Ahora bien, antes de pasar a probar bíblicamente la veracidad de nuestra afirmación, lo primero que debemos hacer es clarificar lo que estamos diciendo. ¿A qué nos referimos al hablar de costumbres sociales que existen y operan entre los hombres por la gracia común de Dios? Hay dos términos claves aquí que deben ser definidos y explicados.
En primer lugar, ¿qué es la gracia común de Dios? En el Diccionario de Teología editado por Harrison hay un artículo sobre la gracia común que dice lo siguiente: “En tanto que la gracia especial regenera el corazón de los hombres, la gracia común (hace dos cosas): (1) restringe el proceso destructivo del pecado en la humanidad en general, y (2) capacita a los hombres, aunque no hayan nacido de nuevo para desarrollar las fuerzas latentes del universo y hacer así una contribución positiva al cumplimiento del mandato cultural dado a los hombres en el paraíso a través del primer hombre, Adán”.
El hombre en su estado natural, no regenerado, no es todo lo malo que puede llegar a ser, únicamente porque la gracia común de Dios lo restringe. Ese es el aspecto negativo de la gracia común. Positivamente, es esa influencia de Dios que mueve a los hombres a hacer el bien y a beneficiar a otros (comp. Mt. 7:11).
Esas cosas buenas no nos ganan méritos delante de Dios para salvación, y por eso mismo no pueden ser considerados como buenas obras en ese sentido, pero es indudable que los hombres no regenerados hacen cosas que benefician a otras personas y que pueden ser consideradas como buenas en ese sentido horizontal. Estas cosas buenas hacen la vida más llevadera en este mundo caído; hacen que el planeta tierra sea un lugar menos inhóspito donde vivir.
Pero hay otro término en este artículo que debe ser explicado también: ¿Qué son esas costumbres sociales de las que estamos hablando? Simplemente esto:
En todas las sociedades y culturas, independientemente de su nivel de desarrollo, existen una serie de costumbres y prácticas, tanto verbales como no verbales, que comprenden, en ese lugar específico, lo que podríamos llamar buenas maneras o ética apropiada. Estas prácticas constituyen un símbolo de respeto, apreciación y sensibilidad a los otros miembros de esa sociedad.
Cada sociedad y cultura posee sus símbolos particulares, símbolos a través de los cuales manifiestan respeto, apreciación y sensibilidad a los demás. Tales símbolos son una expresión de la gracia común de Dios. Es por la influencia de la gracia de Dios que los hombres pueden relacionarse con los demás mostrando respeto, aprecio y sensibilidad. Este mundo sería un verdadero infierno si no fuese por esa influencia divina que lleva a los hombres a actuar con cierta cortesía.
Ahora bien, el punto que estamos tratando de establecer es que si actuamos bajo el influjo del amor no pasaremos por alto esos símbolos, porque el amor no hace nada indebido. Como cristianos tenemos la obligación de mostrar respeto, aprecio y sensibilidad hacia las personas en el lenguaje que ellos entienden. No es lo mismo, por ejemplo, tratar con un norteamericano que con un latino; como no es lo mismo tratar con un occidental que con un oriental. Son sociedades y culturas distintas que poseen símbolos de respeto y aprecio distintos.
En algunos países se acostumbra tomar ciertos alimentos con las manos, mientras que en otros lugares es un símbolo de mala educación que usted haga eso. Los símbolos cambian de país en país, pero existen en todas las sociedades humanas, sin importar el grado de desarrollo que tengan.
Cuando hablamos, entonces, de costumbres sociales que existen y operan en el mundo por la gracia común de Dios, es a esto que nos referimos.
Veamos ahora algunos textos de las Escrituras que apoyan la enseñanza de nuestro artículo.
Lc. 2:52. Es importante notar el contexto en que Lucas hace esta declaración. El Señor Jesucristo siendo un adolescente se queda en Jerusalén sin que sus padres se hayan dado cuenta. María y José salen en su busca, y finalmente lo encuentran en el templo conversando con los doctores de la ley (Lc. 2:41-47).
Dice Lucas que todos se maravillaban de su inteligencia y de sus respuestas. No es fácil para un joven adolescente manejar una situación como esta. De hecho, hay adolescentes que ni siquiera saben cómo manejarse con los adultos en una situación normal: o son retraídos y actúan como si los adultos no existieran o pierden de vista por completo cuál es el lugar apropiado de un joven cuando se encuentra en medio de personas mayores y capitalizan la conversación.
Pero el Señor no cayó en ninguno de estos extremos. Ellos preguntaban y Él respondía; pero no con ese aire de sabelotodo, con esa pedantería que tienen algunos niños que poseen cierto grado de inteligencia o que creen poseerla estimulados muchas veces por la insensatez de sus padres.
