los restantes seis abarcan la segunda área de responsabilidad: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo» (vs. 39). En el catolicismo medieval, seguido por Lutero, la lista se dividió en tres mandamientos en la primera categoría y siete en la segunda categoría.

Cuando analizamos los mandamientos del Decálogo en detalle no debemos olvidarnos del contexto más amplio en el que se halla inmerso. Es más, debemos ser muy cuidadosos e interpretar cada uno a la luz de la totalidad de la revelación bíblica. Será conveniente seguir las siguientes pautas:

  1. Los mandamientos no se limitan a las acciones externas, sino que también se aplican a las disposiciones de la mente y el corazón. Las leyes humanas solamente se refieren a las acciones externas, porque los seres humanos no son capaces de ver dentro de los corazones de los demás. Pero a Dios, que puede ver hasta lo más profundo, también le conciernen las actitudes. En el Sermón del Monte, Cristo enseñó que el sexto mandamiento, además de referirse al acto de asesinato, se refería al enojo y al odio (Mt. 5:21-22), y que el séptimo mandamiento además de referirse al adulterio se refería a la lujuria (Mt. 5:27-30). El apóstol Juan refleja esta perspectiva en su primera epístola, donde argumenta que «todo aquel que aborrece a su hermano es homicida» (1 Jn. 3:15).
  2. Los mandamientos siempre contienen más que una interpretación mínima de las palabras. Es así como el mandamiento de honrar a nuestros padres y a nuestras madres podría interpretarse como significando que únicamente debemos tenerles respeto y no hablar mal de ellos. Pero esto sería demasiado poco, porque Jesús mismo enseñó que además incluye nuestra obligación de proveer con las finanzas en su vejez (Mt. 15:3-6). En otras palabras, el mandamiento se refiere a todo lo que sea posible hacer por los padres de cada uno, bajo las pautas del segundo más importante mandamiento de Cristo.
  3. Un mandamiento expresado en un lenguaje positivo implica el negativo, y un mandamiento negativo también implica el positivo. Así, cuando se nos dice que no debemos tomar el Nombre de Dios en vano, debemos entender que también se nos está ordenando la obligación opuesta, reverenciar su Nombre (Dt. 28:58; Sal. 34:3; Mt. 6:9). El mandamiento que dice que no debemos matar no sólo significa que yo no he de matar, que ni siquiera debo odiar a mi prójimo, sino que también implica que he de hacer todo lo que esté a mi alcance para su beneficio (Lv. 19:18).
  4. La ley es una unidad, en cuanto a que cada mandamiento está relacionado con los otros. No es posible cumplir con algunos de los deberes enumerados en los mandamientos, creyendo que de esa manera estamos libres de cumplir los demás. «Porque cualquiera que guardare toda la ley, pero ofendiere en un punto, se hace culpable de todos» (Stg. 2:10; compararlo con Dt. 27:26).

Extracto del libro «Fundamentos de la fe cristiana» de James Montgomery Boice

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