Al considerar la doctrina de la perseverancia final de los santos, estamos mirando a la doctrina del hermano caído de una forma positiva. Anteriormente, la habíamos visto en una forma negativa, considerando el aspecto restringente y el aspecto restaurador de la gracia de Dios. Si ponemos esa doctrina de forma positiva y en el futuro, tenemos la perseverancia de los santos. ¿Por qué Dios no permite que aquellos que han caído se pierdan del todo? ¿Por qué decimos siempre que los que se han alejado vuelven y deben volver? Esta doctrina nos da la explicación.
¿Qué evidencias tenemos de ella? Este Salmo que estamos considerando nos muestra una de las mejores. No obstante, veamos algunas declaraciones del Nuevo Testamento. Leamos las palabras del Señor Jesucristo en Juan 10:28, 29: «Y yo les doy vida eterna; y no perecerán jamás, ni nadie las arrebatará de mi mano. Mi Padre que me las dio, es mayor que todos, y nadie las puede arrebatar de la mano de mi Padre”.
Esta declaración en sí es más que suficiente. Esas palabras fueron pronunciadas por nuestro bendito Señor y Salvador sin ninguna salvedad. Son una aseveración dogmática, una certeza absoluta. No podrían ser más fuertes. Sin embargo, consideremos también otros pasajes de las Escrituras. Miremos el final de Hebreos 6 y Hebreos 11. Quizás no conozcamos bien estos pasajes y habrá cosas de las cuales no estamos seguros. Pero permítaseme recordar una declaración que hizo Lord Bacon: «No permitas que las cosas de las cuales no estás seguro, te roben aquello de lo que estás seguro». ¡Qué declaración profunda es esta en cualquier nivel! Cuando se aplica a doctrinas bíblicas significa esto: Por un lado tenemos una declaración categórica hecha por nuestro Señor que es clara y sencilla. No puede haber equivocación alguna acerca de ella; es absolutamente cierta. Muy bien; entonces cuando nos encontramos con pasajes que son inciertos, ¿qué hacemos con ellos? ¿Abandonamos aquello de lo cual estamos seguros? Lord Bacon dice que si somos sabios, nunca debemos permitir que lo incierto nos robe lo cierto. Lo que dice el Señor es absolutamente seguro y lo tomamos así. Luego examinemos los otros versículos a la luz de esto.
Si lo hacemos así encontraremos que no es muy difícil tratar pasajes como los primeros versículos de Hebreos 6, donde no hay manifestación alguna de que esas personas hubieran nacido de nuevo. Nunca olvidemos que hay personas que parecen ser cristianas, que aprueban las debidas declaraciones, y que muestran muchas otras señales, pero esto no significa necesariamente que han nacido de nuevo. Quizá hayan «gustado» del don celestial, o hayan experimentado algo del poder del Espíritu Santo, pero no significa necesariamente que recibieron vida de Dios.
La doctrina de la perseverancia de los santos se aplica a aquellos que recibieron vida.
Consideremos ahora aquellas repetidas declaraciones de Romanos 8, y especialmente el versículo 30: «Y a los que predestinó, a éstos también llamó; y a los que llamó, a éstos también justificó; y a los que justificó, a éstos también glorificó”. El Apóstol Pablo enseña aquí claramente que si Dios justifica a una persona, El ya la glorificó. Todo este pasaje es una tremenda exposición de la doctrina de la perseverancia de los santos hasta el fin, y termina con un último desafío: «¿Quién nos separará del amor de Cristo?” «Estoy seguro (en griego, absolutamente seguro) de que ni la muerte, ni la vida… nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro”. Leamos otro pasaje: «El”, dice Pablo a los Filipenses (1:6), «que comenzó en vosotros la buena obra, la perfeccionará hasta el día de Jesucristo”. Miremos también en Pedro 1:5. El apóstol dice: «guardados por el poder de Dios mediante la fe, para alcanzar la salvación que está preparada para ser manifestada en el tiempo postrero”. ¡Y así podríamos pasar horas citando Escrituras a tal fin!
