​La Ley de Dios, tal como está contenida en la Biblia, es el medio principal por el cual Dios revela que el pecado es pecado y el pecador es pecador. Esta revelación es el propósito principal de la Ley.

Una cosa es afirmar una doctrina, y otra muy distinta es estar convencido de ella y en consecuencia cambiar nuestra vida. Esto es cierto para el caso de cualquier enseñanza bíblica, pero particularmente es cierto en el caso de la doctrina de la Caída y del pecado humano. Estas enseñanzas son difíciles de entender y no son aceptadas de muy buena gana. Por eso es por lo que pareciera que Dios se esfuerza al máximo para convencernos de las mismas.

La Ley de Dios, tal como está contenida en la Biblia, es el medio principal por el cual Dios revela que el pecado es pecado y el pecador es un pecador, y esta revelación es el propósito principal de la Ley. Existe una idea muy extendida de creer que el propósito de la ley es enseñarnos cómo ser buenos. Pero este punto no es el que la Biblia enfatiza. Aunque es cierto que la ley instruye al malvado para limitar el mal, y que instruye incluso a los fieles cuando expresa la voluntad y el carácter de Dios, de modo que nos anima a vivir la vida cristiana; sin embargo, el propósito primordial de la ley es convencernos de que somos pecadores y que tenemos necesidad de un Salvador. Su propósito es señalarnos la figura del Salvador.

Alguien ha dicho que a la vista de Dios somos pecadores de tres maneras. Somos pecadores por nacimiento (de Adán hemos heredado el pecado y su culpa), por elección (voluntariamente repetimos el pecado de nuestros antepasados), y por veredicto divino. Es por la ley por lo que este decreto nos alcanza. La ley es la norma establecida por Dios que no podemos cumplir (por causa de nuestra naturaleza). Por eso es por lo que la ley nos condena o nos conduce al Salvador.

¿Qué es la ley de Dios? Esta pregunta no es fácil de responder como podríamos suponer en una primera instancia. El concepto de ley es complejo y difícil de aprender. Podemos comenzar a tener una idea del problema cuando recurrimos a los diccionarios. Por ejemplo, en el Oxford English Dictionary figuran unas veintitrés definiciones de la palabra ley. El Webster’s New Collegiate Dictionary, un diccionario más limitado, presenta nueve significados, y un párrafo extenso con sinónimos. Bajo los significados bíblicos sugiere los siguientes: «la ley judía o mosaica como contenida en el Hexateuco (el Pentateuco y Josué) y en Ezequiel 40 a 48» y, en el uso cristiano, «el Antiguo Testamento».

Lo que nos concierne a nosotros en este estudio es el significado bíblico, pero aun así el tema no es simple. Hay mucha variedad tanto en el uso que se hace en el Antiguo Testamento como en las ideas particulares al Nuevo Testamento. En el Antiguo Testamento, la palabra ley en su uso más simple y limitado se reserva para «el libro de la ley», que se identifica con el libro del Deuteronomio o, más específicamente, con el Decálogo o los Diez Mandamientos que constituyen el corazón de dicho libro. Se nos dice que la ley fue escrita sobre unas piedras levantadas por Israel después de que el pueblo cruzara el río Jordán al comienzo de la conquista (Dt. 27:2-3), y que fue guardada dentro del arca del pacto dentro del tabernáculo. Luego, la palabra se refirió en un sentido más amplio a los primeros cinco libros del Antiguo Testamento, el Pentateuco, también llamado Tora. Este sería el significado de la ley cuando se utiliza en los libros históricos para hacer referencia a la ley escrita con anterioridad a ellos (1 Cr. 16:40; 22:12). Es evidente que el concepto se amplió de manera continua. La expresión «la ley y los profetas» que con tanta frecuencia aparece en el Nuevo Testamento, pero que ya estaba en uso desde hacía tiempo, sugiere que la ley es todo el Antiguo Testamento, con excepción de los libros proféticos. En realidad, en los Salmos, la palabra parece ir más allá todavía y denotar la Revelación Divina en general (Sal. 1:2; 19:7-9; 94:12).

En las referencias exclusivas del Nuevo Testamento, en particular en los escritos de Pablo, estos cuatro significados del Antiguo Testamento son a veces ampliados y en otras ocasiones definidos más estrictamente. Así, por un lado, ley puede significar un único estatuto de la ley, como en Romanos 7:3 -«pero si su marido muriere, es libre de esa ley». Pero, por otro lado, puede referirse a un principio de la ley tan amplio que hasta los gentiles pueden tomar conciencia de ella. Leemos así que «Porque cuando los gentiles que no tienen ley, hacen por naturaleza lo que es de la ley, éstos, aunque no tengan ley, son ley para sí mismos» (Ro. 2:14). En los escritos polémicos de Pablo, ley puede incluso referirse al principio de la ley por el cual nadie puede ser justificado (Gá. 2:15-16; 3:2,5).

