En Hechos 10:44-47, leemos: Mientras aún hablaba Pedro estas palabras, el Espíritu Santo cayó sobre todos los que oían el discurso, los fieles de la circuncisión que habían venido con Pedro se quedaron atónitos de que también sobre los gentiles se derramase el don del Espíritu Santo. Porque los oían que hablaban en lenguas, y que magnificaban a Dios. Entonces respondió Pedro: ¿Puede acaso alguno impedir el agua, para que no sean bautizados estos que han recibido el Espíritu Santo también como nosotros?
De esto se desprende, de forma evidente, que el derramamiento ocurrido en la casa de Cornelio fue de la misma naturaleza que el ocurrido el día de Pentecostés. Más aún, se nos habla de una venida del Espíritu Santo en Samaria (Hch. 8), y de otra en Éfeso (Hch. 19:6). Esta venida tuvo lugar, en ambos casos, después de la imposición de manos realizada por los apóstoles; y en Cesarea y Corinto, fue seguida de un hablar en lenguas extrañas, tal como en Jerusalén. Es evidente, por lo tanto, que el derramamiento del Espíritu Santo no se limitó únicamente a Pentecostés en Jerusalén, sino que luego fue repetido de una forma algo distinta y más débil, pero aún extraordinaria, tal como en Pentecostés.
¿Y quién negaría que hoy en día exista un derramamiento del Espíritu Santo en las iglesias? Sin que esto ocurra, no puede haber regeneración ni salvación. Sin embargo, no hay presencia de las señales de Pentecostés; por ejemplo, no hay más hablar en lenguas. Por lo tanto, se hace necesario distinguir entre el derramamiento normal que ocurre en estos tiempos y el extraordinario que ocurrió en Corinto, Cesarea, Samaria y Jerusalén.
De ahí que la pregunta se presente de la siguiente manera: Si en el día de Pentecostés el Espíritu Santo fue derramado de una vez y para siempre, ¿cómo podemos explicar los derramamientos normales y los extraordinarios?
Permítanos recurrir a un ejemplo: Supongamos que una ciudad estuviera conformada por una parte baja y una parte alta, ambas para ser abastecidas por el mismo embalse. Tras la finalización del sistema de la parte baja de la ciudad, esta puede recibir el agua primero, y la parte superior la recibe sólo después de que el sistema haya sido ampliado. Aquí nos damos cuenta de dos cosas: la distribución del agua se llevó a cabo de una sola vez, en lo que fue la inauguración formal de las obras hidráulicas, y no podría ocurrir más que en una única ocasión; mientras que la distribución del agua en la parte alta de la ciudad, aunque fuera extraordinaria, no fue más que un efecto resultante del evento anterior.
Esta es una ilustración clara de lo que ocurrió con el derramamiento del Espíritu Santo. La Iglesia estaba conformada por partes bien definidas, es decir, los judíos y el mundo gentil. Sin embargo, ambos debían constituir un solo cuerpo, un solo pueblo, una sola Iglesia; ambos debían vivir una vida en el Espíritu Santo. En Pentecostés, Él fue derramado en el cuerpo, pero sólo para saciar la sed de una parte, es decir, la parte judía; la otra parte aún estaba excluida. Pero luego, los apóstoles y evangelistas salen desde Jerusalén y entran en contacto con los gentiles, y ha llegado la hora para que el torrente del Espíritu Santo se derrame en la parte gentil de la Iglesia, y todo el cuerpo sea refrescado por medio del mismo Espíritu Santo. Por consiguiente, existe un derramamiento original en Jerusalén el día de Pentecostés, y un derramamiento adicional en Cesarea para la parte gentil de la Iglesia; ambos son de la misma naturaleza, pero cada uno tiene su propio carácter especial. Además de estos, existen algunos derramamientos aislados del Espíritu Santo, asistidos por la imposición de manos de los apóstoles, tal como en el caso de Simón el Mago.
Explicaremos esto de la siguiente manera: tal como de vez en cuando se realizan nuevas conexiones entre las casas particulares y el embalse de la ciudad, así mismo, nuevas partes del cuerpo de Cristo fueron añadidas a la Iglesia desde fuera, a las cuales el Espíritu Santo se derramó desde el cuerpo como a nuevos miembros. Es perfectamente natural que los apóstoles, en estos casos, aparezcan como instrumentos; y que, recibiendo en la Iglesia personas que provienen de una parte del mundo que aún no ha sido conectada con ella, se les extienda mediante la imposición de manos, la comunión del Espíritu Santo que mora en el cuerpo.
Esto también explica por qué hoy en día personas recién convertidas reciben el Espíritu Santo sólo en la forma ordinaria. Pues aquellos convertidos que están en medio de nosotros ya están en el pacto, ya pertenecen a la semilla de la Iglesia y al cuerpo de Cristo. Por lo tanto, no se forma ninguna nueva conexión, sino que una obra del Espíritu Santo es forjada en un alma con la que Él ya estaba relacionado a través del cuerpo. Y de esta manera, todas las objeciones son satisfechas y cada detalle es puesto en orden, y los límites del área que se habían vuelto ambiguos y confusos, vuelven a estar claramente delineados.
Asimismo, es evidente que la oración que pide otro derramamiento o bautismo del Espíritu Santo es errónea y no tiene real significado. En realidad, una oración de ese tipo niega el milagro de Pentecostés. Porque Aquél que vino y permanece con nosotros, no puede volver a venir a nosotros.
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Extracto del libro: “La Obra del Espíritu Santo”, de Abraham Kuyper