Examinemos lo que nuestro Señor enseña. Dice, ‘Pero yo os digo: No resistáis al que es malo.’ Ellos decían, ‘ojo por ojo y diente por diente.’ ¿Qué quiere decir? Debemos comenzar por lo negativo, que es que esta afirmación no ha de tomarse literalmente. Siempre hay quienes dicen, ‘Lo que digo es esto, que hay que tomar la Escritura tal como está, y la Biblia dice no resistáis al que es malo. Y ahí está; no hay por qué añadir nada.’ No podemos ocuparnos de esta actitud general respecto a la interpretación bíblica; pero sería muy fácil demostrar que si se aplicara de forma rigurosa, llegaríamos a interpretaciones no sólo ridículas sino imposibles. Hay, sin embargo, ciertas personas famosas en la historia de la Iglesia y del pensamiento cristiano que insistieron en interpretar este pasaje concreto de este modo. Quizás no hay escritor que haya influido más en el modo de pensar de los hombres a este respecto que el gran León Tolstoy, quien no vaciló en decir que estas palabras de nuestro Señor había que tomarlas por lo que decían. Dijo que tener soldados, policía, e incluso magistrados, es anticristiano. El mal, sostenía, no ha de resistirse; porque la enseñanza de Cristo es no resistir el mal en ningún sentido. Dijo que la afirmación no contiene limitaciones, que no dice que ha de aplicarse sólo bajo circunstancias especiales. Dice, ‘no resistáis al que es malo.’ Ahora bien, la policía resiste al malo; por tanto hay que eliminarla. Lo mismo hay que decir de los soldados, magistrados, jueces y tribunales. No tendría que castigarse el crimen. ‘No resistáis al que es malo.’
Hay otros que no van tan lejos como Tolstoy. Dicen que debemos tener magistrados y tribunales y demás; pero no creen en soldados, guerras, pena capital. No creen que hay que matar en ningún sentido, ya sea por juicio o de la forma que sea.
Todos conocemos esas ideas; y forma parte del predicar y el interpretar la Biblia, contestar a los que así objetan con sinceridad y honestidad. Me parece que la respuesta es que debemos recordar una vez más el contexto de estas afirmaciones. Nunca insistiremos lo bastante en esto. El Sermón del Monte ha de tomarse en el orden en que fue pronunciado y en el cual se nos presenta. No comenzamos con este mandato, sino con las Bienaventuranzas. Comenzamos con esas definiciones fundamentales y partimos de ahí. Veremos la importancia que esto tiene más tarde; pero primero hemos de ocuparnos del párrafo en general.
El primer principio básico es que esta enseñanza no es para las naciones o para el mundo. Más aún, podemos agregar que esta enseñanza no se aplica para nada al que no es cristiano. En esto vemos la importancia del orden. ‘Así es cómo debéis vivir,’ dice nuestro Señor a sus oyentes. ¿A quiénes habla? Son los que ha descrito en las Bienaventuranzas. Lo primero que dijo acerca de ello fue que son ‘pobres en espíritu.’ En otras palabras, son perfectamente conscientes de su incapacidad total. Son conscientes de que son pecadores, y de que nada pueden delante de Dios. Son los que lloran por sus pecados. Han llegado a comprender el pecado como el principio interno que corrompe toda la vida, y a causa de ello lloran. Son mansos; tienen en ellos un espíritu que es la antítesis misma del mundo. Tienen hambre y sed de justicia, y así sucesivamente. Ahora bien, estos mandatos concretos que estamos estudiando son sólo para tales personas.
No hace falta insistir más en esto. Esta enseñanza es del todo imposible para quien carezca de tales cualidades. Nuestro Señor nunca le pide a un hombre natural, víctima del pecado y de Satanás, y que está bajo el dominio del infierno, que viva una vida como ésta, porque no puede. Debemos ser hombres nuevos y nacer de nuevo antes de poder vivir una vida así. Por consiguiente decir que esta enseñanza ha de ser la política de países o naciones es una herejía. Lo es en este sentido: si pedimos a alguien que no ha nacido de nuevo, que no ha recibido al Espíritu Santo, para que viva la vida cristiana, le estamos diciendo en realidad que alguien se puede justificar a sí mismo por medio de sus obras, lo cual es una herejía. Afirmamos que el hombre por sus propios esfuerzos, sí quiere, puede vivir esta vida. Esto es una contradicción absoluta con todo el Nuevo Testamento. Nuestro Señor lo aclaró de una vez por todas en la conversación que tuvo con Nicodemo. Nicodemo evidentemente iba a preguntar, ‘¿Qué he de hacer para poder ser como tú? ‘Amigo mío’, le viene a decir nuestro Señor, ‘no pienses en función de lo que puedes hacer; no puedes hacer nada; debes nacer de nuevo.’ Por tanto pedir una conducta cristiana a alguien que no ha nacido de nuevo, y menos de una nación o del mundo entero, es imposible y erróneo.