Lucas nos dice que Jesús crecía en gracia delante de los hombres. Su presencia en medio de los mayores no causaba molestia; no era un muchachito pedante. El Señor conocía esos símbolos que manifestaban respeto y aprecio por los demás en medio de la sociedad en que lo tocó nacer y desarrollarse hasta llegar a la edad adulta. Podemos estar seguros de que ninguna de sus respuestas ese día a los doctores de la ley fue expresada en un tono ofensivo y arrogante.
Se sorprendían de su inteligencia, pero no sentían que estaban delante de un jovencito irrespetuoso, que desconocía el lugar de autoridad que tenían estos doctores de la ley en la vida religiosa del pueblo. El Señor sabía cuál era el lugar que le tocaba ocupar como joven, y lo ocupó en una forma decente y apropiada (vers. 51).
De modo que cuando nuestro Señor Jesucristo inició Su ministerio público en Palestina, podía desenvolverse entre los hombres sin causar ofensas por sus malas maneras, y por su falta de sensibilidad a las costumbres sociales. El Señor podía ser invitado a participar en una fiesta de bodas, o en un banquete, y ninguna de las personas presentes iba a sentirse incómodas por sus modales inapropiados.
Sabía tratar con pobres y ricos, y en cada situación y en cada contexto se comportaba de una forma decente y apropiada. El Señor Jesucristo es la encarnación del amor de Dios, y el amor no hace nada indebido. Toma en cuenta aquellas costumbres sociales que existen y operan en el mundo por la gracia común de Dios.
Lc. 7:36-43. En este pasaje vemos que el Señor Jesucristo recriminó a Simón la falta de sensibilidad y de aprecio que mostró hacia Él al haber pasado por alto aquellos símbolos usados en esa sociedad para mostrar a un invitado que era bienvenido. Cristo conocía tales símbolos y no los tomaba a la ligera. Simón había evidenciado su falta de amor a Cristo al haber pasado por alto esas costumbres sociales.
Simón era un hombre culto y educado; seguramente acostumbraba tratar a sus invitados de una manera apropiada y decorosa; pero es probable que haya sentido temor de mostrar tanta deferencia hacia Cristo delante de los otros invitados. Pero sea por la razón que sea, el punto es que faltó a la ley del amor, y al hacerlo, pecó contra Cristo.
Esa mujer, en cambio, tenía tal sentido del perdón, se sentía tan agradecida hacia Cristo por la misericordia mostrada hacia ella, que no sólo hizo uso de los símbolos establecidos en su cultura para mostrar su aprecio, respeto y devoción al Señor, sino que los magnificó (vers. 38).
¿Que aprendemos de todo esto? Que cuando nos encontramos bajo el influjo del amor no podemos pasar por alto, o al menos no lo haremos adrede, conscientemente, las costumbres sociales que existen y operan en el mundo por la gracia común de Dios, a través de las cuales mostramos nuestro respeto, aprecio y sensibilidad hacia los demás.
El hombre o la mujer que vive en este mundo como si no hubiesen otros seres humanos a su alrededor, que no toma en cuenta la manera en que los demás se sentirán ante nuestro proceder, que no se esfuerzan por manifestar cortesía, respeto, aprecio hacia los otros en el lenguaje que los otros entienden de acuerdo a su cultura y a sus costumbres, ese hombre o esa mujer no son genuinos, como algunos dicen, son unos egoístas que no conocen la ley del amor, porque el amor no hace nada indebido.
El apóstol Pablo dice en 1Cor. 9:19ss: «Siendo libre de todos, me he hecho siervo de todos para ganar a mayor número. Me he hecho a los judíos como judío, para ganar a los judíos; a los que están sujetos a la ley (aunque yo no esté sujeto a la ley) como sujeto a la ley, para ganar a los que están sujetos a la ley; a los que están sin ley, como si yo estuviera sin ley (no estando yo sin ley de Dios, sino bajo la ley de Cristo), para ganar a los que están sin ley. Me hecho débil a los débiles, para ganar a los débiles; a todos me he hecho de todo, para que de todos modos salve a algunos. Y esto hago por causa del evangelio, para hacerme copartícipe de él».
Siendo libre de todos, dice Pablo, por amor a los hombres gustosamente limitaré mis derechos. “Modificaré mis hábitos, mis preferencias, mi estilo de vida, si cualquiera de estas cosas pueden ser causa de tropiezo o de ofensa, o aun convertirse en un obstáculo para que otros vengan a la fe”. Cuando Pablo dice aquí que estaba dispuesto a hacerse judío para ganarse al judío no se refería a que estaba dispuesto a volver al judaísmo. Pero sí estaba dispuesto a evitar por todos los medios poner un tropiezo innecesario a cualquiera de ellos.
¿Era esto hipocresía? No; eso es vivir conforme a la ley del amor, porque el amor no hace nada indebido. A menos que una costumbre social sea una violación a la ley de Dios, es mi deber como cristiano hacer uso de ella, para mostrar respeto y consideración a las personas que me rodean.
© Por Sugel Michelén. Todo pensamiento cautivo.