Por tanto os digo: No os afanéis por vuestra vida, qué habéis de comer o qué habéis de beber; ni por vuestro cuerpo, qué habéis de vestir. ¿No es la vida más que el alimento, y el cuerpo más que el vestido? Mirad las aves del cielo, que no siembran, ni siegan, ni recogen en graneros; y vuestro Padre celestial las alimenta. ¿No valéis vosotros mucho más que ellas? ¿Y quién de vosotros podrá, por mucho que se afane, añadir a su estatura un codo? Y por el vestido, ¿por qué os afanáis? Considerad los lirios del campo, cómo crecen: no trabajan ni hilan; pero os digo, que ni aun Salomón con toda su gloria se vistió así como uno de ellos. Y si la hierba del campo que hoy es, y mañana se echa en el horno, Dios la viste así, ¿no hará mucho más a vosotros, hombres de poca fe? No os afanéis, pues, diciendo: ¿Qué comeremos, o qué beberemos, o qué vestiremos? Porque los gentiles buscan todas estas cosas; pero vuestro Padre celestial sabe que tenéis necesidad de todas estas cosas. Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas. Así que, no os afanéis por el día de mañana, porque el día de mañana traerá su afán. Basta a cada día su propio mal (Mateo 6:25-34).
Con el versículo 25 comienza una nueva parte en esta exposición del Sermón del Monte. En realidad, es una sub-sección del tema mayor de este capítulo 6, a saber, la vida del cristiano en este mundo, en su relación con el Padre.
Hay que considerar dos aspectos principales: lo que el cristiano hace en privado, y lo que hace en público. Esto demuestra lo práctico que es este Sermón. Está muy lejos de ser algo apartado y teórico. Se ocupa de los detalles prácticos de la vida personal, privada: todo lo que hago, mi vida de oración, mi vida de tratar de hacer el bien, mi vida de ayuno, mi devoción personal, el fomento y el cultivo de mi propia vida espiritual.
Pero yo no dedico todo el tiempo a estas ocupaciones. Eso sería convertirse en un monje o eremita. No me aíslo. No; vivo en el mundo, y me dedico a los negocios y asuntos comerciales, y hay multitud de problemas que me atañen. Encima de todo lo demás nuestro Señor nos recuerda en la segunda sección, a partir del versículo 19, que el gran problema con el que nos enfrentamos es el de la mundanalidad que está siempre atacándonos. Éste es el tema desde el versículo 19 hasta el final del capítulo. Pero hemos visto que se divide en secciones. Ante todo está la sección que ya hemos examinado, los versículos 19 al 24. Ahora, desde el versículo 25 hasta el final del capítulo, pasamos a la segunda sección. Sigue siendo el mismo tema: el peligro de la mundanalidad, el peligro de las riquezas, el peligro de que la mente, la visión y la vida de este mundo actual nos derroten.
Hay quizá dos formas principales de considerar la diferencia entre los versículos 19-24 y esta sección. Una forma sería decir que en la subdivisión previa, nuestro Señor hizo énfasis principalmente en el peligro de acumular tesoros terrenales, cuidarlos, aumentarlos, vivir para eso. Aquí, no se trata tanto del acumular tesoros, sino de preocuparse por ello, del afanarse por ellos. Y desde luego, las dos cosas son diferentes. Hay muchos que quizá no sean culpables de hacerse tesoros en la tierra, aunque pueden serlo de mundanalidad, porque siempre están pensando en estas cosas, siempre están afanándose en ellas y ocupándose de ellas constantemente. Ésta es la diferencia principal entre las dos sub-secciones. Pero se puede poner de otra forma. Algunos dicen que en los versículos 19-24 nuestro Señor se dirigía principalmente a personas ricas, a personas que disponen de bienes abundantes, y quienes por consiguiente están en la posición de hacerse de más bienes, de aumentarlos. Pero sugieren que a partir del versículo 25 hasta el final del capítulo, piensa más en las personas que, o son en realidad pobres, o no se pueden considerar como ricas; aquellas que apenas se las arreglan para hacerle frente a los gastos, aquellas que se enfrentan con el problema de ir viviendo en el sentido material. Para estas personas el peligro principal no es el de hacerse tesoros, de adorar a los tesoros en la forma que sea, sino el peligro de verse agobiados por estas cosas, de afanarse por ellas. No importa la interpretación que se asuma. Ambas son ciertas porque es posible que el hombre realmente rico esté preocupado y agobiado por estas cosas mundanas; y en consecuencia no conviene insistir demasiado en la antítesis entre ricos y pobres. Lo importante es centrarse en este peligro de verse oprimido y obsesionado por las cosas que se ven, las cosas que pertenecen al tiempo y a este mundo solamente.
