​En el Nuevo Testamento se reconoce que estamos viviendo el día de la gracia de Dios, un día que se caracteriza por el libre ofrecimiento del evangelio de salvación mediante la fe en Jesucristo. Sin embargo, esto no significa que Dios haya cesado de sentir ira hacia el pecado o que no haya de desplegar su ira en el día futuro de su juicio.

Al examinar los pasajes que, en número menor, tratan el tema de la ira de Dios en el Nuevo Testamento, vemos que era un tema tan real para Jesús y los escritores del Nuevo Testamento como para los autores del Antiguo Testamento.

El Nuevo Testamento griego tiene sólo dos palabras principales para la palabra ira. Una de estas palabras es thymos, cuya raíz (thyó) significa «derramarse ferozmente», «estar acalorado de violencia», o «respirar violentamente». Su significado singular sería «un furor resollante». La otra palabra es orgé, que proviene de otra raíz completamente distinta. Su raíz (orgaó) significa «madurar para algo»; el sustantivo denota la ira que durante un largo período lentamente se ha ido acumulando. En varias ocasiones estas dos palabras aparentemente han perdido estas primeras diferencias y son usadas indistintamente. Pero cuando corresponde hacer una distinción, «orgé» es más apropiada para mostrar cómo la ira de Dios en oposición al pecado crece gradualmente y se hace cada vez más intensa. León Morris observa que, sin considerar el Apocalipsis, thymos se utiliza únicamente una vez con relación a la ira de Dios. Y concluye: «Los escritores bíblicos para describir la ira de Dios suelen usar una palabra que refleja no el impetuoso surgir de una pasión, que pronto desaparece, sino una poderosa y asentada oposición hacia todo lo que sea el mal, que surge de la misma naturaleza de Dios».

Los escritores del Nuevo Testamento hablan en muchas ocasiones sobre «la ira que ha de venir». En el Nuevo Testamento se reconoce que estamos viviendo el día de la gracia de Dios, un día que se caracteriza por el libre ofrecimiento del evangelio de salvación mediante la fe en Jesucristo. Sin embargo, esto no significa que Dios haya cesado de sentir ira hacia el pecado o que no vaya a desplegar su ira en el día futuro de su juicio. Por el contrario, la comprensión que uno pueda tener sobre ese día es que su ira es cada vez más intensa. Jesús en varias oportunidades habló sobre el infierno. Advirtió sobre las consecuencias del pecado y del castigo justo y seguro de Dios sobre las personas infieles. El autor del libro a los Hebreos escribió: «El que viola la ley de Moisés, por el testimonio de dos o de tres testigos muere irremisiblemente. ¿Cuánto mayor castigo pensáis que merecerá el que pisoteare al Hijo de Dios, y tuviere por inmunda la sangre del pacto en la cual fue santificado, e hiciere afrenta al espíritu de gracia? Pues conocemos al que dijo: Mía es la venganza, yo daré el pago, dice el Señor. Y otra vez: El Señor juzgará a su pueblo. ¡Horrenda cosa es caer en manos del Dios vivo!» (He. 10:28-31).

