En BOLETÍN SEMANAL
​​Verdaderamente tú eres Dios que te encubres. Dios de Israel. que salvas. (Isaías 45:15)  Esta exclamación de devoción y adoración, brota de los labios del profeta como resultado de la revelación que Dios le hizo de sus planes y propósitos. No registra una queja. Expresa, más bien, su asombro por los maravillosos tratos de Dios. Es imposible saber si el profeta compartía el punto de vista del pueblo en general y era culpable de la misma falta de percepción y fe, pero la respuesta de Dios a los pensamientos y murmuraciones del pueblo le deja pasmado por su magnificencia y grandeza.

El estado de ánimo del pueblo se describe en términos vívidos y notables en los primeros versículos del capítulo. Estaban perplejos y confundidos, es más, estaban llenos de dudas y preguntas. Todo esto, por supuesto, como resultado de la situación en que se encontraban y por los eventos que se estaban desarrollando.

Además de esto, estaba el anuncio del camino de liberación que Dios proponía y estaba dispuesto a emplear. Los hechos eran estos: Los hijos de Israel como nación y como pueblo, estaban experimentando una constante serie de derrotas militares y humillaciones.
Sabían que eran el pueblo elegido, el especial pueblo de Dios, y sin embargo, se estaban debilitando más y más y sus enemigos -paganos y extranjeros de la comunidad de Israel- se estaban fortaleciendo constantemente. La tierra de Israel había sido atacada repetidas veces y sus ejércitos derrotados. El enemigo se había apoderado de sus más valiosos tesoros llevando cautivos a gran cantidad del pueblo. Era cuestión de tiempo hasta que Jerusalén misma fuese conquistada y destruida, y el resto del pueblo llevado cautivo a Babilonia.

Todo había salido mal y el enemigo aumentaba su poder. Mientras tanto, Dios aparentemente no hacía nada No había impedido o restringido al arrogante enemigo. Parecía no tener interés alguno en el problema. Ciertamente no intervino para liberar a su pueblo y destruir al enemigo.

Estaban atónitos y perplejos y comenzaron a formular preguntas: ¿Por qué Dios actuaba de esta manera? ¿Por qué permitía que el enemigo prosperara y se fortalezca? Luego surgían preguntas peores todavía: ¿Podía Dios detenerlos? ¿Tenía el poder para hacerlo, tenía «manos» para lograrlo? Esto se acentuó cuando se hizo el anuncio, por medio del profeta, que finalmente vendría la liberación por medio de Ciro. Esa fue la gota que colmó el vaso.

¿Liberación por medio de un gentil y no de un israelita, uno de la simiente de David? Era imposible. ¿Qué quería decir Dios? ¿Era justo? ¿Debía Dios hacer algo así? ¿Cómo podía reconciliarse esto con todo lo que El había dicho y hecho en el pasado y con todas sus promesas y planes? Tal era el estado mental y espiritual del pueblo y tales las preguntas que formularon o más bien, las declaraciones que hicieron.  En este tremendo pasaje Dios responde al pueblo recordándoles acerca de su naturaleza y poder, su conocimiento y sus propósitos.

Los censura y por medio del profeta les da un vistazo del futuro al que propone guiarlos. El profeta ya no se puede contener. Olvidándose del pueblo y dirigiéndose a Dios directamente pronuncia estas palabras de asombro y de alabanza: «Verdaderamente, tú eres Dios que te encubres, Dios de Israel, que salvas».

Sería bueno y muy instructivo considerar este asunto en su propio contexto preciso y demostrar cómo se desarrolló en la historia de los hijos de Israel. Sin embargo, si bien estaremos haciendo eso en un sentido, debemos concentrarnos en lo que se aplica a nosotros, lo que nos habla directamente cuando nos enfrentamos con una situación contemporánea. Casi es innecesario señalar que tenemos aquí la consideración de uno de los problemas que tiene perplejos a muchas mentes en el presente, un problema que ha preocupado a muchos durante unos cuantos años en el pasado. En efecto, el problema es la dificultad de reconciliar el mundo en
que vivimos y especialmente lo que está aconteciendo aquí, con nuestra fe en Dios, y especialmente con ciertos fundamentos de esa fe.

