Podemos dividirlo de la siguiente manera:
Observemos primero por qué hemos de someternos
unos a otros, la razón para hacerlo. Esto es: ‘en el temor de Cristo’. Ahora
bien, esto no es simplemente una razón casual ni una simple frase para redondear
el precepto. Esto no es algo que Pablo haya escrito sin haberlo pensado antes,
casi accidentalmente, como nosotros somos culpables de hacerlo a veces.
Aquellos que quisieran hacernos conocer su espiritualidad, con frecuencia
intercalan en su conversación ciertos clichés y frases usadas. Prácticamente
terminan cada una de sus oraciones diciendo: ‘Gloria a Dios’. No es esa la
forma en la cual el apóstol agregó esta frase, ‘en el temor de Cristo’; el
apóstol no lo hizo liviana y superficialmente como sin pensarlo.
Obviamente lo hizo porque es una parte
esencial de su enseñanza. Me es muy fácil probarlo. Aquí el apóstol está
estableciendo su principio general, es decir, que hemos de vivir una vida
caracterizada por el hecho de someternos unos a otros. Luego aplica este
principio a tres ejemplos particulares, esposas y esposos, hijos y padres,
siervos y amos. Pero lo que resulta tan interesante observar es que en cada uno
de los tres ejemplos, así como en la declaración general del principio, él es
muy cuidadoso en dar una razón.
Primero lo vemos en el principio general,
‘sometiéndoos unos a otros en el temor de Cristo’. Luego en su primera
aplicación en el versículo 22: ‘las casadas estén sujetas a sus propios
maridos, como al Señor’. El apóstol no se limita a decir ‘las casadas estén
sujetas a sus propios maridos’, sino que agrega ‘como al Señor’. Luego en la
segunda aplicación, en el caso de los hijos, ‘hijos, obedeced en el Señor a
vuestros padres’ (Ef. 6:1 No se limita a
decir simplemente, ‘hijos, obedeced a vuestros padres, porque esto es justo’,
sino que dice, ‘obedeced en el Señor a vuestros padres, porque esto es justo’.
Y luego, en la tercera aplicación referida a los siervos y sus amos tenemos lo
mismo en el 6:5ss.: «siervos, obedeced a vuestros amos terrenales con
temor y temblor, con sencillez de vuestro corazón, como a Cristo; no sirviendo
al ojo como los que quieren agradar a los hombres, sino como siervos de Cristo,
de corazón haciendo la voluntad de Dios; sirviendo de buena voluntad, como al
Señor y no a los hombres, sabiendo que el bien que cada uno hiciere, ese
recibirá del Señor, sea siervo o sea libre. Y vosotros, amos, haced con ellos
lo mismo, dejando las amenazas, sabiendo que el Señor de ellos y vuestro está
en los cielos, y que para él no hay acepción de personas».
Todo el pasaje demuestra que éste es
claramente un principio fundamental. Entonces no tiene sentido para nosotros
seguir considerando las obligaciones de las esposas hacia sus maridos, o de los
hijos hacia sus padres, o de los siervos hacia sus amos, a menos que tengamos
un concepto claro de este principio principal referido a la forma en la que
hacemos estas cosas y al motivo por el cual hemos de hacerlas.
¿Entonces, qué significa exactamente
esto? Podemos expresarlo primero de forma general. Este es el motivo que ha de
gobernar la totalidad de la vida cristiana. Todo lo que hace el cristiano debe
ser hecho ‘en el temor de Cristo’. El apóstol subraya esto, repitiéndolo en
cada uno de los ejemplos individuales. Aquí hay algo que obra para nuestro
propio perjuicio si lo pasamos por alto; todo debe ser hecho ‘en el temor de
Cristo’.
