En BOLETÍN SEMANAL
​​Un cristiano debe llevar el arma de la oración como una espada desenvainada en su mano. Nunca debernos detener nuestras súplicas. Que nuestros corazones nunca sean corno una arma de poco uso, necesitando que se le haga de todo antes de poder ser usada contra el enemigo, sino que debe ser corno un cañón, cargado y preparado, requiriendo sólo el fuego para poder disparar.
Orar en todo tiempo es vivir en un estado constantemente consciente de la presencia de Dios, donde todo lo que vemos y experimentamos se convierte en una especie de oración que se vive con una conciencia profunda y una entrega a nuestro Padre celestial.

​Un cristiano debe llevar el arma de la oración como una espada desenvainada en su mano. Nunca debernos detener nuestras súplicas. Que nuestros corazones nunca sean corno una arma de poco uso, necesitando que se le haga de todo antes de poder ser usada contra el enemigo, sino que debe ser corno un cañón, cargado y preparado, requiriendo sólo el fuego para poder disparar.
Orar en todo tiempo es vivir en un estado constantemente consciente de la presencia de Dios, donde todo lo que vemos y experimentamos se convierte en una especie de oración que se vive con una conciencia profunda y una entrega a nuestro Padre celestial.   Todos los pensamientos, obras y circunstancias de la vida se convierten en una oportunidad para tener comunión con nuestro Padre celestial. Así ponemos nuestras mentes «en las cosas de arriba, no en las de la tierra» (Col. 3:2).

Puesto que el propósito final de nuestra salvación es glorificar a Dios y tener una comunión íntima y enriquecedora con Él,  cuando no buscamos a Dios en oración, negamos ese propósito. «Lo que hemos visto y oído, esto os anunciamos», dice el apóstol Juan, «para que vosotros también tengáis comunión con nosotros. Y nuestra comunión es con el Padre y con
su Hijo Jesucristo» (1 Jn. 1:3).
 
Nuestra comunión con Dios no fue diseñada para esperar hasta que estuviéramos en el cielo. El mayor deseo de Dios, y nuestra mayor necesidad, es estar en constante comunión con Él ahora, y no hay una expresión o experiencia más grande de comunión que la oración.

En una de sus obras clásicas sobre la oración, Purpose in Prayer (El propósito de la oración), el pastor del siglo XIX, E. M. Bounds, nos ofrece este recordatorio de cómo debemos cultivar nuestra comunión con el Señor:
La oración no es una función que carece de significado o un deber que hay que cumplirlo al final de un día ocupado o agotador. No estamos obedeciendo al mandamiento de nuestro Señor cuando nos contentamos con unos cuantos minutos de rodillas en los ajetreos de la mañana, o tarde en la noche cuando las facultades, cansadas por las tareas del día, piden un descanso. Es cierto que Dios siempre está al alcance de una llamada, su oído siempre está atento al grito de su hijo, pero nunca llegaremos a conocerlo si usamos el vehículo de la oración como usamos el teléfono para tener unas cuantas palabras de conversación apurada. La intimidad requiere desarrollo. Nunca podremos conocer a Dios, con todo lo que implica el privilegio que es conocerlo, por medio de repeticiones de intercesiones breves, fragmentadas y desconsideradas, las cuales son peticiones de favores personales y nada más. Esa no es la manera en que podemos entrar en comunicación con el Rey del cielo. «La meta de la oración es ser el oído por Dios», una meta que sólo se puede lograr buscándolo de manera paciente, continua y constante, derramando nuestro corazón y permitiéndole que nos hable. Sólo al hacerlo podemos esperar conocerlo, y a medida que más lo conocemos más tiempo pasaremos en su presencia y encontraremos que esa presencia es un deleite constante y creciente’.
 
En Etesios 6: 18 Pablo dice que debemos orar con «toda oración y ruego». La palabra griega que se traduce «oración» (también en 1 Tes. 5:17) es la palabra común del Nuevo Testamento que se refiere a peticiones generales. La palabra que se traduce por «ruego» se refiere a oraciones específicas.
El uso que hace Pablo de ambas palabras sugiere nuestra participación necesaria en toda clase de oración, todo tipo que sea apropiado.

