Este hombre era, y es, el Hijo de Dios; o, por el contrario, se trataba de un demente o algo peor. Se lo puede encerrar por ser un loco; se lo puede escupir y matarlo por ser un demonio; o podemos dejarnos caer a sus pies y llamarlo nuestro Señor y Dios. Pero lo que no se puede admitir es venir con una insensatez paternalista y decir que se trataba de un gran maestro humano. Esa puerta no está abierta.


Hemos seguido las afirmaciones sobre la divinidad de Cristo a través de los escritos del apóstol Pablo, el libro a los Hebreos y el evangelio de Juan, hasta las enseñanzas de Jesús mismo. «¿Es posible creer esto?», podría preguntarse alguien. «¿Es posible creer que un carpintero de Nazaret, no importa cuan extraordinario haya sido, era realmente Dios?». Analicemos las distintas posibilidades. Una respuesta verdaderamente imposible fue dada por los pobladores de Jerusalén. Ellos en una ocasión dijeron: «Es un hombre bueno» (Jn. 7:12). Independientemente de todo lo demás que pueda ser, no puede ser simplemente un hombre bueno. Ningún hombre bueno podría con sinceridad haber hecho las afirmaciones que
Él hizo. Él se colocó en el lugar del Salvador de la raza humana, afirmó ser Dios y tener por lo tanto la potestad de salvar. ¿Acaso lo es? Si la respuesta es afirmativa, entonces es mucho más que un hombre. Si la respuesta es negativa, en el mejor de los casos está «equivocado» (y, en consecuencia, no es «bueno»), y en el peor de los casos es un mentiroso. ¿Cómo hemos de entender entonces sus afirmaciones? No las podemos ignorar.

John R. W. Stott ha escrito: «Las pretensiones están allí. Por sí solas no constituyen la evidencia de la Deidad. Las pretensiones podrían ser falsas. Pero es necesario encontrarles alguna explicación. No es posible considerar a Jesús como meramente un gran maestro si estaba tan equivocado en uno de los puntos principales de su enseñanza: ni más ni menos que la enseñanza acerca de sí mismo.»

C. S. Lewis escribió de manera similar: «Se hace necesario hacer una opción. Este hombre era, y es, el Hijo de Dios; o, por el contrario, se trataba de un demente o algo peor. Se lo puede encerrar por ser un loco; se lo puede escupir y matarlo por ser un demonio; o podemos dejarnos caer a sus pies y llamarlo nuestro Señor y Dios. Pero lo que no se puede admitir es venir con una insensatez paternalista y decir que se trataba de un gran maestro humano. Esa puerta no nos está abierta. No fue su intención». Decir, entonces, que Jesús fue un hombre bueno, un maestro bueno y excepcional a quien todos deberíamos escuchar y de quien todos deberíamos aprender es una explicación imposible de la persona de Cristo. La cita de C. S. Lewis ya nos está sugiriendo las restantes posibilidades. Son tres. En primer lugar, Jesús puede haber estado loco; o bien, podría haber sufrido de alguna megalomanía. Esta es la opinión que muchos en su día sustentaban cuando decían: «Demonio tienes» (Jn. 7:20). Hitler sufría de megalomanía, y posiblemente también Napoleón. Existe la posibilidad de que Jesús fuera como ellos. ¿Pero acaso lo era?

Antes de llegar a esta conclusión de manera apresurada conviene que nos preguntemos si todo el carácter de Jesús (como nosotros lo conocemos) es compatible con esta especulación. Jesús actuaba como una persona que está demente? ¿Hablaba como uno que está sufriendo de megalomanía? Resulta muy difícil leer los evangelios y estar satisfechos con esta explicación. Por el contrario, mientras leemos los evangelios, comienza a tomar cuerpo en nuestras mentes que en lugar de estar loco Jesús era en realidad el hombre más cuerdo que haya existido jamás. Hablaba con autoridad medida. Siempre parecía tener dominio sobre las situaciones. Nunca era sorprendido ni abrumado por las circunstancias. Resultará muy difícil clasificarlo como un demente. Se dice que Charles Lamb dijo en determinada ocasión: «Si Shakespeare hubiese de entrar en esta habitación todos nos levantaríamos y lo saludaríamos, pero si esa Persona (Jesús) entrara, deberíamos caer de rodillas e intentar besar sus ropas».