¿Qué puede querer significar el hecho de que tengamos tanta variedad de definiciones con respecto al uso que la Biblia hace con la palabra ley? Si las distintas definiciones fueran intrínsecamente contradictorias, significaría que la Biblia no nos provee de una definición universalmente aceptada de la ley. Pero no hay ninguna contradicción. Por el contrario, un estudio cuidadoso nos revela que cada autor es consciente de un concepto general sobre la ley divina, formativa e importante, un concepto del que emanan las definiciones menores y que provee de significado a las definiciones más específicas. En otras palabras, lo que en realidad importa es que, a pesar de sus expresiones particulares tan diversas, la ley es una expresión del carácter de Dios y por lo tanto se trata de una unidad, porque Él es una unidad. Este enfoque bíblico además está basado en el hecho que la palabra ley nunca es utilizada con respecto a la Tora oral ni con referencia a ninguna otra forma de tradición meramente humana.

¿Por qué fue entregada la ley escrita? Ya hemos sugerido dos respuestas a esta pregunta; convencernos del pecado y señalarnos al Señor Jesucristo como el Salvador. Ahora analizaremos cada una de ellas más atentamente.

A primera vista se podría pensar que la ley del Antiguo Testamento no tiene ninguna relación con todos aquellos que no pertenecen al pueblo elegido de Dios. Se podría argumentar que la ley fue dada a Israel, y no a todas las naciones en general. Esto sería un error, por dos motivos. En primer lugar, se estaría pasando por alto el hecho de que no todos los que pertenecían a Israel eran salvos; se trataba siempre del remanente más que del pueblo en su totalidad. Sin embargo, salvos o no, estaban bajo lo que para ellos era al menos una ley civil, que prohibía determinadas cosas y asignaba determinadas penas. En segundo lugar, estaría pasando por alto la similitud que hay entre la ley de Israel y las mejores leyes de las naciones gentiles de la antigüedad. Esta similitud está indicando que, si bien la ley del Antiguo Testamento es la expresión más pura del carácter santo de Dios, el carácter de Dios también ha sido expresado en la conciencia moral general (aunque en una forma degradada). Es así como vemos que existe algo semejante a una conciencia y una necesidad universal de la ley moral. Por lo tanto, también para los que no son cristianos hay algún tipo de valor en la ley, además de la obra del Espíritu por medio de la cual son traídos al arrepentimiento del pecado y a la fe en Cristo.

En este sentido es en el que el propósito de la ley es limitar el mal.

Como dice Calvino, una «función de la ley es… que el temor al castigo modere a ciertos hombres que permanecen indiferentes a cualquier cuidado sobre lo que es justo y correcto si no son coaccionados por las amenazas de la ley», y añade que «esta rectitud coaccionada y limitada es necesaria para la comunidad pública de los hombres, para la tranquilidad de los cuales el Señor así ha provisto cuando se preocupó de que todo no fuera tumultuosamente confundido».

Pablo parece referirse a esta función de la ley cuando le escribe a Timoteo: «conociendo esto, que la ley no fue dada para el justo, sino para los transgresores y desobedientes, para los impíos y pecadores, para los irreverentes y profanos, para los parricidas y matricidas, para los homicidas, para los fornicarios, para los sodomitas, para los secuestradores, para los mentirosos y perjuros, y para cuanto se oponga a la sana doctrina» (1 Ti. 1:9-10).

Estos y otros versículos están indicando que la ley es semejante a una correa que impide que las furias salvajes y destructivas de nuestra naturaleza pecaminosa excedan el límite impuesto por la extensión de la correa. Pero si de esto se trata, entonces tenemos un corolario: la ley no es lo principal en la revelación que Dios hace de sí mismo a la humanidad. La ley ha sido dada por causa del pecado, como dice Pablo (Ro. 5:20, Gá. 3:19). La ley es buena, por cuanto es una expresión del carácter de Dios. Pero no es la base para la relación que Dios desea que exista entre sus criaturas y Él. Se trata de algo interino. Es así como hubo un tiempo cuando no existió la ley, y habrá un tiempo cuando ya no habrá más necesidad de que opere.

Extracto del libro «Fundamentos de la fe cristiana» de James Montgomery Boice

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