Hemos formulado los dos principios básicos respecto a la relación entre las Escrituras del Antiguo Testamento y el evangelio y ahora debemos volver a examinar este tema en detalle. Ante todo, veamos cómo nuestro Señor ‘cumple’ y lleva a cabo lo que los profetas del Antiguo Testamento habían escrito, un tema de suma importancia.
Recuerdan sin duda cómo el apóstol Pedro lo utiliza en su segunda Carta. Escribe para consolar a personas que vivían tiempos difíciles y duros bajo persecución. Se siente ya viejo con poco tiempo más de vida. Desea, por tanto, llevarles un consuelo final antes de morir. Les dice varias cosas; cómo, por ejemplo, él y Santiago y Juan habían tenido el privilegio de ver la transfiguración de nuestro Señor y cómo incluso habían oído la voz de lo alto que decía, ‘Este es mi Hijo amado; a él oíd.’ ‘Y con todo,’ dice Pedro de hecho, ‘tengo algo mucho mejor que deciros. No tenéis por qué confiar en mi testimonio y experiencia. Está «la palabra profética más segura». Leed los profetas del Antiguo Testamento. Ved cómo se cumplieron en Cristo Jesús y tendréis el mejor baluarte de la fe que existe.’ Es, pues, algo de suma importancia. Nuestro Señor dice ser el cumplimiento de todo lo que enseñaron los profetas del Antiguo Testamento. El apóstol Pablo escribe esta afirmación grandiosa y comprensiva en 2 Corintios 1:20, ‘Porque todas las promesas de Dios son en él Sí, y en él Amén.’ Esto quiere decir que tiene carácter definitivo. Todas las promesas de Dios son, en esta Persona maravillosa, sí y Amén. Esto, de hecho, es lo que nuestro Señor dice en este pasaje.
No podemos tratar de esto en forma exhaustiva; debo dejar que ustedes se ocupen de los detalles. El cumplimiento de las profecías es en verdad una de las cosas más sorprendentes y notables con las que uno se puede encontrar, como se ha comentado a menudo. Piensen en las profecías exactas respecto a su nacimiento, incluso al lugar de su nacimiento, Belén-Judá; todo se cumplió con exactitud. Las cosas extraordinarias que se predicen de su Persona hace que resulte casi increíble que los judíos tropezaran en El. Sus propias ideas los desviaron. No hubieran debido pensar en el Mesías como en un rey terrenal, ni como en un personaje político, porque sus profetas les habían dicho lo contrario. Habían tenido a los profetas que se lo dijeron, pero cegados por prejuicios, en vez de tener en cuenta sus palabras, consideraron sólo sus propias ideas —peligro constante. Pero ahí tenemos las palabras proféticas hasta el último detalle. Piensen en la descripción sumamente precisa del tipo de vida que vivió —’No quebrará la caña cascada, ni apagará el pabilo que humeare’— y esa maravillosa descripción de su Persona y su vida en Isaías 53. Pensemos en los relatos de lo que iba a hacer, la predicción de sus milagros, sus milagros físicos, lo que iba a hacer y la enseñanza que ello implicaba. Todo está ahí, y por esto es siempre tan fácil predicar el evangelio basándose en el Antiguo Testamento. Algunos siguen siendo suficientemente necios como para sorprenderse ante ello, pero en un sentido se puede predicar el evangelio tan bien basándose en el Antiguo Testamento como basándose en el Nuevo. Está lleno de evangelio.
Sobre todo, sin embargo, tenemos la profecía de su muerte e incluso de su forma de muerte. Lean el Salmo 22 por ejemplo, y en él encontrarán una descripción literal y adecuada en todos sus detalles de lo que sucedió en realidad en la cruz del Calvario.