Otra razón por la que Jesús no puede haber estado loco la constituye la reacción que los otros tuvieron hacia Él. Los hombres y las mujeres no lo toleraron simplemente; estaban a su favor o estaban violentamente en su contra. Esta no es la manera como reaccionamos hacia aquellas personas que consideramos dementes. El comportamiento irracional de un demente nos puede irritar. Podemos ignorarlo. Podemos encerrarlo si sus delirios ponen en peligro su vida y la de los demás. Pero no lo matamos; Sin embargo, fue precisamente esto lo que los hombres hicieron con Jesús.

Una segunda posibilidad es que Jesús fuera un engañador, como otros sostuvieron (Jn. 7:12). Es decir, que Él deliberadamente intentó engañar a las personas. Antes de considerar a fondo esta respuesta, sin embargo, debemos tener claro lo que ella involucra. En primer término, si Jesús realmente fue un engañador sin duda fue el mejor engañador que haya existido. Jesús pretendía ser Dios, pero dicha pretensión no la hacía en un medio griego o romano donde la idea de muchos dioses y semidioses era aceptable. Decía ser Dios en el corazón del judaismo monoteísta. Los judíos eran ridiculizados, y en ocasiones hasta perseguidos, por su creencia estricta en un solo Dios. A pesar de todo se aferraban a esa doctrina y se conducían como fanáticos en su defensa. Ese clima teológico fue el que Cristo eligió para hacer sus afirmaciones —¿y qué fue lo que sucedió?—. Lo que resulta llamativo es que consiguió que algunas personas le creyeran. Muchas personas creyeron en Él — hombres y mujeres, campesinos y pobladores urbanos sofisticados, sacerdotes, y hasta los miembros de su propia familia—.

Por otro lado, si Jesús fue un engañador, si no era Dios, correspondería tildarlo de ser un demonio. Pensemos con claridad. Jesús no dijo simplemente «Yo soy Dios» y nada más. Dijo: «Yo soy Dios y he venido a salvar la humanidad que ha caído; Yo Soy el instrumento de salvación; confiadme vuestras vidas y vuestro futuro». Jesús enseñó que Dios es santo y que estamos separados de Él porque no somos santos. Nuestro pecado constituye una barrera entre nosotros y Dios. Además, enseñó que Él había venido a hacer algo con respecto a nuestro problema. Él habría de morir por nuestro pecado; Él habría de llevar el castigo correspondiente. Todos los que confiaran en Él serían salvos. Esas son buenas nuevas, son noticias sensacionales —pero únicamente si son ciertas—. Si no son verdaderas, sus seguidores son los más miserables de todos los seres humanos, y Jesucristo debería ser odiado por ser un demonio salido del mismo infierno. Si sus afirmaciones no son verdaderas, Jesús ha permitido que generación tras generación de seguidores sean capaces de creer cualquier cosa y que terminen en una eternidad sin esperanza.

¿Pero fue un engañador? ¿Es esta la única explicación que podemos dar de alguien que fue conocido por ser «manso y humilde»; quien se convirtió en un pobre evangelista itinerante para poder ayudar a los pobres y enseñar a quienes otros despreciaban; quien dijo: «Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar»? (Mt. 11:28). Los hechos no parecen concordar con esta explicación. No podemos enfrentarnos con los hechos de su vida y sus enseñanzas y todavía llamar a este hombre un engañador. Entonces, ¿de qué hablamos?  Si no fue un engañador, y no era tampoco un demente, sólo queda otra posibilidad. Jesús es quien dijo ser. Es Dios, y nosotros deberíamos seguirle.

Extracto del libro «Fundamentos de la fe cristiana» de James Montgomery Boice

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