La respuesta doctrinal comienza al final de nuestro texto: «a los que son llamados según su propósito», y continúa hasta el fin del capítulo. Sabemos que todas las cosas ayudan a bien para los creyentes, porque toda su posición depende de Dios y de su actividad. Nuestra salvación es obra de Dios. Veamos el argumento: «A los que antes conoció, también predestinó para que fuesen hechos conformes a la imágen de su Hijo, para que él sea el primogénito entre muchos hermanos. Y a los que predestinó, a éstos también llamó; y a los que llamó, a éstos también justificó; y a los que justificó, a éstos también glorificó» (Ro. 8:29,30).
No hay nada accidental, o fortuito o coyuntural en el actuar de Dios. Está todo planeado y desarrollado desde el principio hasta el fin. Nosotros lo experimentamos de forma cada vez mayor pero en la mente y el propósito de Dios ya está completo y perfecto.
Nada lo puede frustrar. Es por esto que San Pablo formula su pregunta precisa: «¿Qué, pues, diremos a esto? Si Dios es por nosotros, ¿quién contra nosotros?» (v. 31).
Sin embargo, no es sólo doctrina pura, sublime, superior. Hay un hecho que lo confirma y sustancia: «El que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará también con él todas las cosas?» (v. 32). ¿Permitirá Dios, que entregó a su único Hijo a esa muerte cruel en la cruz del Calvario por nosotros y nuestros pecados, que cosa alguna se interponga entre nosotros y su propósito final para nosotros? Es imposible. Con reverencia decimos que Dios, habiendo hecho lo más imposible, cumplirá todo lo demás. Si Dios hizo esto por nuestra salvación también hará todo lo otro que sea necesario. Y si la muerte de Cristo, con todo lo que involucra, es la causa básica de nuestra salvación, por cierto que toda otra experiencia, por más amarga y cruel que sea, debe ayudar para el mismo fin.
Si creemos que estamos en la voluntad de Dios, si sabemos que nos ama y a la vez nosotros le amamos como consecuencia de su amor, entonces podemos tener la seguridad de que todas las cosas, sean cuales fueren, están ayudando para nuestro bien.
Gracias a Dios, también podemos responder a la pregunta acerca del mecanismo de esta gloriosa promesa en base a nuestra experiencia. El testimonio universal de todos los santos cuyas vidas están registradas tanto en la Biblia como en la historia posterior es que el texto que estamos considerando es verdad. Las formas en que cumple esta promesa son innumerables, pero el principio común a todas es el que ya hemos enfatizado, es decir, que hay sólo un fin: el conocimiento de Dios y la salvación de nuestras almas. Si recordamos esto vemos que las pruebas, tribulaciones y tristezas producen lo siguiente:
Lo que producen las pruebas y tribulaciones
1. Nos alertan a nuestra dependencia exagerada sobre cosas terrenales y humanas. A menudo muy inconscientemente somos afectados por nuestros entornos y nuestras vidas dependen cada vez menos de Dios y nuestros intereses se vuelven cada vez más mundanos.
2. Nos recuerdan que nuestra vida aquí en la tierra es pasajera. Cuán fácil es «acomodarnos» a la vida en este mundo y vivir como si fueramos a estar aquí para siempre. Todos tendemos a hacerlo a tal punto que olvidamos «las glorias que han de ser reveladas», y que, como hemos señalado, deben ser el tema frecuente de nuestras meditaciones. Cualquier cosa que perturbe
nuestra indolencia y nos recuerde que no somos más que peregrinos aquí, por tanto, nos estimula a «poner nuestra mira en las cosas de arriba».
3. De la misma manera, las grandes crisis de la vida nos muestran nuestra debilidad, nuestra impotencia y nuestra falta de poder. San Pablo lo ilustra en este mismo capítulo con relación a la oración «Qué hemos de pedir como conviene, no lo sabemos» (v. 26). En tiempos de paz y de confort pensamos que podemos orar y que sabemos cómo orar. Estamos seguros y confiados, y
sentimos que estamos viviendo una vida religiosa como debe ser. Pero cuando vienen las pruebas nos revelan cuán débiles e indefensos somos.
4. Esto, a la vez, nos impulsa hacia Dios y nos hace comprender más que nunca nuestra total dependencia de El. Esta es la experiencia de todos los cristianos. En nuestra necedad imaginamos que podemos vivir en nuestra propia fuerza y nuestro propio poder, y nuestras oraciones llegan a ser frías y formales. Pero los problemas nos hacen correr a Dios y esperar en El. Dios dice acerca de Israel por medio de Oseas (5:15): «En su aflicción me buscarán temprano». ¡Cuán cierto es esto de todos nosotros! Buscar a Dios siempre es bueno y las aflicciones nos impulsan a hacerlo.
5. Todo esto es de nuestra parte. Mirándolo del otro lado podemos decir que no hay escuela en que los cristianos hayan aprendido tanto del cuidado amoroso y tierno de Dios por los suyos, como la de la aflicción.
Mientras todo ande bien, en nuestra auto-satisfacción y auto-contentamiento, no damos lugar a Dios en nuestras vidas; no permitimos que nos revele su solicitud por nosotros aun en los detalles más pequeños de nuestra vida. Es sólo cuando estamos atribulados que no sabemos «qué hemos de pedir como conviene» y comenzamos a comprender que «el Espíritu mismo intercede
por nosotros con gemidos indecibles». Es precisamente a aquellos que han estado en «las profundidades» que el sentido de la presencia de Dios ha sido más real, y la comprensión de su poder sustentador más definido.
La viuda de un obispo moravo alemán me dijo hace pocos meses, que el testimonio universal de todos los cristianos en Alemania que habían sufrido penalidades a causa de su fe, según ella, es que no hubiesen querido perderse ni una de las pruebas y que en realidad agradecían a Dios por ellas. Por medio de estas cosas habían llegado a comprender la pobreza de sus vidas y experiencias; por estas pruebas también les habían sido abiertos los ojos para ver «las maravillas de su gracia».
Es la forma moderna de expresar lo que dijo el salmista: «Bueno me es haber sido humillado, para que aprenda tus estatutos» (Sal. 119:71). No es más que el eco de la reacción de Pablo al veredicto: «Bástate mi gracia, pues mi poder en la debilidad se perfecciona» lo que le llevó a decir: «Me gloriaré más bien en mis debilidades, para que repose sobre mí el poder de Cristo» (2 Co. 12:9, 10). ¿Es esta nuestra experiencia? Si «amamos a Dios» y nos sometemos a El por cierto lo será, pues vuelvo a recordarles que «a los que aman a Dios todas las cosas les ayudan a bien, esto es a los que conforme a su propósito son llamados» .
Extracto del libro: “¿Por qué lo permite Dios?” del Dr. Martyn Lloyd-Jones