El mundo actual le da mucha importancia al conocimiento y la confianza que supuestamente trae consigo. Pero el conocimiento ha superado la capacidad que la mayoría de las personas tiene para absorberlo, excepto en algunas áreas especializadas. ¿Es posible que alguien realmente conozca algo en estas circunstancias? ¿Es posible la certeza?
La respuesta de Juan es que en, los asuntos espirituales, la certeza es posible y lo es de dos maneras. La primera, desarrollada justo antes de la afirmación del propósito de Juan, es mostrar que Dios ha prometido la justificación y la vida eterna a todos lo que creen en su Hijo. Podemos tener la seguridad simplemente porque podemos confiar en Dios. Para demostrar este aspecto, Juan muestra las diferencias que existen entre el testimonio humano y el divino.
«Si recibimos el testimonio de los hombres, mayor es el testimonio de Dios; porque este es el testimonio con que Dios ha testificado acerca de su Hijo. El que cree en el Hijo de Dios tiene el testimonio en sí mismo; el que no cree a Dios, le ha hecho mentiroso porque no ha creído en el testimonio que Dios ha dado acerca de su Hijo. Y este es el testimonio: que Dios nos ha dado vida eterna; y esta vida está en su Hijo. El que tiene al Hijo, tiene la vida; el que no tiene al Hijo de Dios no tiene la vida» (1Jn 5:9-12).
Evidentemente, Juan está intentando aclarar este tema de la mejor manera posible. Todos aceptamos el testimonio humano. De lo contrario, nos resultaría imposible firmar un contrato, o un cheque, comprar una entrada, tomar un autobús, o hacer cualquier otra de las miles de cosas que constituyen nuestro vivir cotidiano. «Muy bien, entonces», dice Juan, «¿por qué no hemos de creer a Dios, quien es el Único cuya Palabra es completamente digna de confianza? Dios nos dice que, si creemos en Jesús como nuestro Salvador, somos justificados».
Pero hay una segunda manera en la que Juan nos demuestra esta seguridad. Quienes creen en Dios tienen una certeza interior que lo que han creído es digno de confianza. Los reformadores llamaron a esta obra del Espíritu de Dios el “testimonium Spiritus Sancti internum”. Por otro lado, quienes no creen en Dios lo convierten en mentiroso; ya que están diciendo que no es posible confiar en Dios. Aquí, resulta evidente la naturaleza nefasta de no creer. «No creer no es una mala decisión por la que se debe sentir lástima; es un pecado que debe ser deplorado. Su gravedad radica en el hecho de que contradice la Palabra del Único Dios verdadero y por lo tanto le atribuye falsedad».
Pero para ser justos con los que dudan de su salvación, debemos decir que no todo lo que corresponde a una falta de seguridad es pecado precisamente en este sentido. Creer en Cristo y, sin embargo, pensar que Dios puede arrepentirse de su Palabra y no salvarnos constituye un pecado. Pero algunos saben que la fe que salva no es simplemente una conformidad intelectual con determinadas doctrinas, sino que involucra un compromiso y una confianza, y saben que, en cierto sentido, han creído en Cristo. Pero no están seguros de que han creído de la manera adecuada. «¿He confiado en Cristo realmente? ¿He dejado de lado todos mis intentos por lograr mi propia salvación por medio de mi propia justicia para aceptar la justicia de Cristo? ¿He sido verdaderamente justificado?».
Como respuesta a estas interrogantes, Juan ofrece tres pruebas. Estas pruebas son repetidas de distinta manera a lo largo de toda la epístola: la prueba doctrinal (la prueba de la creencia en Jesucristo), la prueba moral (la prueba de la justicia o la obediencia) y la prueba social (la prueba del amor).
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Extracto del libro “Fundamentos de la fe cristiana” de James Montgomery Boice