La gracia es la verdadera esencia del Evangelio –la única esperanza para los hombres caídos, el solo consuelo de los santos, [como el Nuevo Testamento llama a todos los salvados y significa puestos aparte para Dios], que pasan por muchas tribulaciones en su camino al reino de Dios. El Evangelio es el anuncio de que Dios está preparado para tratar con los rebeldes culpables sobre el fundamento del favor gratuito, por pura bondad; el anuncio de que Dios borrará el pecado, cubriendo al pecador creyente con un manto de justicia sin mancha, y lo recibirá como un hijo aceptado: no a causa de algo que él haya hecho o que alguna vez hará, sino por su misericordia soberana, actuando independientemente del propio carácter del pecador y los merecimientos de castigo eterno. La justificación es perfectamente gratuita para nosotros, no siéndonos requerido nada para ella, ni en el sentido del precio y satisfacción [o pago] ni en el de preparación y adecuación. No tenemos ni el más mínimo grado de mérito para ofrecer como base de nuestra aceptación, y por lo tanto si Dios nos acepta debe ser a causa de la gracia sin mezcla.
Siendo «el Dios de toda gracia» (1 Pedro 5:10) es por lo que Jehová justifica al impío. Es como «el Dios de toda gracia» que Él busca, encuentra y salva a Su pueblo: no pidiéndoles nada, sino dándoles todo. Esto es notablemente presentado con la palabra «siendo justificados gratuitamente por Su gracia» (Rom. 3:24), siendo el propósito de ese adverbio, [gratuitamente], excluir toda consideración de algo en nosotros o a partir de nosotros que sería la causa o condición de nuestra justificación. Ese mismo adverbio griego es traducido «sin causa» en Juan 15:25 –»sin causa me aborrecieron.» El odio del mundo a Cristo fue «sin causa» en cuanto a lo que de Él dependía: no había nada en Él que, en el más mínimo grado, mereciera el rencor en Su contra: no había nada en Él injusto, perverso o malvado; en cambio, todo en Él era puro, santo, amable. Del mismo modo que, no hay nada dentro de nosotros para producir la aprobación de Dios: por naturaleza no hay «nada bueno» en nosotros; en cambio, todo lo que es malvado, vil, aborrecible.
«Siendo justificados gratuitamente por Su GRACIA.» ¡Cómo revela esto el verdadero corazón de Dios! Mientras que no había motivo para moverle, fuera de sí mismo, había uno dentro de sí mismo; mientras que no había nada dentro de nosotros para impulsar a Dios para que nos justifique, Su propia gracia lo movió, así que Él ideó un modo por el cual Su maravilloso amor podría proveer la salida y el escape al primero de los pecadores, al más vil de los rebeldes. Como está escrito, «Yo, yo soy el que borro tus rebeliones por amor de mí; y no me acordaré de tus pecados» (Isa. 43:25). ¡Maravillosa, incomparable gracia! No podemos ni por un momento buscar fuera de la gracia de Dios algún motivo o razón por el cual Él debería haberse fijado en nosotros, menos aún tener consideración por tan miserables impíos.
Entonces, la primer causa impulsora, que inclinó a Dios a mostrar misericordia a Su pueblo en su condición arruinada y perdida, fue Su propia maravillosa gracia –no pedida, no influida e inmerecida por nosotros. Él podía con justicia habernos dejado completamente expuestos a la maldición de Su Ley, sin proveernos ningún Fiador para nosotros, como hizo con los ángeles caídos; pero tal fue Su gracia para con nosotros que «aún a Su propio Hijo no perdonó.» «No por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino que nos salvó por Su misericordia, por el lavamiento de la regeneración, y la renovación del Espíritu Santo; el cual derramó en nosotros abundantemente por Jesucristo nuestro Salvador, para que, justificados por Su gracia, seamos hechos herederos según la esperanza de la vida eterna» (Tito 3:5-7). Fue Su propio favor soberano y buena voluntad lo que movieron a Dios a crear este maravilloso plan y método de justificación.
Hacia el pecador la justificación es un acto de favor gratuito inmerecido; pero hacia Cristo, como un Fiador del pecador, es un acto de justicia que la vida eterna sería dada a aquellos por quienes fue hecha Su satisfacción [el pago o la reparación] meritoria.
Primero, fue de pura gracia que Dios aceptó la satisfacción de las manos de un fiador. Él podría haber exigido el pago de la deuda en nuestras propias persona, y entonces nuestra condición hubiera sido igualmente tan miserable como la de los ángeles caídos, para quienes no fue provisto un mediador. Segundo, fue por la maravillosa gracia que Dios mismo proveyó un Fiador para nosotros, lo cual nosotros no podríamos haber hecho. Las únicas criaturas que son capaces de realizar una perfecta obediencia son los santos ángeles, pero ninguno de ellos podría haber asumido y saldado nuestras deudas, porque ellos no son semejantes a nosotros, ya que no poseen la naturaleza humana, y por lo tanto son incapaces de morir. Aún si un ángel se hubiese encarnado, su obediencia a la ley no podría haber sido aprovechable por todos los elegidos de Dios, porque ésta no hubiera poseído valor infinito.
Nadie excepto una persona divina tomando la naturaleza humana en unión con sí misma podría presentar a Dios una satisfacción [el pago o la reparación] adecuada para la redención de Su pueblo. Y era imposible para los hombres haber hallado aquel Mediador y Fiador: esto debe tener su surgimiento primero en Dios, y no desde nosotros: fue Él quien «halló» un rescate (Job 33:24) y puso el socorro sobre Uno que es «poderoso» (Sal. 89:19).
Por último, fue por la maravillosa gracia por la que el Hijo estuvo dispuesto a cumplir una obra semejante por nosotros, sin cuyo consentimiento la justicia de Dios no podría haber exigido la deuda a Él. Y Su gracia es más notable porque Él conoció de antemano toda la indecible humillación y el sufrimiento incomparable que encontraría en el cumplimiento de esta obra, sin embargo eso no le hizo cambiar de opinión; ni desconocía el carácter de aquellos por quienes lo hizo –el culpable, el impío, el merecedor del infierno; sin embargo Él no retrocedió.
Extracto del libro «la justificación» Arthur W. Pink