Al principio, la perplejidad causada por este problema se expresa como una declaración general, más o menos en estos términos: Durante años ha sido evidente que las fuerzas del mal han estado incrementándose más y más. El materialismo, la impiedad, la falta de fe, el pecado y la maldad, el vicio y la malicia se han acrecentado. Toda la base religiosa en que se ha fundado la vida del cristianismo en el pasado no sólo se ha cuestionado sino también ridiculizado y mofado. En lugar de apoyar a la Iglesia ha sido dejada de lado. No es que ha sido perseguida sino que se la ha ignorado y olvidado, y a través de los años sigue declinando. Cuanto más arrogante ha sido aparentemente el hombre, más éxito parece haber tenido. Todo parece favorecer a la iniquidad y a la maldad; todo lo que se opone a Dios y a su Iglesia y al punto de vista cristiano, predomina y florece por todas partes. La declinación de la fe, la moral y de todo lo que ennoblece y eleva a la vida, prosigue a un ritmo aterrador. El mundo ha ido de mal en peor, los malos «aumentan su maldad» y parece que todo se está dirigiendo hacia el abismo. Más y más el mundo ha llegado a ser lo opuesto de todo lo que Dios desea que fuese, y ahora que los conflictos de los últimos años nos han llevado a la guerra, todo parece estar perdido.. Cada vez la situación se toma más desesperante.

Mientras todo esto acontece Dios, aparentemente, permanece en silencio e inactivo. Al parecer no ha hecho nada y no ha intervenido para detener este proceso.  . La única actividad que parece haber en el mundo es maligna.

Aparentemente, Dios ha estado ausente y totalmente desvinculado del curso de los eventos. No ha hecho nada y el enemigo ha prevalecido. Tal es la afirmación; y esto lleva inevitablemente a la pregunta que con tanta frecuencia se hace: ¿Por qué permite Dios que tales cosas ocurran? ¿Por qué no interviene? ¿Por qué no detiene a la maldad y a los malhechores? ¿Por qué no aviva su obra y rescata a la Iglesia de su impotencia y su vergüenza? ¿Por qué no escucha las oraciones de su pueblo, y destruye a los malhechores con todo lo que hacen y restaura al mundo a un modo de vida correcto y verdadero? ¿Cómo puede, por así decirlo, ponerse a un lado y no hacer nada, permitiendo que todo lo que tiene valor y es noble sea destruido?  Tales son las formas que toma la pregunta general de por qué Dios se comporta de esta manera, y aparentemente permite que todo lo que El odia se desarrolle y crezca.

El cuestionamiento jamás se detiene en este punto.  Habiendo llegado aquí parece ser impulsado inevitablemente a formular una serie de preguntas más serias y siniestras. Consideraremos ahora estas preguntas. Las analizaremos individual y separadamente, recordando al hacerlo que no será un análisis académico y psicológico de un pueblo que vivió hace casi 3000 años sino un estudio de nosotros mismos y de errores en los que nosotros tendemos a caer al igual que los hijos de Israel.  Pero esto lo veremos la próxima semana….

Extracto del libro: “¿Por qué lo permite Dios?” del Dr. Martyn Lloyd-Jones

Al continuar utilizando nuestro sitio web, usted acepta el uso de cookies. Más información

Uso de cookies

Este sitio web utiliza cookies para que usted tenga la mejor experiencia de usuario. Si continúa navegando está dando su consentimiento para la aceptación de las mencionadas cookies y la aceptación de nuestra POLÍTICA DE COOKIES, pinche el enlace para mayor información. Además puede consultar nuestro AVISO LEGAL y nuestra página de POLÍTICA DE PRIVACIDAD.

Cerrar