Sobre la base de estas declaraciones, ¿cuál es exactamente la doctrina? ¿Cuáles son las verdades que pueden basarse sobre estos argumentos? ¿Cómo probamos, cómo demostramos esta doctrina? Parecería que esta enseñanza puede ser subdividida de la siguiente manera:
Esta verdad está basada en el carácter inmutable de Dios. «Porque irrevocables son los dones y el llamamiento de Dios”, dice Pablo. Él es el «Padre de las luces, en el cual no hay mudanza, ni sombra de variación”. La voluntad de Dios es inmutable, y es inmutable porque Dios es Dios. Lo que Dios desea, lo que Dios se propone, Dios lo ejecuta. La inmutable voluntad de Dios es la roca fundamental de todo. Si yo no creo esto, no tengo fe. La verdad absoluta es que Dios es Dios. Su Nombre:»Yo soy el que soy”, eterno, inmutable y siempre el mismo. En otras palabras, Dios no es como el hombre, nunca empieza algo para luego abandonarlo. Esto es típico de nosotros. Tenemos nuevos intereses y vivimos para ellos; luego los abandonamos. Nosotros tenemos esta tendencia, pero Dios no es así. Cuando Dios comienza una obra, Él la completa. Dios es incapaz de dejar algo a medias. Este es el fundamento de toda nuestra posición. Dios no se niega a sí mismo. No es inconsecuente. No hay contradicciones en Dios, todo es sencillo y claro. Él ve el fin desde el principio: así es Dios. Si no descansamos en la voluntad inmutable de Dios y su propósito, no tenemos nada en que descansar.
El segundo argumento que deduzco concierne a los propósitos de Dios. Evidentemente no hay nada más claro en las Escrituras, desde el principio hasta el final de ellas, que esto: Dios tiene un gran propósito, y su propósito es salvar a los creyentes. No podemos leer la Biblia honestamente sin ver esto claramente. Encontramos allí el relato de la creación, la explicación de la caída del hombre y de la humanidad. Pero luego introduce el mensaje de la gracia. ¿Que es esto? ¿No es que Dios nos muestra su propósito en salvar a su pueblo? Lo estoy expresando así deliberadamente. La Biblia establece claramente que hay algunas personas que pasarán la eternidad en gloria, y que hay otras que no lo van a pasar allí.
¿No es esto el evangelio? Encontramos en todas partes esta división, este juicio, esta separación entre el pueblo de Dios y aquellos que no son de Dios. Es el propósito de Dios salvar a aquellos que creen, y es un propósito inmutable. Es un propósito que se llevará a cabo. ¿Por qué?
Esto me lleva a mi próximo argumento concerniente al poder de Dios. Este mundo está gobernado por un poder hostil a Dios. Ese poder se describe como «el dios de este mundo” o «Satanás», y él ha organizado sus fuerzas con una extraordinaria habilidad y sutileza de tal manera que toda su acción en esta vida y en este mundo está programada en contra del pueblo de Dios. Las tentaciones, las sugerencias, las insinuaciones, toda la actitud, todo el prejuicio —no necesito describirlos— todo está en contra nuestra. Y evidentemente la pregunta que se presenta es la siguiente: tenemos aquí a un hombre que es Hijo de Dios, ¿corno enfrentará todo esto? ¿No es evidente que caerá? Leamos el Antiguo Testamento y encontraremos que estos hombres piadosos cayeron en pecado, entre ellos David y muchos otros. ¿Cómo puedo estar seguro que seguiré adelante? La respuesta es que estoy sostenido por el poder de Dios, sostenido por la gracia de Dios: «Me tomaste de la mano derecha». Esta es la única base — el poder de Dios. No cabe duda que es un poder invencible, ilimitado e infinito. Es por eso que el Apóstol Pablo, orando por la Iglesia en Éfeso, pide tres cosas para ellos (Ef. 1:18-19). Ora para que sepan «cuál es la esperanza» a que Dios los ha llamado. Ruega para que conozcan «las riquezas de la gloria de su herencia en los santos», y también cuál es «la supereminente grandeza de su poder para con nosotros los que creemos», el poder de Aquel que levantó de los muertos a nuestro Señor Jesucristo. «Ahora bien», dice Pablo, en efecto, a estos Efesios, «esto es lo que estoy pidiendo por vosotros. Sois cristianos en una sociedad pagana y estáis pasando por un tiempo muy difícil. Lo más grande que podéis llegar a conocer, es que el poder que está en vosotros es el poder que Dios ejerció cuando levantó a su Hijo de entre los muertos y lo resucitó». Este es el poder que está trabajando por nosotros y en nosotros. Él no se contenta con decirlo una vez, lo repite y lo enfatiza. El poder de Dios es tal, que «es poderoso para hacer todas las cosas mucho más abundantemente de lo que pedimos o entendemos, según el poder que actúa en nosotros» (Ef. 3:20).