La postura
Orar todo el tiempo necesita que se esté en varias posiciones porque nunca vas a estar en la misma posición todo el día.
En la Biblia, la gente oraba de pie (1 Rey. 8:22), levantando las manos (1 Tim. 2:8), sentados (2 Sam. 7:18), de rodillas (Mar. 1:40), mirando hacia arriba (Juan 17:1), inclinados (Éxo.34:8), poniendo la cabeza entre las rodillas (1 Rey. 18:42), golpeándose el pecho (Luc. 18:13), y en dirección a Jerusalén (Dan. 6:10).

Las circunstancias
Mientras que algunas personas piensan que la oración debería ser muy formal, la Biblia documenta que la gente oraba en muchas y diversas circunstancias, así como con diferentes expresiones. Oraban con ropa de aflicción (Sal. 35:13), sentados sobre cenizas (Job 1:20, 21), golpeándose el pecho (Luc.18:13), llorando (Sal. 6:6), echando polvo sobre sus cabezas
 (Jos. 7:6), rasgando sus vestiduras (Esd. 9:5), ayunando (Deut.9:18), gimiendo (Sal. 6:4-6), con fuerte clamor y lágrimas (Heb. 5:7), como sudando sangre (Luc. 22:44), quebrantados de corazón (Sal. 34:18), haciendo sacrificios (Sal. 20:1-3) y cantando himnos (Hech. 16:25).

El lugar
La Biblia también registra a gente orando en toda clase de lugares: en la batalla (2 Crón. 13:14, 15), en una cueva (1 Rey.]9:9,10), en una habitación (Mat. 6:6), en un huerto (Mat. 26:36-44), en un monte (Luc. 6:12), junto a un río (Hech.16:13), en la playa (Hech. 21:5, 6), en la calle (Mat. 6:5), en el
templo (l Rey. 8:22-53), en la cama (Sal. 4:3,4), en una casa (Hech. 9:39,40), en el vientre de un pez (Jan. 2:1-10), en una azotea (Hech. 10:9), en una cárcel (Hech. 16:23-26), en el desierto (Luc. 5:16) y en una cruz (Luc. 23:33, 34,46). En 1 Timoteo 2:8, Pablo dijo: «Quiero, pues, que los hombres oren en todo lugar. .. «. Para el cristiano fiel y lleno del Espíritu, cualquier lugar se convierte en un lugar de oración.

El tiempo
Las Escrituras muestran a gente orando tres veces al día (Dan. 6:10), en la noche (Mar. 1:35), antes de las comidas  (Mat. 14:19), en la novena hora o sea las 3:00 p.m. (Hech. 3:1), a la hora de dormir (Sal. 4:4), a la medianoche (Hech. 16:25), día y noche (Luc. 2:37; 18:7), a menudo (Luc. 5:33), en la juventud (Jer. 3:4), en la vejez (Dan. 9:2-19), cuando están en
problemas (2 Rey. 19:3,4), todos los días (Sal. 86:3) y siempre (Luc. 18:1; 1 Tes. 5:17).
La oración es apropiada en cualquier momento, cualquier postura, cualquier lugar, bajo cualquier circunstancia y con cualquier atuendo. Debe ser una manera de vivir completa, de comunión abierta y continua con Dios. Después de tomar todos los infinitos recursos que son tuyos en Cristo, jamás creas que ya no dependes del poder de Dios minuto a minuto.

Actitudes coincidentes
A través de toda su vida el creyente siente su insuficiencia, por lo tanto, él vive dependiendo totalmente de Dios. Mientras sienta esa insuficiencia y dependencia, orará sin cesar. Al mismo tiempo, sabrá que es el beneficiario de bendiciones tremendas por parte de Dios. Por eso Pablo manda a los tesalonicenses a «estar siempre gozosos» y «dar gracias por todo» en sus oraciones incesantes (1 Tes. 5:16-18). Esto refleja un equilibrio en nuestra comunión con Dios. Mientras ofrecemos peticiones específicas por nuestras necesidades y las de otros, al mismo tiempo podemos regocijarnos y dar gracias, no sólo por respuestas especificas, sino también por la bendición abundante que derrama Dios sobre nosotros día tras día.

Extracto del libro: A solas con Dios, de John MacArthur

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