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Un alma desanimada dice: “He orado una y otra vez pidiendo fuerza ante la tentación, ¡y hasta hoy tengo las manos débiles! Por mucho que me esfuerce, no puedo resistir. Si realmente me es posible reclamar el poder de Dios, ¿por qué no tengo la victoria en mi vida cristiana?”

  1. Puede que hayas pasado por alto el poder de Dios

Mira de nuevo, y sin duda verás alguna fuerza que se te ha pasado inadvertida antes. Tal vez oraste esperando que Dios respondiera de cierta manera; pero mientras lo esperabas mirando por la ventana delantera, Él entró por la puerta de atrás. Esto es: esperaste un alivio repentino de la prueba, pero en su lugar Dios te dio fuerza para orar con mayor fervor. ¿Es eso nada? Cualquier médico te dirá que cuanto más alto llora un niño, más fuerte es.

No solo esto. ¿No ves que tienes mayor poder de abnegación que antes? Es decir, ¿no te humilla cada vez más la espina clavada en tu carne? Si es así, has luchado con un fuerte oponente —tu orgullo— y has luchado bien. ¿Qué cosa más dura y contra naturaleza hay que obligar al orgullo carnal a doblar la rodilla delante de Dios?

2. Dios puede demorarse a propósito

Cuando has esperado todo el tiempo que estás dispuesto a esperar, y Dios aún no ha respondido, no dejes que tu propia impaciencia le acuse de ser negligente. En su lugar, di: “Mi Padre es más sabio que yo. Enviará lo necesario cuando haga falta. Sé que si retrae su mano, solo es porque sabe más que yo». Una razón para aplazar la liberación es darnos la oportunidad de crecer en la fe. Cuando una madre enseña a su hijo a andar, se aleja un poco y extiende su mano al niño, llamándolo. Si ejerce su fuerza acercándose al pequeño, eso no sirve, porque el niño no puede entonces ejercitar sus piernas débiles. Si lo ama, le dejará sufrir un poco para asegurar su salud futura. Igualmente, ya que Dios ama a sus hijos, a veces los deja luchar para fortalecer las piernas de su fe.

No solo esto; también puede utilizar las pruebas como ocasión de mayor demostración de su poder. Supongamos que un niño anda por la orilla de un río; se resbala, y corre peligro. ¿Qué hace su madre? ¡Corre enseguida a salvarlo! Y sus brazos nunca antes fueron tan fuertes para consolarlo como en tal circunstancia.

Puede que seas una pobre alma débil en la fe y a punto de hundirte; pero hasta hoy perdura tu gracia, aunque haga aguas. ¿Hay mayor demostración del poder de Dios que ver cómo se remolca este barco afligido y fatigado por la tempestad ante una armada de pecados y demonios, para llegar al buen puerto de Dios? ¡Qué gran tributo a su poder, el que una nave tan débil derrote a todos los acorazados de Satanás!

3.El estorbo a la bendición puede estar en ti

Si tu corazón no está bien seguro cuando clamas por la liberación, la fuerza no vendrá. Pregúntate lo siguiente cuando te sientas alejado del poder de Dios: ¿Confío realmente en Dios, y únicamente en Él, para satisfacer mi alma?  ¿O estoy dependiendo de mi resolución, de mi pastor o de otra fuente externa? Todas estas cosas son buenas, pero solo son servidores de Dios. Pasa por ellas hasta llegar a Cristo mismo. Tócale, y la liberación es tuya.

4.Dios puede llamarte a perseverar en situaciones críticas

Tal vez nada de lo expuesto responda a tu caso individual. Tu corazón está bien con Dios; has esperado sinceramente en oración, pero Dios retrae su mano. Entonces tienes que vivir y morir en la espera, porque puede que sea lo apropiado. ¿Qué mayor evidencia de tu fe y de la obra de la gracia de Dios en ti que perseverar hasta el fin?

Consuélate con la promesa de que cuando estés en las últimas, llegará la fuerza. La Palabra dice: “Los que esperan a Jehová tendrán nuevas fuerzas” (Is. 40:31). El Profeta no fue enviado a la viuda antes de que esta hubiera cocido el último pan. Job no fue liberado hasta cumplirse el propósito de Dios. ¿Son tus pruebas mayores que las de Job? Esfuérzate por tener su mismo corazón, y sabrás que tu vida está en manos de un Dios lleno de tierna misericordia y compasión (cf. Stg. 5:11). 

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Extracto del libro:  “El cristiano con toda la armadura de Dios” de William Gurnall

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