Permítanme poner este asunto primero en
términos negativos. Hemos de someternos unos a otros y hacer todas las cosas
que de ello resultan, no porque en sí esté bien hacerlo y porque el omitirlo
sería malo. Hay personas en el mundo que hacen esto porque piensan que es
correcto hacerlo así. Pero ese no es el motivo por el cual el cristiano se
comporta de esta manera. El hecho que distingue a un cristiano, separándolo del
hombre que no lo es, no es el sólo hecho de creer en el Señor Jesucristo para
salvación, confiando en Él y en su obra expiatoria, sino que además la vida del
cristiano es gobernada totalmente por esta persona. Jesucristo es el Señor y el
cristiano cree en el Señor Jesucristo. No pueden creer en Él como Salvador sin
creer en Él como Señor. Si alientan alguna fe en Él, deben creer en el Cristo
total; en consecuencia, Él se convierte en el Señor de su vida. El cristiano no
se limita a hacer cosas porque sean buenas y correctas y porque esté mal hacer
ciertas otras cosas; lo que distingue al cristiano es que todo lo hace ‘como
para el Señor’, ‘en el temor de Cristo’, porque Cristo es su Señor.
Esto revoluciona todos nuestros
pensamientos. Por eso permítanme expresarlo de otra forma negativa. ‘Sometiéndoos
los unos a los otros’.
«Aquí,» dirá alguien, «hay
un principio con el cual estoy totalmente de acuerdo. Su conversación sobre la
sangre de Cristo, la expiación y lo demás no me sirve de mucho; pero cuando
dice que debemos someternos los unos a los otros, estoy de acuerdo. Esa es la
base de un estado igualitario; es la eliminación de todas las clases,
divisiones y distinciones, de manera que todos seamos uno y que todos los
hombres sean iguales.» ‘Sometiéndoos los unos a los otros’.
Pero eso no es lo que dice el apóstol. No
hemos de someternos los unos a los otros por alguna enseñanza política o social
que sostengamos. Hay personas que sostienen esa enseñanza, esa filosofía
igualitaria, según la cual todos deben ser reducidos a un mismo nivel común. Sin
consideración de lo que son ni de quienes son, todos han de ser reducidos a ese
nivel. Eso no es de ninguna manera lo que dice el apóstol. ‘Sometiéndoos los
unos a los otros.’ ¿Por qué? No porque ello sea su teoría política o social,
sino ‘en el temor del Señor’, algo totalmente diferente.
Al hablar de esta manera no estoy
expresando mi opinión sobre las teorías políticas, sociales y filosóficas. Lo
único que me preocupa subrayar es que el motivo cristiano para hacer estas
cosas es totalmente distinto al que se aplica en el caso de personas no
cristianas. Además, confundir la enseñanza cristiana con una teoría política,
con el socialismo o lo que sea, o reducir la enseñanza cristiana a ese nivel,
sería hacer una parodia del evangelio. No estoy preocupado, repito, por la
política, sino por demostrar que en todos los casos la posición cristiana es
ésta: ‘en el temor de Cristo’. Si bien por decretos del parlamento pueden
reducir a todas las personas a un denominador común, no por ello las hacen
cristianas. Si no es por el motivo que aquí menciona el apóstol, carece de todo
valor espiritual.
O bien, otro ejemplo negativo. No hemos
de someternos los unos a los otros simplemente porque está de moda en ciertos
círculos y bajo ciertas condiciones. Hay convenciones sociales que nos invitan
a hacerlo así; se aparta amablemente y da lugar a otros—sometiéndoos los unos a
los otros. Pero eso no es lo que el apóstol está diciendo. El apóstol no dice
que tenga que vestirse con una especie de uniforme social, o de imitar las
costumbres de cierta clase o grupo de manera que dé la impresión de estarse
sometiendo a otros cuando en realidad, todo el tiempo en su corazón está
haciendo exactamente lo opuesto. El problema con esa sumisión aparente es que
en realidad es una señal de superioridad, y que está orgulloso de su posición y
de sus modales sociales. ¡Pero esto no se trata de ‘buenos modales’! El mundo
es de apariencia muy maravillosa. Observa y ve a una persona tomando un paso
para atrás y saludando y dando lugar a otro. Sin embargo, la pregunta de fondo
es: ¿Qué ocurre en su corazón? ¿Por qué lo hace? ¿Lo está haciendo ‘en el temor
del Señor’? El apóstol no está pensando en las reglas sociales, porque estos
siempre son superficiales y generalmente irreales. El cristiano, en cambio, es
movido por un motivo hondo y profundo, es decir, el ‘temor de Cristo’. Esto es
lo que lo gobierna, esto es lo que siempre dirige su vida.