Al mundo, a las naciones, a los no cristianos se les sigue aplicando la ley, la cual dice ‘ojo por ojo y diente por diente.’ Esas personas siguen estando bajo la justicia que restringe y limita al hombre, para preservar la ley y controlar los abusos. Por esto el cristiano debe creer en la ley y en el orden, y por esto nunca debe ser negligente en sus deberes de ciudadano de un Estado. Sabe que ‘las autoridades superiores… por Dios han sido establecidas,’ que hay que controlar la ilegalidad, que hay que restringir el crimen y el vicio —’ojo por ojo y diente por diente,’ justicia y equidad. En otras palabras el Nuevo Testamento enseña que, hasta que alguien no venga a estar bajo la gracia, está bajo la ley. La confusión y embrollo actuales han comenzado ahí. Los no cristianos hablan con vaguedad acerca de la enseñanza de Cristo respecto a la vida, y la interpretan en el sentido de que no hay que castigar al niño que actúa mal, que no hacen falta las leyes, y que debemos amar a todos para que sean buenos. ¡Estamos viendo los resultados de esto! Pero esto es una herejía. Es ‘ojo por ojo y diente por diente’ hasta que el espíritu de Cristo entre en nosotros. Entonces se espera de nosotros algo más elevado, pero no hasta entonces. La ley pone de manifiesto el mal y lo limita y Dios mismo lo ha ordenado, y las autoridades existentes tienen que imponerla.
Este es nuestro primer principio. No tiene nada que ver con las naciones ni con el llamado pacifismo cristiano, con el socialismo cristiano ni cosas así. No se pueden basar en esta enseñanza; de hecho la niegan. Esta fue la tragedia de Tolstoy, y por desgracia, al final él mismo se volvió trágico cuando tuvo que enfrentarse con la inutilidad completa de ello. Desde el comienzo resultaba inevitable, como lo hubiera visto si hubiese entendido la enseñanza.
En segundo lugar, esta enseñanza, que concierne al cristiano y a nadie más, se le aplica sólo en sus relaciones personales y no en cuanto ciudadano de su país. Esto es lo esencial de la enseñanza. Todos vivimos en diferentes países. Aquí me tienen a mí, ciudadano de Gran Bretaña con mi relación al Estado, con el gobierno e instituciones. Sí, pero también hay relaciones más personales, mi relación con mi esposa e hijos, mi relación como individuo con otras personas, mis amistades, mi calidad de miembro de la Iglesia y así sucesivamente. Todo esto no tiene nada que ver con mi relación general con el país al que pertenezco. Pero, lo repito, la enseñanza de nuestro Señor concierne la conducta del cristiano sólo en sus relaciones personales; en realidad, en este pasaje, la relación del cristiano con el Estado ni siquiera se tiene en cuenta ni se menciona. No tenemos más que la reacción del cristiano como individuo frente a lo que se le hace personalmente. Respecto a la relación del cristiano con el Estado y a sus relaciones generales, abundan las enseñanzas en la Biblia. Si a uno le preocupan las relaciones con el Estado y las responsabilidades como ciudadano, no hay que limitarse al Sermón del Monte. Es mejor buscar en otros capítulos que tratan específicamente de este tema, tales como Romanos 13 y 1 Pedro 2. De modo que si yo, como joven, analizo mis deberes para con el Estado en el asunto de ir al servicio militar, no encuentro la respuesta aquí. Debo buscarla en otro lugar. El Sermón del Monte se ocupa sólo de mis relaciones personales. Y con todo, con qué frecuencia, cuando se piensa en los deberes para con el Estado, se cita este pasaje. Creo que no tiene nada que ver con ello.
El tercer principio que regula la interpretación de este tema es, evidentemente, que en esta enseñanza no se tiene en cuenta el problema del matar y quitar la vida, tanto si se considera como pena capital, o matar en la guerra, o cualquier otra forma de homicidio. Nuestro Señor tiene en cuenta esta ley de la reacción personal del cristiano ante las cosas que le suceden. En último término, desde luego, abarcará también la cuestión de matar, pero no es este el principio que establece. Por consiguiente, interpretar este párrafo en términos de pacifismo y nada más es reducir esta gran y maravillosa enseñanza cristiana a una simple cuestión legal. Y los que basan su pacifismo en este pasaje —y no digo si el pacifismo es bueno o malo— son culpables de una especie de herejía. Han caído en el legalismo de los escribas y fariseos; y esta interpretación es del todo falsa.
