En BOLETÍN SEMANAL
​Resultados y evidencias de la santificación: La santificación es el resultado y consecuencia inseparable de la regeneración. El que ha nacido de nuevo y ha sido hecho una nueva criatura, ha recibido una nueva naturaleza y un nuevo principio de vida. La persona que pretende haber sido regenerada y que, sin embargo, vive una vida mundana y de pecado, se engaña a sí misma.

«Santifícalos en tu verdad». «Porque la voluntad de Dios es vuestra santificación» (Juan 17:17; 1 Tesalonicenses 4:3)

El tema que tenemos delante es de una importancia tan vasta y profunda, que requiere delimitaciones propias, defensa, claridad y exactitud. Toda doctrina que es necesaria para la salvación nunca puede ser desarrollada con demasiada amplitud ni ser suficientemente destacada. Para despejar la confusión doctrinal, que por desgracia tanto abunda entre los cristianos, y para dejar bien sentadas las verdades bíblicas sobre el tema que nos ocupa, daré a continuación una serie de proposiciones sacadas de la Escritura, que son muy útiles para una exacta definición de la naturaleza de la santificación.

1 – La santificación es resultado de una unión vital con Cristo. Esta unión se establece a través de la fe. «El que está en mí, y yo en él, éste lleva mucho fruto.»(Juan 15:5.) El pámpano que no lleva fruto, no es una rama viva de la vid. Ante los ojos de Dios, una unión con Cristo meramente formal y sin fruto, no tiene valor alguno. La fe que no tiene una influencia santificadora en el carácter del creyente no es mejor que la fe de los diablos; es una fe muerta, no es el don de Dios, no es la fe de los elegidos. Donde no hay una vida santificada, no hay una fe real en Cristo. La verdadera fe obra por el amor, y es movida por un profundo sentimiento de gratitud por la redención. La verdadera fe constriñe al creyente a vivir para su Señor y le hace sentir que todo lo que pueda hacer por Aquel que murió por sus pecados no es suficiente. Al que mucho le ha sido perdonado, mucho ama. El que ha sido limpiado con Su sangre, anda en luz. Cualquiera que tiene una esperanza viva y real en Cristo se purifica, como Él también es limpio (Santiago 2:17-20; Tito 1:1; Gálatas 5:6; 1 Juan 1:7; 3:3).

2 – La santificación es el resultado y consecuencia inseparable de la regeneración. El que ha nacido de nuevo y ha sido hecho una nueva criatura, ha recibido una nueva naturaleza y un nuevo principio de vida. La persona que pretende haber sido regenerada y que, sin embargo, vive una vida mundana y de pecado, se engaña a sí misma; las Escrituras descartan tal concepto de regeneración. Claramente nos dice San Juan que el que »ha nacido de Dios no hace pecado, ama a su hermano, se guarda a sí mismo y vence al mundo» (1 Juan 2:29,·3:9-15; 5:1-18). En otras palabras, si no hay santificación, no hay regeneración; si no se vive una vida santa no hay un nuevo nacimiento. Quizá para muchas mentes estas palabras sean duras, pero sean duras o no, lo cierto es que constituyen la simple verdad de la Biblia. Se nos dice en la Escritura que el que ha nacido de Dios, «no hace pecado, porque su simiente está en Él : y no puede pecar, porque es nacido de Dios» (1 Juan 3 :9.)

3 – La santificación constituye la única evidencia cierta de que el Espíritu Santo mora en el creyente. La presencia del Espíritu Santo en el creyente es esencial para la salvación. «Si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, el tal no es de Él» (Romanos 8:9). El Espíritu nunca está dormido o inactivo en el alma: siempre da a conocer su presencia por los frutos que produce en el corazón, carácter y vida del creyente. Nos dice Pablo: «El fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza» (Gálatas 5 :22). Allí donde se encuentran estas cosas, allí está el Espíritu; pero allí donde no se ven estas cosas, es señal segura de muerte espiritual delante de Dios. Al Espíritu se le compara con el viento, y como sucede con éste, no podemos verle con los ojos de la carne. Pero de la misma manera que conocemos que hay viento por sus efectos sobre las olas, los árboles y el humo, así podemos descubrir la presencia del Espíritu en una persona por los efectos que produce en su vida y en su conducta. No tiene sentido decir que tenemos el Espíritu si no andamos también en el Espíritu (Gálatas 5:25). Podemos estar bien ciertos de que aquellos que no viven santamente, no tienen el Espíritu Santo. La santificación es el sello que el Espíritu Santo imprime en los creyentes. «Todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, los tales son hijos de Dios» (Romanos 8:11).

