Verdaderamente tú eres Dios que te encubres. Dios de Israel. que salvas. (Isaías 45:15) Los israelitas estaban atónitos y perplejos y comenzaron a formular preguntas: ¿Por qué Dios actuaba de esta manera? ¿Por qué permitía que el enemigo prosperara y se fortalezca? Luego surgían preguntas peores todavía: ¿Podía Dios detenerlos? ¿Tenía el poder para hacerlo, tenía «manos» para lograrlo? Esto se acentuó cuando se hizo el anuncio, por medio del profeta, que finalmente vendría la liberación por medio de Ciro. Esa fue la gota que colmó el vaso.
¿Liberación por medio de un gentil y no de un israelita, uno de la simiente de David? Era imposible. ¿Qué quería decir Dios? ¿Era justo? ¿Debía Dios hacer algo así? ¿Cómo podía reconciliarse esto con todo lo que El había dicho y hecho en el pasado y con todas sus promesas y planes? Tal era el estado mental y espiritual del pueblo y tales las preguntas que formularon o más bien, las declaraciones que hicieron. En este tremendo pasaje Dios responde al pueblo recordándoles acerca de su naturaleza y poder, su conocimiento y sus propósitos.
Esa parecía ser la explicación más obvia y evidente de lo que les estaba ocurriendo y del extraño silencio e inactividad de Dios. ¡Cuántas veces los hombres han llegado a esa conclusión! ¡Cuántos tienden a hacerlo en el presente! No es que han adoptado el punto de vista propugnado por los antiguos deístas. Ellos enseñaban que Dios, habiendo creado el mundo, luego dejó de estar activamente preocupado por él. Dios, decían, había hecho al mundo como un relojero fabrica un reloj y habiéndole dado cuerda, ahora permitía que siguiera andando solo en su propio camino. Dios había terminado con él en el sentido de una activa preocupación y participación.
No creo que haya muchos que sostengan este punto de vista en la actualidad. Se sostiene, más bien, que Dios ha dejado de estar activamente interesado por alguna razón. Saben que estuvo interesado en el pasado por medio de sus obras, de la misma manera que los israelitas lo sabían. Su silencio e inactividad, por tanto, argumentan, debe señalar una indiferencia, como si Dios se hubiera impacientado con el mundo y lo hubiese abandonado a su suerte, que le hubiera dado sus espaldas.
Los fieles oran, se esfuerzan, trabajan, y sin embargo, parece no haber respuesta de parte de Dios. jQué fácil es argumentar en base a esto y acusar a Dios de ser indiferente! ¿No se duda en la mayoría de las preguntas que se formulan respecto de por qué Dios permite que ciertas cosas ocurran? A menudo, la insinuación está más en el tono de voz que en la pregunta en sí. El sentir es que si Dios fuese realmente un Dios de amor, no permitiría que los justos sufran como ocurre a veces, y que los injustos prosperen y tengan éxito, no permitiría las calamidades, las guerras y todas las otras aflicciones y tribulaciones que nos prueban. ¿Por qué los permite Dios?, preguntan. Aún más, ¿cómo puede permitirlo? A pesar de los sufrimientos y las oraciones del pueblo parece no querer actuar. En las palabras del salmista: «¿Desechará el Señor para siempre y no volverá más a sernos propicio? ¿Ha cesado para siempre su misericordia? ¿Se ha acabado perpetuamente su promesa? ¿Ha olvidado Dios el tener misericordia? ¿Ha encerrado con ira sus piedades?» (Sal. 77:7-9). La acusación en la primera pregunta es que Dios es indiferente. Se insinúa entonces otra pregunta que en parte es una posible respuesta a la primera: ¿Es impotente Dios?
¿Puede hacer cualquier cosa? Esa es la pregunta mencionada en la última frase del verso 9. Habiendo preguntado: «¿Dirá el barro al que lo labra: ¿Qué haces?», inquiere luego: «¿O tu obra: No tiene manos?» (Is. 45:9), que Moffat traduce así: «¿Lo que El crea le dice que es impotente?» Como si el barro pudiese decirle al alfarero que no tiene habilidad o poder para moldear y formar una vasija. Así los hombres cuestionan y dudan del poder y la capacidad de Dios para controlar los eventos en el mundo y de escuchar sus oraciones. Consideran que esta conclusión es inevitable. No dudan de que si Dios pudiera detener la maldad y parar la ola de iniquidad lo haría. Su amor, argumentan, insistiría en ello, es inconcebible que no lo haga. Por tanto, puede haber sólo una conclusión. Debe ser que Dios no tiene poder, que la fuerza del mal es mayor que el poder de Dios. Debe ser que el mundo se le ha «escapado de las manos» y está fuera del alcance de Dios para controlarlo y salvarlo. Las tinieblas y la maldad son mayores que el poder de Dios. Esa es la segunda pregunta.
Extracto del libro: “¿Por qué lo permite Dios?” del Dr. Martyn Lloyd-Jones