Pero permítanme proseguir con otro punto
negativo. Me pregunto si esto le causará un susto. No hemos de someternos los
unos a los otros, las esposas y sus maridos, los hijos y sus padres, y los
siervos y sus amos, por el motivo de guardar la ley. Ni siquiera por el motivo
de guardar la ley de Dios. Ese no es el motivo principal del cristiano. El
motivo del cristiano siempre es, ‘en el temor de Cristo’. Por supuesto, algunas
de las cosas que el cristiano debe hacer ya han sido establecidas en la ley. En
el caso de los hijos, por ejemplo: «hijos, obedeced en el Señor a vuestros
padres, porque esto es justo. Honra a tu padre y a tu madre, que es el primer
mandamiento con promesa». El mandamiento ya lo había establecido y el
cristiano ha de hacer lo que indica el mandamiento. Es cierto, pero el
cristiano tiene otra razón, una razón nueva para hacerlo así. Se esperaba que
el judío guarde el mandamiento, pero el cristiano ha de hacerlo ‘en el Señor’,
‘en el temor del Señor’. La preocupación del cristiano no se limita a guardar
la ley, sino que él tiene un motivo superior y es éste: ‘en el temor del Señor’.
Ahora bien, esta es siempre la marca
distintiva del cristiano. El cristiano ya no se considera a sí mismo en
términos de la ley, en cambio se considera a sí mismo en esta relación—’no como
viviendo sin ley, sino como viviendo bajo la ley de Cristo’, ‘en el temor de
Cristo’, en términos de esta relación personal con su Señor y Salvador. Por eso
el apóstol sigue repitiendo esto a fin de grabarlo en nuestro corazón; y por
supuesto es necesario que lo repita por esta razón, que sólo en la medida en
que somos gobernados por este motivo seremos capaces de hacer todo esto. Una
persona que es llena del Espíritu es una persona que siempre recuerda al Señor
Jesucristo. El Espíritu señala hacia él, el Espíritu le glorifica a él, el
Espíritu siempre le conduce hacia él. Por eso la persona llena del Espíritu
Santo estará mirando siempre hacia él. Este es el gran motivo que gobierna su
vida: ‘en el temor de Cristo’. Teniendo esto como centro de todos sus
pensamientos, el cristiano está capacitado para hacer las distintas cosas
mencionadas.
Para resumirlo, lo digo de la siguiente
manera. La diferencia entre el cristiano y la persona no cristiana es ésta: el
cristiano siempre sabe por qué hace lo que hace, siempre sabe qué es lo que
está haciendo. Como ya se nos ha recordado, el cristiano ‘no es insensato sino
entendido de cual sea la voluntad del Señor’. Eso se encuentra en el versículo
17, y en ello consiste la diferencia. La otra persona no sabe por qué hace las
cosas, solo se conforma a cier-tos patrones, imita a otros, observa lo que
ellos hacen y entonces hace lo mismo. Ignora el por qué, no tiene una verdadera
filosofía de la cosa, se limita a hacerlo, vive adaptándose a lo que hacen los
demás. Pero el cristiano, en cambio, piensa y razona; tiene entendimiento y
sabe exactamente lo que está haciendo; y su motivo siempre es éste, ‘en el
temor del Señor’.
¿En qué resulta todo esto? ¿Cuáles son
las razones y motivos particulares del cristiano? Obviamente, el primero es
este: el cristiano se somete a otros y hace estas otras cosas porque ellas son
algo que ha sido enseñado nítida y claramente por el mismo Señor Jesucristo.
Sería fácil citar muchos pasajes de los Evangelios que aclaran esto. Hay uno en
el capítulo 20 del Evangelio de Mateo que ilustra e ilumina todo este tema.
Miremos la declaración comenzando en el versículo 20: «Entonces se le
acercó la madre de los hijos de Zebedeo con sus hijos, postrándose ante él y
pidiéndole algo. El le dijo: ¿Qué quieres? Ella le dijo: ordena que en tu reino
se sienten estos dos hijos míos, el uno a tu derecha, y el otro a tu izquierda.
Entonces Jesús respondiendo dijo: no sabéis lo que pedís. ¿Podéis beber el vaso
que yo he de beber. ..?» Luego el relato de Mateo sigue diciendo:
«Cuando los diez oyeron esto, se enojaron contra los dos hermanos».
¿Pero por qué? Porque ellos mismos querían estar en esa posición suprema.
