Se le llama, por ejemplo, Elohim; «el Dios Creador»; El Elyon, «poseedor del cielo y la tierra»; Jehovah-lireh, «el Señor proveerá»; Jehovah-Nissi, «el Señor es nuestra bandera»; Jehovah-Rapha, «el Señor que sana»; Jehovah-Shalom, «el Señor es nuestra paz»; JehovahRaah, «el Señor es nuestro pastor»; Jehovah-Tsidleenu, «el Señor es nuestra justicia»; Jehovah-Sabaoth, «el Señor de los ejércitos»; Jehovah-Shama, «el Señor está presente y cerca»; y Jehovah-Maqodeshkim, que significa «el Señor te santifica».
Todos estos nombres hacen referencia a los atributos de Dios. Por lo tanto, no sólo nos dicen quién es él, sino también cómo es Él.
Jesús mismo provee la enseñanza más clara acerca del significado del nombre de Dios: Su propio nombre, Jesucristo, es el nombre más grandioso de Dios, y abarca su papel como Señor, Salvador y Rey. Como Jesucristo, Dios adquirió muchos otros nombres, incluyendo: El pan de vida (Juan 6:35), agua viva (Juan 4:10), el camino, la verdad, y la vida (Juan 14:6), la resurrección (Juan 11:25), el buen pastor (Juan 10:11), el retoño (Isa. 4:2), la estrella resplandeciente de la mañana (Apoc. 22:16), el Cordero de Dios (Juan 1:29), y muchos más.
Un pasaje del Antiguo Testamento en particular muestran varios nombres que se refieren a él, cada uno es una designación de su naturaleza: «Admirable Consejero, Dios Fuerte, Padre Eterno, Príncipe de Paz» (Isa. 9:6). La vida de Jesús fue la manifestación perfecta del nombre de Dios.
SANTO ES SU NOMBRE
Después de haber visto la importancia del nombre de Dios, ahora necesitamos poner atención al significado de la palabra «santificar». Es en realidad una palabra arcaica que se usa para traducir una forma de la palabra griega hagiazo, que significa «hacer santo». Palabras de la misma raíz griega se traducen «sagrado», «santo», «santificar» y «santificación».
Dios manda a su pueblo a que sea santo (l Pedo 1:16), pero sólo Dios es en realidad santo. Orar «santificado sea tu nombre» es atribuir a Dios la santidad que ya tiene, y siempre ha sido suprema y únicamente suya. Santificar el nombre de Dios es reverenciar, honrar, glorificar y obedecerlo como el Dios único completamente perfecto, Cuando lo hacemos, recordamos la diferencia importante entre nosotros y Él. Dios vive en una esfera diferente a la nuestra, Él es santo, puro, mientras que nosotros somos pecadores. Solamente al proveernos por gracia a Jesucristo, su paga por el castigo de nuestro pecado es que podemos acercarnos a Él. Estamos de acuerdo con Juan Calvino, quien dice que Dios debería tener su propia honra, de la cual es tan digno, que nunca deberíamos pensar o hablar de Él sin la veneración más grande».
Extracto del libro: A solas con Dios, de John MacArthur