Si quieres conocer el poder y la pasión en tu práctica de orar, necesitarás orar con un corazón piadoso, con un motivo puro, buscando sólo la gloria de Dios. También necesitarás orar con un corazón humilde buscando sólo la atención de Dios, no la de los hombres. Finalmente, necesitarás ora con un corazón confiado sabiendo muy bien que Dios ya sabe lo que necesitas. Si te diriges a Dios de esta manera, Él lo recompensará de la manera que nunca te podrías imaginar, y aprenderás el valor de estar a solas con Dios.
La oración comienza y termina no con las necesidades del hombre sino con la gloria de Dios (Juan 14: 13). Debes ocuparte principalmente en quién es Dios, lo que quiere y cómo puede ser glorificado. Aquellos que enseñan otra cosa no se preocupan de extender el reino de Cristo o la gloria del nombre de Dios, sino con el engrandecimiento de su propio imperio y el cumplimiento de sus propios deseos egoístas.
Tal enseñanza ataca el corazón de la verdad cristiana, el propio carácter de Dios.
Creer que Dios es realmente como el genio de una lámpara, esperando concedernos cada deseo, va en contra de la clara enseñanza de las Escrituras. Muchos santos del Antiguo Testamento por cierto tuvieron causa justa para rogarle a Dios que los sacase de circunstancias desgarradoras, no obstante ellos buscaron cómo glorificar a Dios y seguir siempre su voluntad.
Recordando lo que sucedió mientras estuvo dentro de un gran pez, Jonás dijo: «Cuando mi alma desfallecía dentro de mí, me acordé del SEÑOR; Y mi oración llegó hasta ti, a tu santo templo… Pero yo te ofreceré sacrificio con voz de alabanza. Lo que prometí haciendo votos, lo cumpliré. ¡La salvación pertenece al SEÑOR'» (Jon. 2:7,9). Cuando Jonás aparentemente tuvo un muy buen motivo para exigirle a Dios que lo sacase del pez, él simplemente alabó el carácter de Dios.
Daniel estuvo a menudo en situaciones peligrosas debido a su papel dentro de la sociedad pagana de Babilonia. En su preocupación por el cautiverio de Judá, oró: «¡Oh Señor, Dios grande y temible, que guarda el pacto y la misericordia para con los que le aman v guardan sus mandamientos: Hemos pecado … » (Dan. 9:4, 5).
Él empezó su oración afirmando la naturaleza y carácter de Dios.
El profeta Jeremías vivió la mayor parte de su vida en frustración y confusión, llorando desde el principio con un corazón roto por su pueblo. Aunque fácilmente pudo haberse desesperado por su ministerio, nunca se encerró bajo sus propias circunstancias dolorosas. En cambio, oró y alabó la gloria, el Nombre y las obras de Dios (Jer. 32:17-23).
Aquellos santos del Antiguo Testamento sabían que debían reconocer a Dios en su lugar legítimo v conformar sus voluntades a la de Él. Y eso fue exactamente lo que enseñó Jesús a los discípulos cuando dijo: «Vosotros, pues, orad así» (Mar. 6:9).
En menos de 70 palabras encontramos una obra maestra de la mente infinita de Dios, el único que podía comprimir cada elemento concebible de la verdadera oración en una forma breve y sencilla, una forma que incluso un niño pequeño puede entender pero que también, paradójicamente, el creyente más maduro no puede comprender totalmente:
Padre nuestro que estás en los cielos
Santificado sea tu nombre,
venga tu reino, sea hecha tu voluntad,
como en el cielo
así también en la tierra.
El pan nuestro de cada día,
dánoslo hoy,
Perdónanos nuestras deudas,
como también nosotros perdonamos
a nuestros deudores.
y no nos metas en tentación,
mas líbranos del mal.
Porque tuyo es el reino, el poder y la gloria. Amén]. (vv. 9-13)
Jesús presentó esta oración como un fuerte contraste con las oraciones inaceptables y comunes a los líderes religiosos de su época,
Después de advertir a los discípulos de la perversión que tanto había corrompido la costumbre judía de la oración, nuestro Señor ahora da un modelo divino para que todos los creyentes puedan orar de una manera que sea agradable a Dios.
Extracto del libro: A solas con Dios, de John MacArthur