Cuando un hombre ora pidiendo algo juntamente con otros, ¿cómo ha de saber que sus oraciones tienen parte en obtenerlo, tanto como las de los demás? Porque en tales casos es posible que Satanás objete, diciendo: "Aunque esto ha sido ciertamente otorgado, no es por tus oraciones, sino por las de los demás que han orado contigo".
ORANDO JUNTAMENTE CON OTROS
(1) Si tu corazón simpatizaba y armonizaba en los mismos afectos santos que los demás en la oración, no cabe duda de que tu voz ha cooperado en que se llevara a cabo: «Si dos de vosotros se pusieren de acuerdo en la tierra», dice Cristo (Mateo 18:19), y la palabra usada en el original griego dice: si en armonía se convinieren en tocar la misma tonada, pues las oraciones son música a los oídos de Dios, por eso Efesios 5:19 las llama (en la Versión Autorizada inglesa) «melodía al Señor». No se trata simplemente de estar de acuerdo en aquello que se pide, sino en los afectos, pues son éstos los que constituyen la armonía y la melodía. Ahora bien, si el Espíritu de Dios toca y emplea los mismos afectos santos en tu corazón que en el de los demás que oran, formas efectivamente parte de la armonía que sin ti hubiera sido imperfecta. Más aun, es posible que la cosa no se hubiera llevado a término sin ti, pues Dios exige a veces cierto número de voces, como cuando pidió que hubiera diez justos para salvar a Sodoma. Cuando te han movido los mismos motivos y afectos que han movido a ellos en la oración, es que ha sido obra del mismo Espíritu. Dios te ha oído.
De modo especial, si Dios despertó en ti el mismo instinto secreto para armonizar con otro en la oración, como ocurre a veces, sin un previo y mutuo conocimiento del tema, no cabe duda de que tus oraciones intervienen tanto como las suyas. A veces observaréis que en los corazones del pueblo de Dios es puesto un instinto común del Espíritu para orar de modo general en pro o en contra de una cosa, sin que antes haya habido un mutuo acuerdo. Tal es el caso de Ezequiel, que junto al río de Quebar profetizó las mismas cosas que Jeremías en Jerusalén. Asimismo vemos que, por el tiempo en que Cristo el Mesías vino en carne, fue despertada gran expectación en los corazones de personas piadosas, que le esperaban y oraban por Él (Lucas 2:27, 38).
(2) Dios, de la manera que vamos a considerar, suele a menudo demostrar a un hombre que sus oraciones, entre las de otros, han contribuido a la obtención de algo.
(a) Por medio de alguna circunstancia: como, por ejemplo, ordenando a veces que el hombre que más oró por un motivo de importancia reciba las primeras noticias de la respuesta a tal oración; lo cual Dios hace sabiendo que la noticia será gratamente acogida por él. En esto Dios hace como nosotros con un amigo de quien sabemos está interesado de corazón en un asunto; envía la primera noticia al que más estaba interesado y más oraba por ello. Sin duda que el buen Simeón había estado buscando al Señor fervorosamente, como el resto de Jerusalén, para ver cuándo Dios enviaría al Mesías al mundo a restaurar y levantar las ruinas de Israel. Dios le reveló que le vería antes de morir, y para demostrarle cuánto apreciaba sus oraciones, le llevó al templo precisamente en el momento en que traían al niño para ser «presentado al Señor» (Lucas 2:27, 28). De modo semejante Dios ordena que la excelente Ana, «que no se apartaba del templo, sirviendo de noche y de día con ayunos y oraciones», llegue allí en el preciso instante (Lucas 2:37, 38). Por medio de una u otra circunstancia especial, Dios suele testificar al corazón de un hombre, para que sepa que le ha oído cuando oraba juntamente con otros.
(b) Llenando el corazón de abundante gozo al cumplirse aquello que uno ha pedido en oración; lo cual es argumento elocuente de que, en efecto, estas oraciones conmovieron al Señor tanto como las de los otros. El anciano Simeón, viendo ahora la respuesta a sus oraciones, estaba dispuesto aun a morir de gozo, y creía que no habría mejor ocasión: «Ahora despides, Señor, a tu siervo, conforme a tu palabra, en paz». Cuando los deseos se han vivido intensamente, al venir la respuesta, participan adecuadamente en el consuelo que esto trae. Si los deseos abundaron en la oración, también abundará el gozo y el consuelo en la respuesta. Cuando un buque regresa a puerto, no sólo los propietarios del mismo, sino todo el que se aventuró en el viaje, participa del alivio del regreso en la proporción en que participó en el riesgo. E igual ocurre en el caso que nos ocupa; aunque haya algunos más directamente afectados e interesados en la misericordia obtenida, tú te gozarás en Dios de que aquella haya sido obtenida. Pablo había plantado una iglesia en Tesalónica, pero no pudo quedarse a regarla con su propia predicación; no obstante, estando ausente, riega con sus oraciones las plantas que había puesto: «Orando de noche y de día con grande instancia» (I Tesalonicenses 3:10), dice. Y de la manera que sus oraciones fueron en gran medida abundantes por ellos, así también lo fue su gozo cuando se enteró de que perseveraban firmes y sin apostatar: «Porque ahora vivimos, si vosotros estáis firmes en el Señor» (v. 8). «Por lo cual, ¿qué hacimientos de gracias podremos dar a Dios por vosotros, por todo el gozo con que nos gozamos a causa de vosotros delante de nuestro Dios?» (v. 9).
(e) Si Dios os da un corazón agradecido por una bendición otorgada a otro, por la que muchos habéis orado juntos, es también señal de que vuestras oraciones han participado en ello. San Pablo no sabía cómo dar gracias por las respuestas a sus oraciones, como hemos visto en el pasaje mencionado. El anciano Elí, según el texto, había presentado tan sólo una breve petición en favor de Ana: » El Dios de Israel te otorgue la petición que le has hecho» (ISamuel 1:17), y por la respuesta concedida a aquella única oración (cuando Ana relató cómo Jehová le había contestado, vs. 26, 27), dio las gracias solemnemente: «y adoró allí a Jehová» (1:28).
(3) Finalmente, si aquello por lo que otros oraban juntamente contigo te afectaba personalmente, ¿qué motivos tienes para pensar otra cosa, sino que ha sido concedido por tus propias oraciones, y no sólo por las de ellos, dado que Dios movió sus corazones a orar por ti, lo mismo que movió el tuyo, y luego te dio lo que deseabas? Esto demuestra que eres amado como ellos, y acepto como ellos. «Sé que esto se me tornará en salud, por vuestra oración», dice Pablo en Filipenses 1:19. Aunque intervinieron las oraciones de ellos, si Pablo mismo no hubiera sido acepto, ni las oraciones de todos los hombres del mundo hubieran bastado para hacerle bien. Dios podrá oír las oraciones de los hombres piadosos en favor de los impíos (cuando éstos no oran por sí mismos), en cuanto a las cosas temporales; así vemos que oyó la oración de Moisés por Faraón y la de Abraham por Abimelec. El oye también a los justos tanto más a causa de las oraciones de otros; por ejemplo, oyó a Aarón y a Miriam por causa de Moisés (Números 12:13). Mas si Dios mueve tu corazón a orar por ti mismo, y mueve a otros a hacerlo también por ti, Él, que te ha dado el deseo de orar, oirá también tus oraciones, y las tendrá en más aprecio que las de los demás, como misericordia más especial para contigo, puesto que tú eres el más directamente interesado.
Por Thomas Goodwin