En BOLETÍN SEMANAL
​Los verdaderos hijos de Dios y la Biblia: La Biblia fue el pozo que de nuevo fue abierto por Wycleff y Lutero. La Biblia fue la espada por la cual Latimer, Jewell y Knox ganaron tantas batallas. La Biblia fue el maná espiritual del cual se alimentaron Baxter y Owen, y el noble ejército de los puritanos, ella los hizo fuertes en la batalla.


«Escudriñad las Escrituras» «¿Cómo lees?» (Juan 5:39; Lucas 10:26).

Todos los seres vivientes necesitan de alimento. Es así con las plantas; es así con los animales. Pero también es así con la vida espiritual. Cuando el Espíritu Santo levanta a una persona de la muerte y del pecado, y hace de ella una nueva criatura en Cristo, el nuevo principio de vida que le ha sido implantado requiere alimento, y este alimento sólo se encuentra en la Palabra de Dios.

Toda persona convertida ha amado siempre la Palabra de Dios. De la misma manera que todo niño que viene al mundo por naturaleza desea la leche de la madre, de la misma manera la persona que ha nacido de nuevo desea la leche de la Palabra. Una de las características comunes a todos los hijos de Dios es la de que todos «se deleitan en la Ley de Dios» (Salmo 1:2).

Los que no han nacido de nuevo demuestran su condición perdida, entre otras cosas, por el hecho de que no aman la Biblia. La persona que no ama la Biblia no es convertida. Decidme lo que la Biblia es para una persona, y os diré lo que esta persona es. El amor a la Palabra es una señal elocuente de la presencia del Espíritu Santo en el alma.

El amor a la Palabra es una de las virtudes que vemos en Job: «Del mandamiento de sus labios nunca me separaré; guardaré las palabras de su boca más que mi comida» (Job 23:12). También es uno de los rasgos más brillantes y característicos de David. No nos extrañe, pues, que en el versículo 97 del Salmo 119 desborde su entusiasmo y exclame: “¡Cuánto amo yo tu ley! ¡Todo el día es ella mi meditación!» También en Pablo el amor a la Palabra es característico. Tanto este Apóstol como todos sus compañeros, eran hombres «poderosos en la Escritura.” ¿No son acaso sus sermones exposiciones y aplicaciones directas de la Palabra?

De una manera muy prominente, se manifiesta en el Señor Jesús el amor a las Escrituras. Las leyó en público; las citó continuamente; las comentó con frecuencia. A los judíos les exhortó a que las escudriñaran. Se sirvió de las Escrituras para resistir al diablo. Repetidamente dijo: «Para que la Escritura se cumpla.” Y una de las últimas cosas que hizo sobre la tierra fue abrir «el entendimiento para que comprendiesen las Escrituras» (Lucas 24:45). El verdadero siervo del Maestro debe reflejar también en su vida esta actitud y amor hacia la Escritura.

En todos los santos de Dios ha brillado siempre el amor por la Biblia. La Biblia fue la lámpara espiritual de Atanasio, Crisóstomo y Agustín. La Biblia fue la brújula que hizo posible que los valdenses y los albigenses no naufragasen en la fe. La Biblia fue el pozo que de nuevo fue abierto por Wycleff y Lutero. La Biblia fue la espada por la cual Latimer, Jewell y Knox ganaron tantas batallas. La Biblia fue el maná espiritual del cual se alimentaron Baxter y Owen, y el noble ejército de los puritanos; ella los hizo fuertes para la batalla. La Biblia fue la armería de la cual Whitefield y Wesley sacaron sus armas tan poderosas. La Biblia fue la mina de la cual Bickersteth y McCheyne sacaron el oro preciado. En muchos puntos y en muchas cosas éstos diferían, pero en una estaban todos unidos y eran semejantes: todos se deleitaban en la Palabra.

Los misioneros nos informan de que uno de los primeros frutos de la conversión de los paganos al Evangelio, fue su amor a la Palabra. En climas cálidos, en lugares fríos, entre gente civilizada y entre gente primitiva, en Nueva Zelanda, en África, en la Polinesia, en todas partes, los conversos aman la Biblia. La aman cuando oyen su lectura, y los que son analfabetos, se esfuerzan con denuedo para aprender a leer, y así deleitarse directamente en sus sagradas páginas.

El misionero Moffat hablando de un terrible jefe de tribu que se convirtió en una aldea de Africa del Sur, nos dice: «Casi siempre le veía sentado a la sombra de una gran roca devorando las páginas de la Escritura en una lectura continua.” Cuán conmovedoras son las palabras de aquel negro convertido al comentar la Biblia: «Nunca es vieja, y nunca es fría.” Sé de otro negro convertido, muy anciano, que cuando alguien trataba de disuadirle en sus intentos para aprender a leer, por su avanzada edad, contestaba: «Nunca cederé en mis intentos de aprender a leer. Vale la pena cualquier esfuerzo con tal de poder leer aquel versículo: «Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito para que todo aquel que en Él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna.”

El amor a la Biblia es característico en todas las denominaciones evangélicas; anglicanos, presbiterianos, bautistas; independientes, metodistas y hermanos, coinciden y se unifican en este amor mutuo que sienten hacia la Palabra. La Biblia es el maná del cual se alimentan todas las tribus de Israel; la fuente en torno a la cual las porciones del rebaño de Cristo se congregan para apagar su sed. Ojalá los creyentes se congregaran más y más en torno a la Biblia. Una unión más estrecha entre los cristianos resultaría de ello. Después de la Biblia, quizá no haya habido un libro más querido y admirado que el «Peregrino» de Bunyan. Todos los creyentes, sin distinción, se deleitan en su lectura, todos lo alaban, todos lo honran ¿Y por qué? Por el contenido e incluso el lenguaje bíblico del mismo. Y es que Bunyan fue hombre de un sólo Libro; fuera de la Biblia apenas si leyó otro libro.

Este Libro que tanto aman los creyentes, y del cual se alimentan sus almas, es el tema sobre el cual te estoy hablando. Tiene mucha importancia lo que haces con la Biblia. Es realmente un asunto importante saber si tienes también ese amor por la Palabra, y andas «tras las huellas del rebaño» (Cantares 1:8). Te ruego y te suplico que contestes a esta pregunta: ¿Qué haces con la Biblia? ¿La lees? Y si la lees, ¿CÓMO LA LEES?

Extracto del libro: «El secreto de la vida cristiana» de J.C. Ryle

Al continuar utilizando nuestro sitio web, usted acepta el uso de cookies. Más información

Uso de cookies

Este sitio web utiliza cookies para que usted tenga la mejor experiencia de usuario. Si continúa navegando está dando su consentimiento para la aceptación de las mencionadas cookies y la aceptación de nuestra POLÍTICA DE COOKIES, pinche el enlace para mayor información. Además puede consultar nuestro AVISO LEGAL y nuestra página de POLÍTICA DE PRIVACIDAD.

Cerrar