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La misma luz que nos revela la existencia de Dios, nos enseña que hay que adorarle en santidad. Bajo la ley, Dios era exigente en todo aspecto de la adoración. El Tabernáculo, por ejemplo, se hizo de los mejores materiales; los obreros estaban capacitados con raros talentos; solo se aceptaban los sacrificios excelentes; y los que ministraban ante Dios tenían que ser particularmente santos. ¡Dios es maravilloso en su adoración!

1. Sé consecuente en todas las ordenanzas

Dios odia la parcialidad, especialmente en las ordenanzas respecto a la adoración, todas las cuales proceden de Él. Y ciertamente no debemos rechazar nada que Dios escoja como bendición para sus hijos. Él se comunica a sí mismo mediante una variedad asombrosa para mantener alentados nuestros corazones. La esposa busca al Amado en secreto, en casa, sin encontrarlo; así que sale a la plaza y allí le encuentra y dice, “al que ama mi alma” (Cnt. 3:4).

Sin duda Daniel había acudido a menudo al Trono de la gracia, pero Dios reservó la plenitud de su amor, y la revelación de algunos misterios, hasta que unió el ayuno a sus oraciones. Solo entonces Él envió un mensajero celestial para darle a conocer su mente y corazón.

El Espíritu Santo a veces otorga mayor bendición en unos deberes que en otros, para llenar al cristiano de un estímulo extraordinario. Un bebé mama primero de un pecho, luego de otro. Mientras David meditaba, un fuego celestial se encendió en su corazón, hasta que finalmente dicho fuego prendió y se extendió. El eunuco leía la Palabra cuando Dios envió a Felipe junto a su carro. Cristo se reveló a los discípulos mientras partían el pan. Se unió a los discípulos camino de Emaús cuando estos conversaban. Cornelio oraba en su casa y entonces la visión celestial le indicó el camino que debía seguir.

Cristiano, cuídate para no rechazar algún privilegio de la adoración: ¡podría ser la puerta por donde Jesús espera entrar a tu alma! El Espíritu es libre. No lo ates a un solo deber, sino espera en Él efectuando cada uno de ellos. No es sabio dejar pasar agua por tu molino que no pueda ser útil para encaminar tu alma al Cielo.

Tal vez no recibes tanta luz como deseas cuando buscas a Dios en los cultos públicos. ¿Qué clase de comunión tienes con Él en secreto? He aquí un agujero lo bastante grande como para que pierdas todo lo que ganas en público, si no lo reparas. Samuel no se sentó a la mesa con Isaí y sus hijos hasta que David, el más joven de estos, estuviera con ellos. Si deseas la presencia de Dios en alguna ordenanza, tienes que recuperar la que desechaste; puede parecerte la menos importante, pero puede ser la que Dios ha escogido para coronarla con su bendición más especial para tu alma.

2. Busca las metas de Dios

Dios tiene dos propósitos con la adoración. Primero, pretende que lo honremos como Señor soberano. Segundo, la adoración es la forma en que comunica su presencia y sus bendiciones a sus hijos.

  1. El homenaje a nuestro Señor soberano

Sin adoración, ¿cómo declaramos que en Él vivimos, nos movemos y somos? Una de las primeras cosas que Dios enseñó a Adán y a sus hijos fue la adoración divina. El que es santo pone como lo más importante en su vida santificar el nombre de Dios y darle a él gloria. Un súbdito puede ofrecer un presente a su príncipe de forma tan ridícula que el gobernante se sienta más desdeñado que honrado; los soldados se arrodillaron ante Jesús, pero sus corazones se burlaban del Dios Santo.

Nuestro comportamiento revela la opinión que tenemos de Dios. El que cumple con su deber espiritual con un espíritu de santa reverencia, lleno de fe y temor, gozo y temblor, declara abiertamente que cree que Dios es grande y bueno, glorioso y majestuoso. Pero el que adora de forma descuidada y negligente, le dice claramente a Dios lo poco y mal que piensa de Él.

Los errores en la adoración ocurren porque la persona no conoce al Dios que adora. Lo que esté grabado en el sello se imprimirá en la cera. Los conceptos que tenemos de Dios se reproducen en el culto que tributamos. Abel demostró ser piadoso, mientras que Caín reveló su maldad. Abel apuntó al fin que Dios le había indicado para la adoración: la santificación del nombre de Dios.

