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Gén 1:27 Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó.

Por un lado, el pecador no tiene nada, absolutamente nada digno de ser alabado; y por otro lado, ¡aún mantiene características de la imagen de Dios!

Hagamos una ilustración: Dos caballos se vuelven locos; uno es un común caballo de carro, el otro es un noble semental árabe. ¿Cuál es más peligroso? El último, por supuesto. Cuando se suelte, su sangre noble lo hará violentamente incontrolable. Otro ejemplo: dos empleados trabajan en una oficina; uno es un simple trabajador no muy inteligente, el otro un joven brillante con mente aguda. ¿Quién podría hacerle más daño a su jefe? Por supuesto que el segundo. Todos sus esquemas mostrarían su superioridad en la dirección contraria. Este es siempre el caso. No hay enemigo más peligroso de la verdad que un incrédulo instruido en la religión. En todo su enojo impío muestra su instrucción y conocimiento superior. Satanás llega a ser tan poderoso porque antes de su caída fue excesivamente glorioso. Luego, en la caída, el hombre no dejó su naturaleza original, la mantuvo, sólo que su actuar se revirtió, corrompiéndose y dándole la espalda a Dios.

Cuando el capitán de una nave de guerra traiciona a su rey y levanta la bandera del enemigo, lo primero que hace no es derribar su propio barco, sino que lo mantiene tan eficiente como puede, y con su armamento intacto, hace exactamente lo que no debería hacer. “Optimi coruptio pessima!” dice el proverbio del sabio, esto es, a mayor excelencia, mayor peligro tiene su deserción. Si el almirante tuviera la posibilidad de elegir el barco que le pudiera traicionar, diría: “Que sea el más débil, porque la deserción del más fuerte es más peligrosa.” En cada ámbito de la vida es una realidad que las cualidades más extraordinarias de un ser o una cosa no desparecen cuando su acción es revertida, sino que se mantienen igualmente extraordinarios, pero para mal.

En este sentido entendemos la caída del hombre. Antes de la caída tenía el organismo más exquisito, que se dirigía según impulsos santos hacia los propósitos más altos. Revertido por la caída, este precioso instrumento humano se mantuvo pero dirigido por impulsos impíos y hacia objetivos impíos.

Comparando al hombre con un barco, su caída no echó a perder su motor; sin embargo, antes de la caída se movía hacia los propósitos de Dios, y después de ella se movía en dirección opuesta. De hecho, tan rápido como navegaba hacia la felicidad, ahora navega hacia su perdición, lejos de Dios. Al mantener su postura, la caída se hizo aun más terrible, y más segura su destrucción. Por lo tanto, mantenemos ambas posturas: el hombre mantuvo sus características excelentes, y su destrucción es evidente a menos que haya un nuevo nacimiento.

Ahora bien, de la imagen divina debemos ser cuidadosos en mantener:
Primero, el organismo artístico y maravilloso llamado naturaleza humana.
Segundo, la dirección hacia la cual se dirigía, es decir, hacia los fines más santos, en que Dios creó al hombre originalmente justo.

Que Dios haya creado al hombre bueno y a su imagen no significa que Adán estaba simplemente en un estado de inocencia en el sentido de que no había pecado; ni tampoco que estuviera perfectamente equipado para llegar a ser santo al ir ascendiendo a un mayor desarrollo; sino que fue creado siendo realmente justo y santo, indicando no un grado de desarrollo, sino más bien, su estado. Esta era su justicia original. Luego, todo lo que salía de su corazón, todas sus inclinaciones, eran perfectas. No carecía de nada. Sólo en un aspecto difería su condición bendita a la de los hijos de Dios: podía perder su justicia, pero ellos no. De estas dos partes que constituyen la imagen divina—primero, el organismo artístico del ser humano; segundo, la justicia original, en la cual el hombre se movía de forma natural—la segunda se pierde completamente, y la primera se revierte; pero el ser del hombre, aunque fue completamente arruinado, permaneció igual, para obrar hacia objetivos contrarios, en maldad e injusticia. De ahí que las características o efectos secundarios de la imagen divina no se encuentran en las cosas buenas que permanecen en el hombre, sino “en todo lo que hace.” El pecado del hombre no podría ser tan terrible si Dios no lo hubiese creado a Su imagen y semejanza.

Por tanto, las Escrituras dicen que todos se han descarriado, que todos han llegado a ser inmundos, y que todos han sido destituidos de la gloria de Dios; y al mismo tiempo declara que incluso este hombre es creado a imagen de Dios—Gen. 9:6—y a Su Semejanza—Santiago 3: 9

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Extracto del libro: “La Obra del Espíritu Santo”, de Abraham Kuyper

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