Estaban indignados con los dos hermanos porque ellos se presentaron primero.
Todos nosotros tenemos un concepto tan claro de las deficiencias en los otros;
de modo entonces que los diez se llenaron de indignación. «Entonces Jesús,
llamándolos, dijo: Sabéis que los gobernantes de las naciones se enseñorean de
ellas, y los que son grandes ejercen sobre ellas potestad. Mas entre vosotros
no será así, sino que el que quiera hacerse grande entre vosotros será vuestro
servidor, y el que quiera ser el primero entre vosotros, será vuestro siervo;
como el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir, y para dar
su vida en rescate por muchos». Allí el Señor les dio una enseñanza explícita
sobre este mismo asunto. Para el cristiano no hay motivo de dudas o
vacilaciones; éste es uno de los mandamientos y de las enseñanzas más claras
jamás impartidas por nuestro Señor.
Luego está allí aquella otra
extraordinaria ilustración del mismo tema en Juan 13:12. Aquí nuestro Señor
está en vísperas de su muerte. Se nos dice que «como había amado a los
suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el fin». Y luego tuvo lugar
este notable acontecimiento: «Así que después que les hubo lavado los
pies, tomó su manto, volvió a la mesa, y les dijo…» Recuerdan los
acontecimientos que precedieron a esto, ¿no es cierto? «Sabiendo Jesús que
el Padre le había dado todas las cosas en las manos, y que había salido de Dios
y a Dios iba, se levantó de la cena, y se quitó su manto, y tomando una toalla,
se la ciñó. Luego puso agua en un lebrillo, y comenzó a lavar los pies de los
discípulos, y a enjugarlos con la toalla con que estaba ceñido». Los
discípulos no supieron entender esto y Pedro se opuso de tal manera que el
Señor tuvo que amonestarlo y enseñarle. «Así que, después que les hubo
lavado los pies, tomó su manto, volvió a la mesa, y les dijo: ¿Sabéis lo que os
he hecho?» ¿Entienden ustedes lo que he estado haciendo? ¿Logran ver ustedes
su significado? ¿Logran ver el sentido de esto? «Vosotros me llamáis,
Maestro y Señor; y decís bien, porque lo soy. Pues si yo, el Señor y el
Maestro, he lavado vuestros pies, vosotros también debéis lavaros los pies los
unos a los otros. Porque ejemplos os he dado, para que como yo os he hecho,
vosotros también hagáis. De cierto, de cierto os digo: el siervo no es mayor
que su señor, ni el enviado es mayor que el que lo envió. Si sabéis estas
cosas, bienaventurados seréis si las hiciereis». Jamás hubo una enseñanza
más clara que ésta. No hay necesidad de discutirla, no hay motivos para tener
dificultades o dudas o imprecisiones con respecto a esta enseñanza. Nuestro
Señor, mediante aquel acto del lavamiento de los pies de los discípulos lo puso
ante nosotros de una vez y para siempre. El hizo algo de manera que la imagen
de ello estuviera siempre ante nosotros.
Ese es el motivo por el cual nos
sometemos los unos a los otros—porque él nos ha enseñado a hacerlo así.
Nuevamente, óiganle decir: «En esto conocerán todos que sois mis
discípulos, si tuviereis amor los unos con los otros». De esa manera van a
saberlo. En efecto, nuestro Señor vuelve a decirlo en la gran oración del sumo
sacerdote, donde ora que todos sean uno, como él y el Padre son uno; que todos
los hombres sepan que ellos son sus discípulos, y que el Padre los ha enviado
al mundo. Entonces, nuestro primer gran motivo para prestar cuidadosa atención
a esto es que el Señor hizo un énfasis especial para enseñarnos. Aquí está él,
el Señor de la gloria; sin embargo, se ha humillado. Señor y Maestro, ¡eso es
cierto! Sin embargo, él no es semejante a los príncipes del mundo. El pertenece
a otra categoría. Aquí debemos despojarnos de todos los pensamientos humanos.
Es el Hijo de Dios que ha descendido para ser nuestro ministro. «El Hijo
del Hombre no vino para ser servido sino para servir y dar su vida en rescate
por muchos».
Extracto del libro. Vida nueva en el Espíritu, del Dr. Martyn Lloyd-Jones