CERTIFICADO DE ÉXITO DE LA ORACIÓN
Texto: «Y yo os digo: Pedid y se os dará; buscad y hallaréis; llamad y se os abrirá. Porque todo el que pide, recibe; y el que busca, halla; y al que llama, se le abrirá.” Lucas 11: 9-10
Buscar ayuda de un ser sobrenatural en tiempo de angustia es un instinto de la naturaleza humana. No decimos que la naturaleza humana no renovada ofrezca una oración verdaderamente espiritual, o pueda ejercer la fe salvadora en el Dios vivo. Pero, no obstante, como niño que llora en la oscuridad con angustioso anhelo de recibir ayuda de uno u otro lugar, y que difícilmente puede saber de dónde, así también un profundo pesar clama el alma ante algún ser sobrenatural que le pueda oír en demanda de socorro. No hay personas más dispuestas a orar en tiempo de angustia que aquellas que han ridiculizado la oración en tiempos de prosperidad; y probablemente no hay oraciones más reales y en conformidad con los sentimientos que las que el ateo ha ofrecido bajo la presión del temor de la muerte.
En uno de sus artículos en el Tattler, Addison describe a un hombre que, a bordo de un barco, se jactaba ruidosamente de su ateísmo. Al sobrevenir una repentina tormenta, cayó de rodillas y confesó al capellán que había sido ateo. Los rudos marineros que nunca antes habían oído esa palabra pensaban que se trataba de algún extraño pez, y se sorprendieron en extremo cuando vieron que era un hombre, y supieron de su propio boca «que nunca, hasta ese día había creído que hubiera un Dios.»
Uno de los viejos marineros le dijo al contramaestre que sería una buena obra echarlo por la borda, pero consideró que era una sugerencia cruel, porque la pobre criatura ya estaba en un estado tan miserable que su ateísmo se había evaporado, y en medio de un terror mortal clamaba a Dios pidiendo que tuviera misericordia de él.
Han ocurrido incidentes similares no una ni dos veces. En realidad, el escepticismo jactancioso se bate en retirada tan frecuentemente que siempre esperamos que vuelva a ocurrir lo mismo. Quítese toda restricción artificial de la mente, y puede decirse de todos los hombres que, al igual que los compañeros de viaje de Jonás, cada uno clama a su Dios estando en tribulación. Como las aves en sus nidos, y los ciervos a sus matorrales, los hombres en su angustia vuelan en busca de socorro a un ser superior en la hora de la necesidad.
Por instinto, el hombre se volvió a su Dios en el Paraíso; y ahora, aunque en un grado lamentable es un monarca destronado, permanecen en su memoria vestigios de lo que era, y memoria en cuanto a donde encontrar su fuerza. Por lo tanto, no importa dónde podáis encontrar a un hombre, si está en angustia, pedirá ayuda sobrenatural. Creo en la veracidad de este instinto, y que el hombre ora porque hay algo en la oración. Como cuando Dios da a sus criaturas el don de la sed, es porque existe el agua para saciarla. Y cuando crea el hambre es porque existe el alimento correspondiente al apetito. Así cuando Él inclina a los hombres a orar es porque la oración tiene una bendición correspondiente unida a ella.
Encontramos una poderosa razón para esperar que la oración sea efectiva en el hecho de que es una institución de Dios. En la palabra de Dios repetidas veces se nos da el mandamiento de orar. Las instituciones de Dios no son necedad. ¿Puedo yo creer que el Dios infinitamente sabio me ha ordenado un ejercicio que es ineficaz y que no es más que un juego de niños? ¿Me ordena orar, y sin embargo, la oración no tiene más resultado que si silbo al viento, o le canto, a un matorral? Si no hay respuesta a la oración, la oración es un monstruoso absurdo y Dios es el autor de ella. Y esto es una blasfemia si alguien se atreve a afirmarlo. Ningún hombre que no sea un tonto seguirá orando una vez que se le ha pro¬bado que la oración no hace ningún efecto delante de Dios, y que nunca recibe una respuesta. La oración es una tarea de idiotas y locos, y no para personas sanas, si fuera verdad que sus efectos terminan en el mismo hombre que ora.
No entraré a argumentar sobre la materia, más bien, voy a considerar mi texto, el cual para mí, por lo menos, y para vosotros que sois seguidores de Cristo, es el fin de toda controversia. Nuestro Salvador sabía muy bien que surgirían muchas dificultades en relación con la oración, y podrían hacer vacilar a sus discípulos, así que contrarrestó toda oposición mediante una afirmación incontrovertible. Leed las palabras: «Yo os digo: Yo, vuestro Dios: Yo os digo, pedid y se os dará; buscad y hallaréis; llamad y se os abrirá.»
En el texto nuestro Señor hace frente a todas las dificultades, en primer lugar, dándonos el peso de Su auto¬ridad, «Yo os digo;» en segundo término, obsequiándonos una promesa, «Pedid y se os dará,» etc..; y luego recordán¬donos un hecho indiscutible, «todo el que pide, recibe.” Tenemos aquí tres heridas mortales para las dudas que el cristiano pueda tener en cuanto a la oración.
I. En primer lugar, NUESTRO SALVADOR NOS DA EL PESO DE SU PROPIA AUTORIDAD: «Yo os digo.”
La primera marca de un seguidor de Cristo es que cree a su Señor. De ningún modo podemos seguir al Señor si levantamos dudas acerca de puntos que Él ha establecido positivamente. Aunque una doctrina esté rodeada de diez mil dificultades, el ipse dixit del Señor Jesús las suprime todas, en lo que concierne a los cristianos verdaderos. La declaración de nuestro Maestro es todo el argumento que necesitamos: «Yo os digo» es nuestra lógica. ¡Razón! te vemos majestuosa en Jesús, porque Él nos ha sido hecho por Dios sabiduría. El no puede errar, no puede mentir y si El dice: «Yo os digo,» todo debate llega a su fin.
Pero, hermanos, hay algunas razones que nos deben llevar a descansar más confiadamente en la palabra de nuestro Señor, pero en la explicación que tenemos en consideración hay una fuerza especial. Se ha objetado que no es posible que la oración pueda ser contestada, porque las leyes de la naturaleza son inalterables, y todo debe seguir su curso y así será sea que los hombres oren o no. No nos parece necesario demostrar que las leyes de la naturaleza sufren perturbaciones. Dios puede obrar milagros, y puede obrarlos todavía como lo hiciera antaño, pero no es parte de la fe cristiana que Dios tenga que obrar milagros para responder las oraciones de sus siervos. Cuando un hombre, para cumplir una promesa tiene que desorganizar todos sus asuntos, y por decirlo así, tiene que detener toda su maquinaria, ello demuestra que es sólo un hombre, y que su sabiduría y poder son limitados; pero Él es verdadero Dios, y sin dar marcha atrás a su maquinaria, o sin quitar un solo diente a la rueda, cumple los deseos de su pueblo cuando los presenta delante de Él. El Señor es tan omnipotente que puede lograr resultados equivalentes a milagros sin necesidad de suspender en el más mínimo grado alguna de sus leyes. En el pasado, por decirlo así, detuvo la maquinaria del universo en respuesta a la oración, pero ahora, con una gloria igualmente divina, El ordena los sucesos de modo que pueda responder las oraciones de los creyentes, y sin suspender no obstante una sola ley natural….
… continuará …