En cuanto a esto, se nos recuerda una vez más la sutileza terrible de Satanás y del pecado. A Satanás no le importa mucho qué forma asuma el pecado con tal de triunfar en su objetivo final. Le es indiferente si uno está acumulando tesoros en la tierra o preocupándose por las cosas terrenales; lo que él quiere es que nuestra mente esté puesta en ellas y no en Dios. Y nos acosará y atacará desde todos los ángulos. Uno quizá crea que ha ganado esta gran batalla contra Satanás porque lo ha derrotado cuando entró por la puerta principal para hablarnos de hacernos tesoros en la tierra. Pero antes de que uno se dé cuenta de ello, advertirá que ha entrado por la puerta trasera y que lo está haciendo a uno afanarse por estas cosas. Sigue haciendo que uno centre la atención en ellas, y con ello está contento. Se puede transformar en ‘ángel de luz’. La variedad de sus métodos es infinita, su única preocupación es que mantengamos la mente centrada en estas cosas, en lugar de colocarlas en las manos de Dios y mantenerlas ahí. Pero por suerte para nosotros, nos guía Alguien que lo conoce y conoce sus métodos, y si podemos decir con San Pablo que ‘no ignoramos sus maquinaciones’, es porque nuestro Señor Jesucristo mismo nos ha enseñado e instruido. ¡Qué sutil fue la tentación triple del diablo en el desierto! “Si eres Hijo de Dios”. Nosotros estamos sometidos a ataques parecidos, pero, gracias a Dios, nuestro Señor nos ha instruido respecto a ello en este pasaje, y su enseñanza nos llega de una forma muy clara y explícita.
Nuestro Señor continúa su advertencia, no da nada por sentado. Sabe lo frágiles que somos; conoce el poder de Satanás y toda su terrible habilidad; por eso entra en detalles. Otra vez veremos aquí, como vimos en la sección anterior, que no se contenta simplemente con dejar establecidos principios o con darnos mandamientos. Nos ofrece argumentos y nos da razones, plantea el problema ante nuestro sentido común. Presenta la verdad a nuestra mente. No quiere producir una cierta atmósfera emotiva solamente, sino que razona con nosotros. Esto es lo que necesitamos captar. Por ello comienza de nuevo con un ‘por tanto’ —”Por tanto os digo”.
Prosigue con el argumento principal, pero lo va a plantear de una forma ligeramente diferente. El tema sigue siendo, desde luego, éste, la necesidad de la mirada simple, la necesidad de mirar básicamente una cosa. Lo vemos repetirlo, “Buscad primeramente”. Ésta es otra forma de decir que uno debe tener la mirada limpia, y servir a Dios y no a las riquezas. Debemos hacer esto a toda costa. Por elle lo afirma tres veces, introduciéndolo por medio de la palabra ‘por tanto’. “Por tanto os digo: No os afanéis por vuestra vida, que habéis de comer o qué habéis de beber; ni por vuestro cuerpo, qué habéis de vestir. No es la vida más que el alimento, y el cuerpo más que el vestido?” Luego en el versículo 31, vuelve a decir: “No os afanéis, pues, diciendo: ¿Qué comeremos, o qué beberemos, o qué vestiremos?” Luego en el versículo 34, vuelve a decir por fin: “Así que, no os afanéis por el día de mañana, porque el día de mañana traerá su afán. Baste a cada día su propio mal” ¡Nunca hubo en este mundo un Maestro como el Señor Jesucristo! El gran arte de enseñar es el arte de la repetición; el verdadero maestro siempre sabe que no es suficiente decir algo una vez, sino que hay que repetirlo. Por ello lo dice tres veces, pero cada vez de una forma ligeramente diferente. Éste método es particularmente interesante y fascinador, y en el curso de la presente consideración, veremos exactamente en qué consiste.
Lo primero que debemos hacer es examinar las palabras que usa, y sobre todo esta expresión ‘no os afanéis’, que la gente a menudo ha entendido mal, y con la cual muchos han tropezado. Si se consulta a los expertos, se verá que por las citas que emplean otros autores, ‘no afanarse’ se usaba entonces en el sentido de ‘estar en una disposición de ansiedad’, o tender a preocuparse. La verdadera traducción debería ser: «No tengáis ansiedad», o si lo prefieren, ‘No os angustiéis’, acerca de vuestra vida, acerca de lo que comeréis o beberéis. Éste es el verdadero significado de la palabra. En realidad, la palabra misma que empleó nuestro Señor es muy interesante; es la palabra que se emplea para indicar algo que divide, separa o distrae, palabra usada muy a menudo en el Nuevo Testamento. Si se lee Lucas 12:29, que es el pasaje paralelo a éste, se encontrará que la expresión que se emplea es ‘ni estéis en ansiosa inquietud’. Es la situación de la mente dividida en secciones o compartimentos, y que no funciona como un todo. Se puede decir de mejor forma, que esa mente no tiene ‘ojo bueno’. Hay una especie de visión doble, un mirar en dos direcciones al mismo tiempo, y en consecuencia no ver realmente nada. Esto es lo que, en este sentido, significa tener ansiedad, estar angustiado, estar preocupado.
