Hay otro aspecto de esta doctrina de la gracia que se enseña en este versículo, y es "la gracia restauradora" de Dios: “Me tomaste de la mano derecha”. Esta es otra parte maravillosa de la doctrina. Cuando el salmista mira hacia atrás comienza a comprender. Ha llegado a entender que Dios lo estaba sosteniendo de su mano derecha, y en el momento crucial lo trajo de vuelta. Sin embargo, no se quedó allí. ¿Qué es lo que le hizo volver?
Se sentía muy miserable, con mucha envidia de los necios. ¿Qué es lo que le levantó y le ayudó a entender? Algunos creerán que es una pregunta innecesaria, porque ya hemos visto que fue como resultado de ir al santuario de Dios. Él mismo lo dice: «Cuando pensé para saber esto, fue duro trabajo para mí, hasta que entrando en el santuario de Dios comprendí el fin de ellos”. Lo que le restauró fue su decisión de ir al santuario de Dios.
Sin embargo, esto sólo es una respuesta superficial. La pregunta que nos tenemos que hacer es ésta: ¿Qué es lo que al salmista le hizo ir al santuario de Dios? Estaba allí, sumergido en su miseria y diciéndose: «Dios es injusto. He lavado mis manos y limpiado mi corazón y a pesar de todo, siempre tengo problemas, mientras que los impíos son felices». Le pareció que no era verdad el evangelio. Repentinamente sintió la necesidad de ir al santuario de Dios. Pero, ¿que le impulsó a ir al santuario? Hay una sola respuesta a esto: la gracia restauradora de Dios. Como decimos tan livianamente, es algo que se le «ocurrió». Pero, ¿cómo es que se le ocurrió? La respuesta es que Dios puso la idea en su mente.
Quisiera volver al caso del creyente que cayó en el adulterio, y engañó y robó a su mujer. Aquí está el resto de la historia. Abandonó su casa, vino a Londres y vivió en adulterio. Se le acabó el dinero. Se sintió desgraciado y miserable, tanto, que estaba decidido a suicidarse. Llegó a ser mendigo. Finalmente, un domingo por la noche, cuando se dirigía al río Támesis, determinado a arrojarse y terminar con su vida, repentinamente se le «ocurrió» venir aquí, se sentó en la galería mientras yo dirigía a la congregación en oración. No sabía que él estaba presente pero dije algo sobre el amor de Dios para con el que está «frio». Lo dije repentinamente, sin premeditarlo, no sabiendo nada. Y lo que dije, aunque una frase sin importancia, fue como un rayo de luz proveniente de Dios, para esta pobre alma. El volvió a Dios y ahora todo estaba bien. ¡La gracia restauradora de Dios! Este hombre estaba caminando por las calles y repentinamente tuvo deseos de venir al santuario. ¿Por qué? Porque Dios le mandó, Dios puso el pensamiento en su mente y él vino. Dios también puso ese pensamiento en mi mente y lo dije en mi oración. Realmente, en un sentido, no fui responsable; no me di cuenta. Así es como obra Dios.
Justo cuando llegamos al límite, cuando ya no tenemos esperanzas y cuando ya estamos por dar lugar a la desesperación, cuando llegamos a pensar en suicidarnos, inesperadamente Dios interviene, quizá en el último momento y nos trae de vuelta. Nos restaura a la comunión, comunión con Él mismo y más particularmente a la comunión con los santos, y nos devuelve el gozo y la alegría que hemos perdido. «Me hizo sacar del pozo de la desesperación, del lodo cenagoso. Puso mis pies sobre peña, y enderezó mis pasos”.
David, Rey de Israel, supo algo de esto. Pecó terriblemente y la única forma en que Dios pudo tratar con él, fue enviándole el profeta Natán. Natán le hizo notar su pecado en forma de parábola, diciéndole simplemente: «Tú eres aquel hombre’” (2a. Sam. 12). David vio su pecado y eso le impulsó a escribir el Salmo 51 y a confesar su pecado. El remordimiento puede hacer esto. Puede hacer que nos condenemos y luego, quizá, llegar al suicidio. Pero el cristiano dice con David: «Lávame”: «Vuélveme el gozo de tu salvación”.
Esta es la gracia restauradora de Dios. Él trae al alma de vuelta, conforme a su maravilloso amor y a su admirable bondad Podemos resumir esta doctrina así. En la vida cristiana nada es fortuito. Nada sucede por casualidad. ¿Hay algo más consolador, más maravilloso que saber que estamos en las manos de Dios? Todo está bajo su control. Él es el Dios Todopoderoso, el Señor del Universo, que hace todo de acuerdo al consejo de su propia eterna voluntad. Somos objetos de su amor por lo tanto nada nos puede pasar. «. . Aun vuestros cabellos están todos contados”. El no nos dejará ir. Podemos caer profundamente en el pecado, y alejarnos mucho, pero no seremos del todo destruidos; nos sostendrá de la caída final. Él siempre nos traerá de vuelta. «Confortará mi alma”, dice el salmista. Y después de confortarnos, nos hará descansar «en lugares de delicados pastos” y nos guiará a «aguas de reposo”. Y nos tratará de una forma tan maravillosa que nos será difícil creer que hicimos lo que hicimos. ¡La gracia restauradora de Dios!
¿No es nuestra ignorancia el problema principal? Hablamos mucho de nuestras decisiones y de lo que estamos haciendo. Tenemos que aprender a pensar de otra manera y ver que Dios es el que ha hecho todo. Nosotros no nos decidimos por Cristo, fue Él quien puso las manos sobre nosotros y, para usar el término de Pablo, nos «asió». Es por eso que nos decidimos. Vayamos más allá de nuestra decisión. ¿Qué es lo que nos hizo decidir? Volvamos al principio, a la gracia de Dios. Es todo por su gracia, y si no fuese así, pronto nos decidiríamos por lo contrario, y nos alejaríamos y nos perderíamos por completo. Sin embargo, no podemos caer de su gracia. Podemos caer en nuestra confusa inteligencia y pensamiento, pero no en la realidad. ¡La gracia salvadora de Dios! No obstante, necesitamos ser restringidos, y cuando caemos necesitamos ser restaurados. Y Él lo hace todo. Tenemos que darnos cuenta que «Dios es el que en vosotros obra desde el principio hasta el fin». Gracias a Dios por su gracia admirable, maravillosa gracia salvadora, restringente, y restauradora. «Con todo, siempre estuve contigo”. Es casi increíble, pero es verdad. «Siempre estuve contigo”.