Llegado a este punto, [Cristo] centra nuestra atención en la enseñanza de los escribas y fariseos, porque si la ley es de importancia tan vital para nosotros, y si, en última instancia, todo el propósito de la gracia de Dios en Jesucristo es capacitarnos para cumplir y observar la justicia de la ley, entonces es evidente que debemos tener una idea bien clara de qué es la ley, y de qué nos exige. Hemos visto que esta es la doctrina bíblica de la santidad. Santidad no es experimentar algo; sino que significa observar y cumplir la ley de Dios.
Pasamos ahora a ocuparnos de la afirmación del versículo 20 en el que nuestro Señor define su actitud respecto a la ley y a los profetas, y sobre todo quizá respecto a la ley. Hemos visto lo vital que es este corto párrafo, que va del versículo 17 al 20, en su ministerio, y lo mucho que ha de influir en toda nuestra perspectiva del evangelio cristiano. Nada fue más importante que el que formulara con claridad y precisión, desde el comienzo mismo, las características de su ministerio. Por muchas razones la gente de su tiempo podía tener ideas erróneas acerca de eso. Jesucristo mismo era insólito; no pertenecía al grupo de escribas y fariseos; no era doctor oficial de la ley. Con todo ahí estaba ante ellos como maestro. No sólo esto, sino que era maestro que no vacilaba en criticar, como lo hizo en este caso, la enseñanza de los maestros reconocidos y, en un sentido, acreditados. Además, su conducta era extraña en ciertos puntos. Lejos de evitar la compañía de los pecadores, procuraba juntarse con ellos. Era conocido como ‘amigo de publícanos y pecadores.’ En su enseñanza, además, ponía de relieve la doctrina llamada ‘gracia.’ Todo esto parecía distinguir lo que Él decía de todo lo que el pueblo había oído hasta entonces, por lo que era comprensible que hubiera ciertos malos entendidos en cuanto a su mensaje y al contenido general del mismo.
Hemos visto, por tanto, que lo define en este pasaje con la formulación de dos principios básicos. Primero, su enseñanza no contradice en modo alguno a la ley y los profetas. Segundo, es muy distinta de la de los escribas y fariseos.
Hemos visto, también, que nuestra actitud respecto a la ley es, por consiguiente, muy importante. Nuestro Señor no ha venido a hacérnosla fácil ni a suavizar sus exigencias. El propósito de su venida fue capacitarnos para cumplirla, no abrogarla. Por esto subraya la necesidad de conocer la ley para luego cumplirla: ‘Cualquiera que quebrante uno de estos mandamientos muy pequeños, y así enseñe a los hombres, muy pequeño será llamado en el reino de los cielos; mas cualquiera que los haga y los enseñe, éste será llamado grande en el reino de los cielos.’ No necesitamos pasar mucho tiempo en averiguar el significado de ‘muy pequeños’ aplicado a los mandamientos. Es obvio que hay ciertas categorías en ellos. Todos son mandamientos de Dios, y, como lo pone bien de relieve en este pasaje, incluso los muy pequeños son de importancia vital. Además, como nos recuerda Santiago, quien quebranta un punto de la ley la quebranta toda.
Pero al mismo tiempo hay una cierta división de la ley en dos secciones. La primera se refiere a nuestra relación con Dios; la segunda a nuestra relación con el hombre. Hay una cierta diferencia en importancia entre ambas. Nuestra relación con Dios es obviamente de mayor importancia que nuestra relación con el hombre. Recuerdan que cuando el escriba le preguntó a nuestro Señor cuál era el mandamiento mayor, nuestro Señor no le contestó, ‘No debes hablar de mayor y menor, de primero y segundo.’ Dijo, ‘Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente. Este es el primero y grande mandamiento. Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo.’ Muy bien; al leer la ley se ve que tiene sentido esta distinción entre los mandamientos mayores y menores. Lo que nuestro Señor dice, por tanto, es que debemos cumplir todas y cada una de las partes de la ley, que debemos cumplirlas y enseñarlas todas.