Profecías que, como ven, se encuentran en los Salmos tanto como en los profetas. Cristo cumplió literal y completamente lo que se dice de Él. Del mismo modo se encuentra incluso la predicción clara de su resurrección en el Antiguo Testamento junto con muchas enseñanzas acerca del reino que nuestro Señor iba a establecer. Todavía más sorprendentes, en un sentido, son las profecías referentes a la aceptación de los gentiles. Esto es realmente sorprendente cuando se recuerda que estos oráculos de Dios se escribieron especialmente para una nación, los judíos, y sin embargo hay estas profecías claras respecto a la difusión de la bendición entre los gentiles en esta forma extraordinaria. También, se encuentran indicios claros de lo que sucedió en ese gran día de Pentecostés en Jerusalén cuando el Espíritu Santo descendió sobre la Iglesia Cristiana recién nacida y la gente se sintió desconcertada y sorprendida. Recuerdan cómo el apóstol Pedro comentó esto diciendo, ‘No deberíais sorprenderos por esto. Ya lo dijo el profeta Joel; no es más que el cumplimiento de ello.’
Podríamos proseguir hasta cansarnos, sólo demostrando la forma extraordinaria en que nuestro Señor, en su Persona y obras y acciones, en lo que le sucedió, y en lo que se siguió de estos sucesos, en un sentido no hace sino cumplir la ley y los profetas.
Nunca debemos separar el Antiguo Testamento del Nuevo. Me parece cada vez más que es muy lamentable que se publique el Nuevo Testamento solo, porque tendemos a caer en el error grave de pensar que, porque somos cristianos, no necesitamos el Antiguo Testamento. Fue el Espíritu Santo quien guió a la Iglesia Cristiana, que era en gran parte gentil, a que incorporara las Escrituras del Antiguo Testamento con las Escrituras Nuevas y a considerarlas como una sola cosa. Están indisolublemente vinculadas entre sí, y hay muchos sentidos en que se puede decir que el Nuevo Testamento no se puede entender de verdad si no es a la luz que nos da el Antiguo Testamento. Por ejemplo, es casi imposible sacar ningún provecho de la Carta a los Hebreos a no ser que conozcamos las Escrituras del Antiguo Testamento.
Observemos también, brevemente, cómo Cristo cumple la ley. También esto es algo tan maravilloso que debería hacernos adorar y alabar a Dios.
Primero, nació ‘bajo la ley.’ ‘Cuando vino el cumplimiento del tiempo, Dios envió a su Hijo, nacido de mujer y nacido bajo la ley’ (Gál. 4:4). Resulta muy difícil para nuestra mente finita comprender qué significa eso, pero es una de las verdades esenciales respecto a la encarnación que el Hijo eterno de Dios naciera bajo la ley. Aunque está eternamente por encima de ella, como Hijo de Dios vino y fue puesto bajo la ley, como alguien que iba a cumplirla.
Nunca mostró Dios con mayor claridad la naturaleza inviolable y absoluta de su propia ley santa que cuando colocó a su propio Hijo bajo la misma. Es un concepto sorprendente; y con todo, cuando uno lee los Evangelios, se ve cuan verdadero es. Observen cuan cuidadoso fue nuestro Señor en guardar la ley; la obedeció hasta en sus más mínimos detalles. No sólo eso; enseñó a otros a amar la ley y así fue explicada por Él, confirmándola constantemente y afirmando la necesidad absoluta de obedecerla. Por esto pudo decir al final de su vida que nadie podía encontrar nada malo en El, nadie pudo acusarlo de nada. Los retó a que lo hicieran. Nadie pudo acusarlo ante la ley. La había vivido con plenitud y obedecido a la perfección. No hubo nada, ni una jota ni tilde, en ella que hubiera quebrantado en lo más mínimo o dejado de cumplir. Vemos que en su vida, además de en su nacimiento, fue puesto bajo la ley.
