En BOLETÍN SEMANAL
​Un Libro único: Cuando lees la Biblia, debes ser consciente de que no estás leyendo los escritos de hombres pobres e imperfectos como tú y yo, sino que estás leyendo la Palabra del Dios Eterno.

​«Escudriñad las Escrituras» «¿Cómo lees?» (Juan 5:39; Lucas 10:26).

Después de la oración no hay nada que sea tan importante para nuestra vida espiritual como la lectura de la Biblia. En su gran misericordia Dios nos ha dado un Libro que nos puede «hacer sabios para la salvación por la fe que es en Cristo Jesús» (II Timoteo 3:15). Por la lectura de este Libro aprenderemos también a vivir confiadamente y a morir en paz. ¡Dichoso el hombre que posee una Biblia! ¡Pero aún más dichoso quien la lee! Y dichoso y feliz en alto grado aquel que, no sólo la lee, sino que también la pone por obra, y hace de ella su regla de fe y de vida.

Es un hecho tristísimo, sin embargo, que el hombre tenga la desafortunada habilidad de abusar de los dones de Dios. Ha pervertido el poder, las facultades y los privilegios con los que fue creado y los usa para fines distintos a los que Dios dispuso. El lenguaje del hombre, su imaginación, su intelecto, su vigor, su tiempo, su influencia, su dinero, etcétera, en vez de usarse para la gloria del Hacedor, se usan para conseguir y satisfacer los fines egoístas de una criatura caída. Y de la misma manera que el hombre hace mal uso de las misericordias y dones de Dios, también hace mal uso de la Palabra, de la Biblia. Una acusación inapelable puede hacerse en contra del llamado mundo cristiano, y es la de que ha abusado y descuidado la Biblia.

La Biblia es el libro que más se vende y el libro que más se compra; es el libro que más se imprime y el libro que más se distribuye. Hay Biblias en todos los tamaños, y para todos los gustos. Pocos son los hogares que no tengan una Biblia. Pero con todo debemos decir que tener la Biblia es una cosa, y leer la Biblia es otra.

El descuido que con respecto a la Biblia muestra la gente, será el tema a desarrollar en este escrito. Lo que tú haces con la Biblia no es algo sin importancia. Te ruego, pues, que con atención consideres el tema que a continuación me propongo desarrollar. Toda persona que verdaderamente se preocupa por su alma debe tener a la Biblia en alta estima, estudiarla con regularidad y familiarizarse íntimamente con su contenido.

Ningún otro libro se ha escrito como la Biblia. La Biblia nos ha sido dada por «inspiración de Dios» (II Timoteo 3:16). Y en este aspecto difiere de cualquier otro libro. Dios enseñó a los escritores de la Biblia lo que éstos habían de decir; en sus mentes puso ideas y pensamientos. Los guió y dirigió al ponerlos por escrito. Cuando lees la Biblia, debes ser consciente de que no estás leyendo los escritos de hombres pobres e imperfectos como tú y como yo, sino que estás leyendo las palabras del Dios eterno. Cuando escuchas la Palabra, en realidad no estás oyendo las opiniones falibles de hombres mortales, sino que estás oyendo el mensaje que proviene de la mente del Rey de reyes. Los hombres que fueron usados para escribir la Biblia no hablaron lo suyo propio, sino que «hablaron siendo inspirados por el Espíritu Santo» (11 Pedro 1:21). Todos los demás libros del mundo, por buenos y útiles que sean, son más o menos imperfectos; a medida que uno más los estudia y examina, más se da cuenta de sus defectos y errores. La Biblia, sin embargo, es un libro absolutamente perfecto; desde el principio hasta el final es la Palabra de Dios.

No me detendré a dar largas y elaboradas demostraciones de esto; la Biblia en sí lleva el sello de su propia inspiración. La Biblia es el milagro más formidable que podemos contemplar. Aquel que dice que la Biblia no es inspirada, que justifique, si puede, su aserto; que pruebe, si a ello se aventura, el carácter y naturaleza peculiares de este Libro, y que lo haga con argumentos que satisfagan el sentido común de cualquier persona. Nada podrá demostrar en contra de la inspiración de este Libro.

El hecho de que en la Biblia encontramos diferencias de estilo literario, no va en contra de la inspiración divina de la misma, tal como algunos han objetado. Isaías no escribe con el mismo estilo de Jeremías, ni Pablo con el de Juan. Pero aun así, no podemos decir que los escritos de estos hombres no fueron inspirados en el mismo grado. El agua del mar no tiene en todas partes el mismo color; en algunos lugares es más azul o más verde que en otros. Esto se debe a la mucha o poca profundidad de las aguas y al color del suelo marítimo; pero en todas partes se trata de la misma agua salada. Según el instrumento musical que se toque, el aire pulmonar de una persona producirá diferentes sonidos; la flauta, la gaita o la trompeta tienen sonidos peculiares y distintos, pero el aire que produce las notas en todos los casos es el mismo: es el viento que proviene de los pulmones del músico. La luz de los planetas que nosotros vemos no es la misma, varía según se trate de Marte, Saturno o Júpiter; sin embargo, bien sabemos que se trata de la misma luz; todos estos planetas reflejan la luz que reciben del sol. Y es así también con los libros del Antiguo y Nuevo Testamento: todos son verdad inspirada, pero los aspectos de esa verdad varían según la mente a través de la cual el Espíritu Santo la hizo brotar. El estilo y sello peculiares de cada escritor varía, lo cual nos demuestra que cada uno de ellos tenía una naturaleza individual y distinta, pero el Guía Divino que inspiró y dirigió lo escrito, en todos los casos era el mismo. Toda la Biblia es inspirada. Cada capítulo, cada versículo, cada palabra, viene de Dios.

¡Los hombres que tienen dudas y dificultades, y aún pensamientos escépticos sobre la inspiración de la Biblia, deberían examinar con calma las Escrituras por ellos mismos! ¡Deberían obrar bajo la influencia de aquel consejo que significó el primer paso de la conversión de San Agustín: “¡Toma y lee! ¡Toma y lee!» ¡Cuántos nudos intrincados solventaría este proceder! ¡Cuántas dificultades y objeciones haría desaparecer! Sería como el despuntar el sol sobre las tinieblas del alba: desaparecerían. Entonces, ¡cuántos confesarían enseguida: “¡El dedo de Dios está aquí! Dios está en este libro, y yo no lo sabía.”

Y es precisamente sobre este Libro sobre el que deseo hablar a mis lectores. No es algo sin importancia saber lo que estás haciendo con el mismo. No es sin motivo que Dios hizo que este Libro fuera escrito «para tu enseñanza», y que poseas la palabra de Dios» (Romanos 15:4; 3:2). Te exhorto y te ruego que des una contestación sincera a esta pregunta:»¿Qué estás haciendo con la Biblia?» ¿La lees alguna vez? Y si la lees, ¿CÓMO LA LEES?

Extracto del libro: «El secreto de la vida cristiana» de J.C. Ryle

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