1. Abel le dio lo mejor a Dios. No ofreció el primer animal que tenía a mano, sino que llevó “las primicias”. No le dio a Dios lo flaco, guardándose lo gordo, sino que ofreció lo mejor de lo mejor. Por otra parte: “Caín trajo del fruto de la tierra una ofrenda a Jehová” (Gn. 4:3), pero la Palabra no especifica si fueron primicias o lo mejor.

    2. Abel dio su corazón a Dios. No esperaba que Él se contentara con un par de animales. Juntamente con ellos, le entregó su corazón. “Por la fe Abel ofreció a Dios más excelente sacrificio que Caín” (Heb. 11:4). El culto interior del alma de Abel fue lo que Dios aceptó con agrado. Como resultado, Abel obtuvo el precioso testimonio de la propia boca de Dios acerca de su justicia. Por otra parte, Caín opinaba que bastaría —y aun sobraría— que le diera a Dios algo del fruto de la tierra. De haber considerado la identidad de Dios y su propósito al pedirle una ofrenda, no podría haber razonado que él apreciara un puñado o dos de grano, sino como una señal de aquella adoración espiritual que espera que acompañe al rito exterior.

    3.- ¡Cristiano!, cuando te preparas para honrar a Dios recuerda que Él ha de ser adorado como lo que es: “Maldito el que engaña, el que teniendo muchos en su rebaño, promete, y sacrifica a Jehová lo dañado. Porque yo soy el Gran Rey, dice Jehová de los ejércitos, y mi nombre es temible entre las naciones” (Mal. 1:14).

    David fue muy consciente en cuanto al templo que había propuesto en su corazón edificar, porque no era para el hombre, sino para el Señor; de forma que preparó a fondo la casa de su Dios (cf. 1 Cr. 29:1). Nosotros debemos prepararnos para la adoración con la misma seriedad y humildad: “No ministro para el hombre —tenemos que decirnos—, sino para el Señor Dios Todopoderoso”.

    b. La comunicación de las bendiciones de Dios

    El Salmista habla del monte de Sion, el lugar para adorar a Dios, donde estaba el Templo. “Allí envía Jehová bendición, y vida eterna”, dice (Sal 133:3): gracia y consuelo que brotaron para vida eterna y fluyeron de Dios al hombre. Los cristianos siempre han sacado su agua de estos pozos: “Buscad a Dios, y vivirá vuestro corazón” (Sal. 69:32).

    Pero las almas que no buscan a Dios en el monte de Sion deben morir. El agricultor no puede esperar una cosecha donde no ha arado y plantado; el comerciante no se hará rico si nunca abre sus puertas a los clientes. Es igualmente ilógico que alguien espere los beneficios de la gracia cuando se niega a seguir los caminos de Dios.

    Dios hace grandes cosas para los que tienen comunión con Él. El poder de la santidad aparece cuando uno considera prioritario el buscar y encontrar a Dios en la adoración. El estudiante diligente que va a la universidad deja las diversiones para poder entregarse al estudio. El cristiano entregado es movido por el Espíritu Santo para ir de un aspecto de la adoración a otro, como la abeja que va de flor en flor, buscando almacenar mayor virtud.

    El hombre santo no busca a Dios para tener una reputación admirable entre los cristianos, o sea, no por las emociones. En su lugar, es como el mercader que va de puerto en puerto, no de turismo, sino buscando perlas costosas. El cristiano debe avergonzarse más que el mercader que vuelve vacío, sin tesoro.

    ¿Observas como los demás se enriquecen en virtud de su   participación en las santas ordenanzas mientras tú sales vacío como un pordiosero? Dios ve un hambre preciosa en aquellos que valoran a Cristo y su gracia como lo más necesario para su vida: “A todos los sedientos: Venid a las aguas; y los que no tienen dinero, venid, comprad y comed. Venid, comprad sin dinero y sin precio, vino y leche” (Is. 55:1).

    El Espíritu Santo alude aquí a la costumbre de los pueblos marítimos: cuando un barco alcanzaba el puerto, sus mercaderes iban por la ciudad proclamando la llegada de sus mercancías. “Todo aquel que busque ciertos artículos, venga al puerto donde pueden comprarse a tal precio”, decían. Así llama Cristo a todo aquel que reconoce su necesidad de Él y de sus virtudes, para que acuda a las ordenanzas en donde estos dones se encuentran gratuitamente.

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    Extracto del libro:  “El cristiano con toda la armadura de Dios” de William Gurnall

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