4 – La santificación constituye la única evidencia cierta de la elección de Dios. Los nombres y el número de los elegidos es un secreto que Dios en su sabiduría no ha revelado al hombre. No nos ha sido dado en este mundo el hojear el libro de la vida para ver si nuestros nombres se encuentran en él. Pero hay una cosa plenamente clara en lo que a la elección concierne: los elegidos se conocen y se distinguen por sus vidas santas. Expresamente se nos dice en la Escritura que son «elegidos en santificación del Espíritu». «Elegidos para salvación por la santificación del Espíritu.» «Predestinados para ser hechos conformes a la imagen de Cristo.» «Escogidos antes de la fundación del mundo para que fuésemos santos.» De ahí que cuando Pablo vio «la obra de fe» y el «trabajo de amor» y «la esperanza» paciente de los creyentes de Tesalónica, podía concluir: «Sabiendo hermanos amados de Dios, vuestra elección» (1 Pedro 1:2; 2 Tesalonicenses 2:13; Romanos 8:29; Efesios 1:4; 1 Tesalonicenses 1:3-4).

Si alguien se gloría de ser uno de los elegidos de Dios y, habitualmente y a sabiendas, vive en pecado, en realidad se engaña a sí mismo, y su actitud viene a ser una perversa injuria a Dios. Naturalmente, es difícil conocer lo que una persona es en realidad, pues muchos de los que muestran apariencia de religiosidad, en el fondo no son más que empedernidos hipócritas. De todos modos, podemos estar ciertos de que, si no hay evidencias de santificación, no hay elección para salvación; y como enseña nuestro catecismo, el Espíritu Santo «santifica a todo el pueblo elegido de Dios».

5 – La santificación es algo que siempre se deja ver. «Cada árbol por su fruto es conocido» (Lucas 6 :44). Tan genuina puede ser la humildad del creyente verdaderamente santificado que puede en sí mismo no ver más que enfermedad y defectos; y al igual que Moisés, cuando descendió del monte, puede no darse cuenta de que su rostro resplandece. Como los justos en el día del juicio final, el creyente verdaderamente santificado creerá que no hay nada en él que merezca las alabanzas de su Maestro. «¿Cuándo te vimos hambriento y te sustentamos?» (Mateo 25:37). Se lo vea, o no se lo vea, lo cierto es que los otros siempre verán en él un tono, un gusto, un carácter y un hábito de vida, completamente distintos a los de los demás hombres. El mero suponer que una persona pueda ser «santa» sin una vida y obras que lo acrediten sería un absurdo, un disparate. Una luz puede ser muy débil, pero aunque sólo sea una chispita, en una habitación oscura se verá. La vida de una persona puede ser muy insignificante, pero aun así se percibirá el débil latir del pulso. Lo mismo sucede con una persona santificada: su santificación será algo que se verá y se hará sentir, aunque a veces la misma no puede percatarse de ello. Un «santo» en el que sólo puede verse mundanalidad y pecado, es una especie de monstruo que no se conoce en la Biblia.

6 – La santificación es algo de lo que el creyente es responsable. Y aquí no se me entienda mal. Mantengo firmemente que todo hombre es responsable delante de Dios; en el día del juicio los que se pierdan no tendrán excusa alguna; todo hombre tiene poder para «perder su propia alma» (Mateo 16:26). Pero también mantengo que los creyentes son responsables -y de una manera eminente y peculiar de vivir una vida santa; esta obligación pesa sobre ellos. Los creyentes no son como las demás personas -muertas espiritualmente- sino que están vivos para Dios, y tienen luz, conocimiento y un nuevo principio en ellos. Si no viven vidas de santidad, ¿de quién es la culpa? ¿A quién podemos culpar, si no a ellos mismos? Dios les ha dado gracia y les ha dado una nueva naturaleza y un nuevo corazón; no tienen, pues, excusas para no vivir para Su alabanza. Este es un punto que se olvida con mucha frecuencia. La persona que profesa ser cristiana, pero adopta una actitud pasiva, y se contenta con un grado de santificación muy pobre -si es que aún llega a tener eso- y fríamente se excusa con aquello de que «no puede hacer nada», es digna de compasión, pues ignora las Escrituras. Estemos en guardia contra esta noción tan errónea. Los preceptos que la Palabra de Dios dirige e impone a los creyentes, se dirigen a éstos como seres responsables y que han de rendir cuentas. Si el Salvador de pecadores nos ha dado una gracia renovadora, y nos ha llamado por su Espíritu, podemos estar ciertos de que es porque Él espera que nosotros hagamos uso de esta gracia y no nos pongamos a dormir. Muchos creyentes «contristan al Espíritu Santo» por olvidarse de esto y viven vidas inútiles y desprovistas de consuelo.

[…]

He presentado estas proposiciones sobre la santificación con la firme persuasión de que son verdaderas, y pido a todos los lectores que las mediten seriamente. Todas, y cada una de ellas, podrían ser desarrolladas más ampliamente, y quizá algunas podrían ser discutidas, pero sinceramente dudo de que alguna de ellas pudiera ser descartada y eliminada como errónea. Con respecto a todas ellas pido un estudio justo e imparcial. Creo, con toda mi conciencia, que estas proposiciones podrán ayudarnos a conseguir nociones más claras sobre la santificación.

Extracto del libro: «El secreto de la vida cristiana» de J.C. Ryle

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