VELAR
En el sentido básico, la orden de Pablo de velar significa permanecer despierto y no dormirse durante la oración. En Getsemaní, poco antes que lo traicionaran, Jesús les pidió a Pedro, Jacabo y Juan que velaran mientras Él oraba (Mat. 26:38). Cristo regresó poco después y los halló durmiendo, así que le dijo a Pedro: «¿Así que no habéis podido velar ni una sola hora conmigo? Velad y orad, para que no entréis en tentación. El espíritu, a la verdad, está dispuesto; pero la carne es débil» (vv, 40, 41).
Es imposible orar mientras uno duerme, debes estar despierto y alerta para hablar con Dios, así como lo estás cuando habla con cualquier persona. No obstante, las órdenes de Pablo, tanto en Colosenses 4:2 como en Efesios 6:18, abarcan más que el estar alerta físicamente.
Los creyentes también deberían buscar esas cosas por las cuales deberían estar orando. Obviamente, Pedro aprendió esta profunda verdad del hecho de no permanecer despierto, ya que escribió en su primera epístola: «Sed, pues, prudentes y sobrios en la oración» (1 Pedo 4:7).
Los cristianos a veces dicen oraciones vagas y generales que son difíciles que Dios conteste porque realmente no piden nada específico. Por eso es tan importante la oración específica. Aunque las peticiones generales pueden ser apropiadas en ciertas ocasiones, es por medio de las respuestas a oraciones específicas cuando vemos a Dios demostrar su amor y poder. Jesús prometió:
«Y todo lo que pidáis en mi nombre, eso haré, para que el Padre sea glorificado en el Hijo. Si me pedís alguna cosa en mi nombre, yo la haré» (Juan 14:13, 14).
Aquellos creyentes que buscan constantemente al Señor tienen preocupaciones específicas; si no estás alerta a los problemas y necesidades específicos de otros creyentes, no podrás orar por ellos específicamente y de todo corazón. Pero cuando lo haces, puedes esperar la respuesta de Dios, regocijarte en ello cuando llegue, y luego ofrecerle su alabanza de agradecimiento.
PERSEVERANCIA
Desafortunadamente, la mayoría de creyentes nunca toman en serio la oración hasta que sucede un problema en su vida o en la de un ser querido. Entonces tienen la inclinación de orar atenta, específica y persistentemente. Pero Pablo dice que siempre debemos orar de esa manera, y «velar con toda perseverancia» (Efe. 6:18). La palabra griega que se traduce «perseverancia» y es usada en el mandato «perseverar siempre» (Col. 4:2) viene de proskartereo, una palabra compuesta formada por kartereo («estar firme» o «resistir») y una preposición añadida que intensifica el significado. El verbo significa «ser valientemente persistente», «aferrarse y no soltarse». Se usó para referirse a la resistencia fiel de Moisés cuando sacó a los hijos de Israel de Egipto (Heb. 11:27).
Perseverar en la oración es presentar todo delante de Dios con todo el corazón, valentía y constancia, especialmente las necesidades de los demás. La sensibilidad a los problemas y necesidades de los demás, incluyendo otros creyentes que están pasando por pruebas y dificultades, nos llevará a orar por ellos «de noche y de día» como Pablo lo hizo por Timoteo (2 Tim. 1:3).
El ejemplo de nuestro Señor Jesús mismo fue la personificación de la perseverancia en la oración. Hebreos 5:7 dice: «En los días de su vida física, habiendo ofrecido ruegos y súplicas con fuerte clamor y lágrimas al que le podía librar de la muerte, .. «. Este versículo es un comentario de la vida de oración de nuestro Señor Jesucristo mientras estuvo en la tierra, una vida caracterizada por oraciones apasionadas ofrecidas con gran intensidad y agonía.
Aunque la Escritura no registra los detalles de sus oraciones, podemos estar seguros de que Él perseveró en ellas, incluso si le tomaba toda la noche (Luc. 6:12).
La ilustración más grande de su intensidad en la oración se llevó a cabo en el huerto de Getsemaní antes de su muerte.
Lucas escribe: …puesto de rodillas oraba diciendo: ‘Padre, si es posible, aparta de mí esta copa; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya’ … y angustiado, oraba con mayor intensidad, de modo que su sudor era como grandes gotas de sangre que caían hasta la tierra» (Luc. 22:41,42,44). En la versión de Mateo del mismo evento, hallamos a Jesús rogándole a Dios tres veces (Mat. 26:36-46). Esa fue una oración ferviente y prolongada, a tal grado que los discípulos se durmieron varias veces mientras Él oraba.
Nuestro Señor hizo muchas obras poderosas cuando estuvo en la tierra, sin embargo, en ninguna de ellas se percibe algún consumo de energía. Aunque la Escritura dice que salió poder de Él, no hay registro que indicase que tuvo que ejercer esfuerzo alguno en realizar sus milagros. Sólo cuando oró lo vemos angustiarse y esforzarse por sus peticiones, aun al punto de sudar
como grandes gotas de sangre. Esa persistencia nos es extraña, no obstante es esa clase de intensidad la que Cristo quería que aprendieran sus discípulos de las dos parábolas que les enseñó.
Las parábolas de nuestro Señor
Entre las muchas parábolas de nuestro Señor, hay dos que resaltan por ser diferentes a las demás. Aunque las otras parábolas se relacionan a Dios de manera comparativa, las que se relatan en Lucas 11 y 18 se relacionan con Dios por contraste. Ilustran a gente que no se parece a Dios, y al hacerlo, estas parábolas exponen los argumentos a favor del valor de la oración persistente.
Les dijo también:
-Supongamos que uno de vosotros tiene un amigo y va a él a la medianoche y le dice: «Amigo, préstame tres panes, porque ha llegado a mí un amigo de viaje, y no tengo nada que poner delante de él». Le responderá aquel desde adentro: «No me molestes; ya está cerrada la puerta, y mis niños están conmigo en la cama; no puedo levantarme para dártelos»? Os digo que, aunque no se levante a dárselos por ser su amigo, ciertamente por la insistencia de aquel se levantará v le dará todo lo que necesite. y yo os digo: Pedid, y se os dará; buscad v hallaréis; llamad, y se os abrirá, Porque todo aquel que pide recibe, y el que busca halla, y al que llama se le abrirá» (Luc. 11:5-10).
Les refirió también una parábola acerca de la necesidad de orar siempre y no desmayar. Les dijo: «En cierra ciudad había un juez que ni temía a Dios ni respetaba al hombre. Había también en aquella ciudad una viuda, la cual venía a él diciendo: ‘Hazme justicia contra mi adversario’.
Él no quiso por algún tiempo, pero después se dijo a sí mismo: ‘Aunque ni temo a Dios ni respeto al hombre, le haré justicia a esta viuda, porque no me deja de molestar; para que no venga continuamente a cansarme?». Entonces dijo el Señor: «Oíd lo que dice el juez injusto. ¡Y Dios no hará justicia a sus escogidos que claman a él de día y de noche: ¿Les hará esperar) Os digo que los defenderá pronto … » (Luc. 18:1-8).
El contraste entre Dios y el amigo reacio; y el juez injusto es obvio. Si esos humanos mal dispuestos y pecadores honran la persistencia, ¿cuánto más nuestro santo y amoroso Padre celestial? Si no recibes una respuesta inmediata a tu petición, o si los acontecimientos no salen exactamente o con la rapidez que esperabas, la palabra del Señor para nosotros es «no te desanimes»; sigue orando sin cesar y no te rindas. Sigue llamando. Sigue pidiendo. Sigue buscando….
Extracto del libro: A solas con Dios, de John MacArthur