Cuando Dios planeó la gran obra de salvar pecadores, proveyó dos dones: dio a su Hijo y dio a su Espíritu. De hecho cada Persona de la Trinidad se involucró en esta gran obra de salvación. El amor, gracia y sabiduría del Padre la planeó; el amor, gracia y humildad del Hijo la compró; y el amor, gracia y poder del Espíritu Santo capacitó a los pecadores para creer y recibirla.
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