Llegado a este punto, centra nuestra atención en la enseñanza de los escribas y fariseos, porque si la ley es de importancia tan vital para nosotros, y si, en última instancia, todo el propósito de la gracia de Dios en Jesucristo es capacitarnos para cumplir y observar la justicia de la ley, entonces es evidente que debemos tener una idea bien clara de qué es la ley, y de qué nos exige. Hemos visto que esta es la doctrina bíblica de la santidad. Santidad no es experimentar algo; quiere decir cumplir y observar la ley de Dios. Las experiencias nos pueden ayudar a ello, pero no podemos recibir santidad y santificación como experiencias. Santidad es algo que se practica en la vida diaria. Es honrar y observar la ley, como el Hijo de Dios mismo hizo durante su vida en la tierra. Es ser como Él. Esto es santidad. Ven, pues, que tiene una relación íntima con la ley, y que debe siempre concebirse en función de cumplimiento de la ley. Aquí vienen a cuento los fariseos y escribas, porque parecían personas muy santas. Pero nuestro Señor sabe demostrar con claridad que carecían de justicia y santidad. Era así sobre todo porque no interpretaban ni entendían bien la ley. En los versículos que estamos analizando, nuestro Señor refuerza su enseñanza con una negación. Las palabras del versículo 20 tuvieron que resultar sorprendentes y chocantes para aquellos a quienes se dirigieron. ‘No imaginen,’ dice nuestro Señor de hecho, ‘que he venido a simplificar las cosas con una reducción en las exigencias de la ley. Antes al contrario, estoy aquí para decirles que a no ser que su justicia supere a la de los escribas y fariseos, no esperen entrar en el reino de los cielos, ni siquiera ser el más pequeño de él.’
¿Qué quiere decir esto? Debemos recordar que los escribas y fariseos eran en muchos sentidos las personas más notables de la nación. Los escribas eran hombres que se dedicaban exclusivamente a explicar y a enseñar la ley; eran las grandes autoridades en la ley de Dios. Dedicaban toda la vida al estudio e ilustración de la misma. Más que ningún otro grupo de personas, podían, por tanto, pretender estar preocupados por ella. La copiaban con sumo cuidado. Pasaban la vida ocupados de la ley, y todos los tenían en gran consideración por esta misma razón.
Los fariseos eran hombres notables y famosos por su santidad. La palabra misma ‘fariseo’ significa ‘separado’. Eran personas que se consideraban aparte porque habían compuesto un código ceremonial relacionado con la ley que era más riguroso que la misma ley de Moisés. Habían establecido reglas y normas de vida y conducta que en su rigor excedían todo cuanto se contenía en las Escrituras del Antiguo Testamento. Por ejemplo, en el caso que nuestro Señor presenta del fariseo y el publicano que suben al templo a orar, el fariseo dice que ayunaba dos veces por semana. Pero en el Antiguo Testamento no hay ningún pasaje que requiera esto. De hecho pide que se ayune una vez al año. Pero poco a poco esos hombres habían elaborado un sistema propio y habían conseguido imponerlo al pueblo, al cual exhortaban y mandaban que ayunaran dos veces por semana en vez de una vez al año. De este modo habían llegado a formar su código riguroso de moral y conducta y, como consecuencia de ello, todos tenían a los fariseos como modelos de virtud. El hombre corriente decía de sí mismo, ‘Ah, no tengo esperanza de llegar a ser nunca como los escribas o los fariseos. Son excelentes; viven como santos. Esta es su profesión; este es su único objetivo en el sentido religioso, moral y espiritual.’ Pero ahí interviene nuestro Señor; anuncia a esa gente que a no ser que su justicia sea mayor que la de los escribas y fariseos no podrán jamás entrar en el reino de los cielos.
Estamos, pues, frente a uno de los puntos más vitales que se puedan estudiar. ¿Qué concepto tenemos de la santidad? ¿Qué entendemos por ser religioso? ¿Qué es para nosotros ser cristiano? Nuestro Señor establece aquí como postulado, que la justicia del cristiano, del más pequeño de los cristianos, debe exceder la de los escribas y fariseos. Examinemos, pues, nuestra profesión de fe cristiana a la luz de este análisis de Jesucristo. A menudo tiene que haberles sorprendido el hecho de que en los cuatro Evangelios se dedique tanto espacio a lo que dijo nuestro Señor acerca de los escribas y fariseos. Se podría decir que se refería a ellos constantemente. La razón de esto no fue que ellos lo criticaran; fue sobre todo porque sabía que la gente ordinaria se apoyaba en ellos y en sus enseñanzas. En un sentido, lo único que nuestro Señor tenía que hacer era mostrar lo vacío de su enseñanza, y luego presentar al pueblo la verdadera enseñanza. Y esto hace en estas palabras.
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Extracto del libro: «El sermón del monte» del Dr. Martin Lloyd-Jones