En BOLETÍN SEMANAL
​El conocimiento necesario para ser salvo. Una persona puede ser muy ignorante, y sin embargo ser salva. Quizá no pueda leer ni una palabra, ni escribir una letra. Sin embargo, y aún a pesar de que sobre estos temas sea tan ignorante, si este hombre con sus oídos ha escuchado el mensaje bíblico y lo ha creído con el corazón, este conocimiento es suficiente para salvar su alma.


«Escudriñad las Escrituras» «¿Cómo lees?» (Juan 5:39; Lucas 10:26).

En nuestros días se cumplen aquellas palabras de Daniel: «Muchos correrán de aquí para allá y la ciencia se aumentará» (Daniel 12:4). El número de escuelas se multiplica; se crean nuevos centros de cultura y las viejas universidades se transforman radicalmente. La riada de nuevos libros es continua. Se estudia más, se aprende más, se lee más. Y yo me alegro de que sea así. La masa sumida en la ignorancia, además de constituir una pesada carga para la nación, implica el peligro de que se levante y vaya en pos del primer Absalón que la arengue. Pero el punto sobre el que deseo hacer énfasis es éste: por mucha que sea la enseñanza y cultura que pueda recibir el hombre, ésto no podrán salvarle del infierno. Sólo la verdad de la Biblia puede salvarle del infierno.

Una persona puede ser muy instruida, pero aun así no ser salva. Quizá pueda dominar más de la mitad de las lenguas que se hablan en el mundo, y estar familiarizada con las cosas más profundas y difíciles del cielo y de la tierra. Quizá como resultado de los muchos libros leídos se haya convertido en una biblioteca ambulante; y pueda disertar, como Salomón, «de los árboles, desde el cedro del Líbano hasta el hisopo que nace en la pared», y de «los animales, las aves, los reptiles y los peces» (1 Reyes 4:33). Quizá pueda ser una autoridad en los secretos del fuego, del aire, de la tierra y del agua. Y no obstante, si muere ignorando las verdades de la Biblia, ¡muere miserablemente! La química nunca pudo acallar una conciencia culpable; las matemáticas nunca pudieron curar las heridas de un corazón quebrantado; ninguna ciencia ha podido jamás suavizar la almohada del moribundo. Ninguna filosofía humana ha podido inculcar esperanza en la hora de la muerte. La teología natural es incapaz de brindar paz al hombre ante la perspectiva de caer en manos de un Dios vivo y santo. Todo esto es terrenal, y no puede elevar al hombre a las alturas espirituales. Quizá sirva para hinchar al hombre con un aire dignificado y elevado durante su corta vida, pero es incapaz de darle alas y hacerle remontar a las realidades espirituales. La muerte pondrá fin a todos sus logros intelectuales; y después de la muerte se dará cuenta de que de nada le sirvieron.

Una persona puede ser muy ignorante, y sin embargo ser salva. Quizá no pueda leer ni una palabra, ni escribir una letra. Quizá sus conocimientos de geografía no rebasen los límites de su propia aldea y sea incapaz de decirnos qué ciudad está más cerca de Londres: París o Nueva York. Quizá no sepa nada de Historia, ni de las batallas y figuras célebres de su propio país. Quizá sus conocimientos de política sean tan insignificantes que no sepa el nombre del dirigente político del país. Quizá no tenga ni la noción más elemental de los descubrimientos de la ciencia, ni sepa si Julio César ganó sus victorias con pólvora o con las espadas de sus legionarios; quizá llegue a imaginarse que en tiempos apostólicos ya se conocía la imprenta. Quizá crea y esté convencido de que el sol da vueltas alrededor de la tierra. Sin embargo, y aún a pesar de que sobre estos temas sea tan ignorante, si este hombre con sus oídos ha escuchado el mensaje bíblico y lo ha creído con el corazón, este conocimiento es suficiente para salvar su alma; y en aquel gran día estará en el seno de Abraham junto con el pobre Lázaro, mientras que la persona sabia y erudita, que murió inconversa, estará perdida para toda la eternidad.

Se habla mucho hoy en día de la ciencia y de la importancia de la formación académica y de la cultura. Pero exclusivamente el conocimiento de la Biblia nos puede hacer sabios para la salvación. Sin dinero, sin cultura, sin amigos, sin salud, …. una persona puede entrar en el cielo; pero sin conocimiento de la Biblia jamás podrá entrar allí. ¡Ay de la persona que muere ignorando la Biblia!

Es sobre este Libro sobre el que te hablo. Es, pues, importante saber lo que estás haciendo con él. Este Libro concierne a la vida espiritual de tu alma. Te ruego, por tanto, que sinceramente contestes a esta pregunta: ¿Qué haces con la Biblia? ¿La lees? Y si la lees ¿CÓMO LA LEES?

Extracto del libro: «El secreto de la vida cristiana» de J.C. Ryle

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