Una vez más, sin embargo, llegamos a lo que constituye el centro de toda nuestra fe — la cruz en el Calvario. ¿Qué significado tiene? Me parece que si no tenemos una idea demasiado clara acerca del significado de la ley, nunca entenderemos el significado de la cruz. La esencia del evangelismo no es sólo hablar de la cruz sino proclamar la verdadera doctrina de la cruz. Hay quienes hablan de ello, pero de una manera puramente sentimental. Son como las hijas de Jerusalén, a las que nuestro Señor mismo reprendió, que lloraban al pensar en lo que consideraban la tragedia de la cruz.
Esta no es la forma adecuada de considerarlo. Hay quienes consideran la cruz como algo que ejerce una especie de influencia moral en nosotros. Dicen que el propósito de la misma es conmover nuestros endurecidos corazones. Pero ésta no es la enseñanza bíblica. El propósito de la cruz no es despertar compasión en nosotros, ni exhibir en general el amor de Dios. ¡En absoluto! Se entiende sólo en función de la ley. Lo que sucedió en la cruz fue que nuestro Señor y Salvador Jesucristo, el Hijo de Dios, sufrió en su cuerpo el castigo que la ley de Dios había establecido para el pecado del hombre.
La ley condena el pecado, y la condenación es la muerte. ‘La paga del pecado es muerte.’ La ley declara que la muerte debe caer sobre todos los que hayan pecado contra Dios y violado su santa ley. Cristo dice, ‘No penséis que he venido para abrogar la ley o los profetas; no he venido para abrogar, sino para cumplir.’ Una de las formas en que la ley se ha de cumplir es que el castigo del pecado ha de llevarse a cabo. Dios no puede disimular en algo, y el castigo no se puede anular. Dios no nos perdona — digámoslo claramente— no imponiendo el castigo que tiene decretado. Esto conllevaría una contradicción de su naturaleza santa. Todo lo que Dios dice debe cumplirse. No se retracta de lo que dice. Ha dicho que el pecado ha de castigarse con la muerte, y ustedes y yo podemos recibir perdón porque el castigo ya ha sido exigido. Respecto al castigo del pecado, la ley de Dios se ha cumplido perfectamente, porque ha castigado el pecado en el cuerpo santo, inmaculado, de su propio Hijo, ahí en la cruz en la cima del Calvario. Cristo cumple la ley en la cruz, y a no ser que interpreten la cruz, y la muerte de Cristo en ella, en sentido estricto como cumplimiento de la ley, no tienen la idea bíblica de la muerte en la cruz.
Vemos también que, en una forma extraordinaria y maravillosa, al morir así en la cruz y llevar en sí el castigo debido por el pecado, ha cumplido todos los símbolos del Antiguo Testamento. Vuelvan a leer los libros de Levítico y Números; lean lo que se dice acerca de los sacrificios y ofrendas cruentas; lean lo que se dice del tabernáculo, de los ritos del templo, del altar, de la fuente de purificación y todo lo demás. Repasen esos detalles y pregúntense, ‘¿Qué significan todas estas cosas? ¿Para qué son los panes de la proposición, y el sumo sacerdote, y las vasijas, y todas esas otras cosas?’ No son más que símbolos, prototipos, profecías de lo que el Señor Jesucristo iba a hacer en forma plena y definitiva. De hecho ha cumplido y llevado a cabo en forma literal cada uno de esos símbolos. Quizá a algunos les interese este tema y hay libros en los que se pueden encontrar los detalles. Pero el principio, la gran verdad, es éste: Jesucristo, con su muerte y todo lo que ha hecho, es el cumplimiento absoluto de todos estos símbolos y prototipos. Es el sumo sacerdote, la ofrenda, el sacrificio, ha presentado su sangre en el cielo de modo que toda la ley ceremonial se ha cumplido en El. ‘No penséis que he venido para abrogar la ley o los profetas; no he venido para abrogar, sino para cumplir.’ Con su muerte y resurrección, y la presentación de sí mismo en el cielo, ha hecho todo esto.
Extracto del libro: «El sermón del monte» del Dr. Martin Lloyd-Jones