Una ilustración todavía mejor del significado del término se encuentra en la historia de Marta y María cuando nuestro Señor estuvo en su casa (Le. 10:38-42). Nuestro Señor se volvió a Marta para reprenderla. Le dijo: ‘afanada y turbada estás con muchas cosas’. La pobre Marta estaba ‘distraída’ —éste es el significado real de la expresión; no sabía dónde estaba ni qué deseaba realmente. María, por otro lado, tenía un solo propósito, un solo objetivo, no estaba distraída con muchas cosas. Por consiguiente, aquello acerca de lo que nuestro Señor nos amonesta es el peligro de estar tan distraídos con los cuidados y ansiedades, por las cosas terrenales, mirándolas demasiado, que no miremos a Dios y nos alejemos del objetivo principal de la vida. Este peligro de vivir una vida doble, esta visión falsa, este dualismo, es lo que le preocupa.
Quizá a estas alturas es importante expresar la idea de forma negativa. Nuestro Señor no nos enseña aquí que nunca debemos pensar en estas cosas. ‘No os afanéis’ no significa eso. En muchas épocas de la historia de la iglesia, ha habido personas celosas y desorientadas que han tomado de forma literal este consejo, y han creído que vivir la vida de fe implica no pensar en ningún modo acerca del futuro, no tomar ninguna precaución. Simplemente ‘viven por fe’, le ‘piden a Dios’ y no hacen nada en cuanto a ello. Éste no es el significado de ‘no os afanéis’. Dejando aparte el significado exacto de estas palabras, el solo contexto y la clara enseñanza del Nuevo Testamento en otros pasajes les hubiera bastado para evitar ese error. El conocimiento del significado exacto de las palabras en griego no es lo único esencial para una interpretación genuina; si uno lee la Biblia, y si se está pendiente del contexto, uno está a salvo de estos errores. No cabe duda de que el contexto en este caso, la ilustración misma que nuestro Señor emplea, prueba que estas personas deben estar equivocadas. Argumenta en base de las aves del cielo. No es sólo decir que han de limitarse a estar posadas en los árboles o en palos, y esperar hasta que se les traiga la comida mecánicamente. No es así. Buscan la comida activamente. Las aves del cielo desarrollan una verdadera actividad.
De modo que el argumento mismo que emplea nuestro Señor a este respecto excluye por completo la posibilidad de interpretarlo como una especie de espera pasiva en Dios, sin hacer nada. Nuestro Señor nunca condena al labrador por arar, sembrar, cosechar y acumular en graneros. Nunca lo condena, porque Dios mandó que el hombre viviera de esta forma, con el sudor de la frente. De modo que estos argumentos planteados en forma de ilustraciones y que incluyen también los lirios del campo donde vemos cómo extraen el sustento de la tierra en la cual están plantados, tomados sobre todo a la luz de la enseñanza de la Biblia en otros pasajes, hubieran debido ahorrarles a esos hombres tan ridículas y malas interpretaciones.
El apóstol Pablo lo dice explícitamente en su segunda carta a los Tesalonicenses cuando afirma “Si alguno no quiere trabajar, tampoco coma”. Entonces había personas, desorientadas y algo fanáticas, que decían, “El Señor regresará en cualquier momento; por tanto no hay que trabajar, debemos estar a la espera de su retorno”. En consecuencia, dejaron de trabajar e imaginaban que eran excepcionalmente espirituales. Y ésta es la observación breve de Pablo respecto a ellos: “Si alguno no quiere trabajar, tampoco coma”. Hay algunos principios fundamentales que rigen la vida, y éste es uno de ellos.
Encontramos una exposición de este mandamiento en esas palabras del apóstol Pablo en Filipenses 4:6-7, cuando dice, “Por nada estéis afanosos, sino sean conocidas vuestras peticiones delante de Dios en toda oración y ruego, con acción de gracias. Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús”. O, si lo prefieren, “No os afanéis por nada”. Tampoco aquí se trata de las preocupaciones y ansiedades, contra esa tendencia a angustiarse que tan a menudo aflige nuestra vida.
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Extracto del libro: «El sermón del monte» del Dr. Martyn Lloyd-Jones