En BOLETÍN SEMANAL
​Si deseas ser santoLa sabiduría que no es de Cristo, es locura; la justicia que no es de Cristo, es culpabilidad y condenación; la santificación que no es en Cristo es suciedad y pecado; la redención que no es en Cristo es servidumbre y esclavitud.


«La santidad, sin la cual nadie verá al Señor» (Hebreos 12:14)

¿Deseas ser santo? ¿Deseas ser una nueva criatura? Pues debes empezar con Cristo. Nada podrás hacer a menos que hayas experimentado tu pecado y debilidad, y te hayas refugiado en Cristo. Él es la raíz y principio de la santidad, y para ser santo debes acudir a Él por la fe. Cristo no es sólo sabiduría y justicia para su pueblo, sino que también es santificación. Lo primero que hacen algunas personas es intentar hacerse santas, ¡y cuán triste es su empeño! Trabajan y se esfuerzan, prueban nuevos métodos, cambian de proceder una y otra vez, pero todo es inútil; su caso es igual que el de aquella mujer con flujo de sangre que, antes de ir a Cristo, había gastado todo lo que tenía «y nada había aprovechado, antes le iba peor» (Marcos 5:26). Corren en vano, y se esfuerzan en vano; y no es de extrañar: han empezado mal. Se empeñan en construir una pared de arena; en cuanto la levantan se desploma. Sacan agua del bote que tiene un agujero en el fondo, y por mucho que saquen, la cantidad de agua que entra es mayor. Nadie puede poner otro fundamento de santidad que el que está puesto, y este es Cristo. Sin Cristo nada podemos hacer (Juan 15:5). Aunque fuertes, las palabras de Traill son verdaderas: «La sabiduría que no es de Cristo, es locura; la justicia que no es de Cristo, es culpabilidad y condenación; la santificación que no es en Cristo es suciedad y pecado; la redención que no es en Cristo es servidumbre y esclavitud.”

¿Deseas obtener la santidad? ¿Deseas de corazón ser santo? Entonces acude a Cristo. No esperes a nadie; no tardes. No pienses en que debes prepararte. Con las palabras de aquel hermoso himno, acude a Él y dile:


En mis manos nada llevo.
Y sin nada a tu cruz me adhiero.
Desnudo, a ti acudo por vestido;
Y sin esperanza en mí, a ti por gracia vengo.

Todo fundamento de santificación que no sea Cristo, resultará inútil; y es que la santidad es un don especial que Él concede a su pueblo. La santidad es la obra que Él desarrolla en el corazón de los creyentes a través de su Espíritu. Cristo ha sido exaltado «por Príncipe y Salvador, para dar arrepentimiento y perdón de pecados» «A todos los que le recibieron, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios» (Hechos 5:31; Juan 1:12). La santidad no se hereda con la sangre, los padres no pueden darla a los hijos; no depende de la voluntad de la carne. La santidad viene de Cristo. Es resultado de una unión vital con Él. Acude, pues, a Cristo, y dile: «Señor, no sólo necesito que me salves de la culpabilidad del pecado, sino también que me salves de su poder a través del Espíritu que Tú has prometido. Hazme santo; enséñame a hacer tu voluntad.”

¿Deseas continuar en la santidad? Continúa, pues, en Cristo. El mismo Señor Jesús dice: «Permaneced en mí y yo en vosotros; el que permanece en mí, y yo en él, éste lleva mucho fruto» (Juan 15:4, 5). En Cristo el creyente tiene el manantial para todas sus necesidades, pues agradó al Padre que en él morara toda la plenitud. Él es el Médico a quien continuamente debes recurrir para gozar de buena salud espiritual; es el Maná del cual tú debes comer diariamente; el manantial de la Roca del que tú has de beber diariamente. En su brazo debes apoyarte al abandonar el desierto de este mundo. No sólo has de estar fundamentado en Él, sino también edificado en Él. ¿Dónde estaba el secreto de la vida espiritual de Pablo? En el hecho de que él en Cristo «era todo a todos”. Sus ojos estaban siempre en Jesús. De ahí que pudiera decir: «Todo lo puedo en Cristo que me fortalece.” «Vivo, no ya yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios» (Hebreos 12:2; Filipenses 4:13; Gálatas 2:20).

Ojalá todos los que han leído este escrito supieran estas cosas por experiencia. Que de ahora en adelante sintamos más la influencia e importancia de la santidad. ¡Que nuestros años sean años santos, y entonces sí que seremos realmente felices! Tanto si vivimos como si morimos, vivamos y muramos para el Señor. Y si Él viene a buscarnos en vida, que nos encuentre en paz, sin mancha y sin contaminación.

Extracto del libro: «El secreto de la vida cristiana» de J.C. Ryle

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