¿Qué se enseña aquí? Hay un principio en esta enseñanza, y se refiere a la actitud del hombre para consigo mismo. Podríamos hablar del cristiano y el Estado y la guerra, y todo lo demás. Pero eso es mucho más fácil que lo que nuestro Señor nos pide que examinemos. Lo que nos pide que examinemos es nuestro yo, y es mucho más fácil hablar del pacifismo que enfrentarse con su clara enseñanza. ¿Cuál es? Me parece que la clave se encuentra en el versículo 42: ‘Al que te pida, dale; y al que quiera tomar de ti prestado, no se lo rehúses.’ Esto es de gran importancia. Al leer este párrafo, lo primero que uno siente cuando se llega al versículo 42 es que no debería estar ahí. ‘Oísteis que fue dicho: Ojo por ojo y diente por diente. Pero yo os digo: No resistáis al que es malo.’ Este es el tema, resistir al malo, y por esto parecen suscitarse esas cuestiones de la guerra, del matar, de la pena capital. Pero luego prosigue y dice, ‘antes, a cualquiera que te hiera en la mejilla derecha, vuélvele también la otra; y al que quiera ponerte a pleito y quitarte la túnica, déjale también la capa; y a cualquiera que te obligue a llevar carga por una milla, ve con él dos.’ Luego de repente: ‘Al que te pida, dale; y al que quiera tomar de ti prestado, no se lo rehúses.’ Y de inmediato tenemos ganas de preguntar, ¿qué tiene que ver esta cuestión del pedir prestado con la del resistir al malo y de no devolverle lo mismo, o con el pelear y matar? ¿Por qué aparece? Porque en él se nos da una pista para entender los principios que nuestro Señor inculca en el pasaje. Todo el tiempo piensa en el problema del ‘yo’ y de nuestra actitud para con nosotros mismos. Dice en efecto que si queremos ser verdaderamente cristianos debemos morir al yo. No es cuestión de si deberíamos ir a servir en el Ejército o no, ni de ninguna otra cosa; es cuestión de qué pienso de mí mismo, de mi actitud para conmigo mismo.
Es una enseñanza muy espiritual, e implica lo siguiente. Primero, debo tener una actitud adecuada para conmigo mismo y respecto al espíritu de autodefensa que se pone de inmediato en movimiento cuando me hacen algo malo. También debo examinar el deseo de venganza y el espíritu de represalia que es tan propio del yo natural. Luego está la actitud del yo respecto a las injusticias que se le hacen y respecto a las exigencias que la comunidad y el Estado le hacen. Y por fin está la actitud del yo respecto a las posesiones personales. Nuestro Señor pone al descubierto esta cosa horrible que controla al hombre natural: el yo, esa herencia terrible que proviene del hombre caído y que hace que el hombre se glorifique a sí mismo y se tenga por dios. Trata de proteger ese yo siempre y de todas las formas posibles. Pero lo hace no sólo cuando recibe ataques o cuando le quitan algo; lo hace también con la cuestión de sus posesiones. Si alguien le pide prestado, su respuesta instintiva es: ‘¿Por qué debería desprenderme de lo mío?’ Siempre es el yo.
En cuanto vemos esto, no hay contradicción entre el versículo 42 y los otros. No sólo está relacionado con ellos, sino que forma parte esencial de ellos. La tragedia de los escribas y fariseos es que interpretaban ‘ojo por ojo y diente por diente’ de una forma puramente legal o como algo físico y material. Así siguen actuando los hombres. Reducen esta enseñanza sorprendente a la cuestión de la pena capital, o a si hay que participar o en las guerras. ‘No’, dice Cristo, ‘es una cuestión espiritual, es cuestión de toda tu actitud, sobre todo de tu actitud para contigo mismo; y quisiera que vieras que si quieres ser de verdad discípulo mío debes morir a ti mismo.’ Dice, si lo prefieren: ‘Quien quiera ser mi discípulo, niéguese a sí mismo (y todos los derechos para consigo mismo y todos los derechos del yo), tome su cruz, y sígame.’
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Extracto del libro: «El sermón del monte» del Dr. Martyn Lloyd-Jones