Pero la revelación sobre la ira de Dios en el Nuevo Testamento también se aplica al presente, como también lo hacía en el Antiguo Testamento. En Romanos 1:18 se utiliza el tiempo presente: «Porque la ira de Dios se revela desde el cielo contra toda impiedad e injusticia de los hombres que detienen con injusticia la verdad». Si el tiempo verbal fuera el futuro, también tendría sentido. Se estaría refiriendo al día futuro del juicio final de Dios. Pero al utilizar el tiempo presente, el versículo parece referirse a una revelación continua de la ira de Dios contra la maldad en todos los períodos históricos y en todo lugar —en otras palabras, contra toda clase de consecuencias y resultados accesorios del pecado…—. Estos resultados incluyen el oscurecimiento de nuestro entendimiento siempre que la verdad sobre Dios es rechazada (1.21). Incluyen el envilecimiento de la conciencia religiosa de las personas, y la degradación de la persona (1:23), las perversiones sexuales, las mentiras, las envidias, el odio, los homicidios, las contiendas, los engaños, la desobediencia a los padres y otras consecuencias (1:24-31). No hay nada en estas listas que sugiera que el apóstol Pablo estaba sustituyendo los resultados presentes y mecánicos del pecado por una manifestación directa y personal de la ira de Dios en un día futuro, como algunos teólogos contemporáneos han enseñado. Pablo también se refiere al día de la ira en el futuro (Ro. 2:5; 1 Ts. 1:10: 2:16; 5:9). Sin embargo, Pablo ve la evidencia de esa ira futura en los resultados presentes del pecado. Podemos decir que Dios nos ha advertido del juicio que ha de venir: primero, por nuestra propia conciencia del bien y del mal, de la justicia y la injusticia; y segundo, por las evidencias de las muestras inevitables de la justicia de Dios que vemos hoy en día. Pablo describe este proceso como lo atestigua el paganismo. Existen evidencias paralelas en la actualidad. Porque cuando los hombres y las mujeres abandonan a Dios, Dios los entrega «a la inmundicia… a pasiones vergonzosas… [y] a una mente reprobada» (Ro. 1:24,26,28). Podemos apreciar esto en la progresiva decadencia moral de la civilización occidental, las familias desintegradas, las psicosis y otras formas de desintegración psicológica. Lo podemos apreciar en nuestras propias vidas y en cosas supuestamente sin importancia, como la inquietud, el insomnio, y la sensación de infelicidad y falta de realización personal.

A modo de resumen, por un lado tenemos la casi universal y básica reacción de la raza humana hacia la idea de la ira de Dios. Esta es considerada innoble de Dios, quizá hasta vengativa y cruel. Por otro lado, tenemos toda la revelación bíblica donde la ira de Dios es presentada como una sus perfecciones. Su ira es presentada como siendo coherente con su oposición al mal, como siendo judicial, como siendo un aspecto de Dios que los humanos pueden elegir por sí mismos y, por último (aunque no menos importante), como siendo algo sobre lo que hemos sido claramente advertidos.

La ira de Dios no es innoble. Por el contrario, es demasiado noble, demasiado justa, demasiado perfecta — eso es lo que nos molesta. En los asuntos humanos, correctamente valoramos la justicia y la «ira» del sistema judicial, ya que nos protege. Si alguna vez nos apartáramos de la ley, siempre existe la posibilidad de que pudiéramos presentar una apelación, o escapar por medio de un tecnicismo, o declararnos culpables de una ofensa menor y ser perdonados. Pero no podemos actuar así con respecto a Dios. Cuando tratamos con Dios no estamos tratando con las imperfecciones de la justicia humana sino con las perfecciones de la justicia divina. Estamos tratando con Uno para quien no solamente nuestras acciones sino nuestros pensamientos y nuestras motivaciones le son visibles. ¿Quién puede escapar a tal justicia? ¿Quién puede pararse delante de este Juez tan implacable? Nadie. Cuando tomamos conciencia de esta verdad es cuando nos resentimos de la justicia de Dios e intentamos negar su realidad de cualquier forma posible. Pero, no debemos negarla. Si lo hacemos, nunca podremos apreciar nuestra necesidad espiritual, como es necesario que la apreciemos si hemos de volvernos a nuestro Señor Jesucristo como nuestro Salvador. Si no nos volvemos a Él, nunca podremos verdaderamente conocer a Dios ni conocernos a nosotros mismos adecuadamente. Sólo cuando conocemos a Dios como el Creador es cuando podemos discernirlo como Juez. Y sólo cuando lo conozcamos como Juez es cuando podremos descubrirlo como nuestro Redentor.

Extracto del libro «Fundamentos de la fe cristiana» de James Montgomery Boice

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