»No juzguéis, para que no seáis juzgados. Porque con el juicio con que juzgáis, seréis juzgados, y con la medida con que medís, os será medido. ¿Y por qué miras la paja que está en el ojo de tu hermano, y no echas de ver la viga que está en tu propio ojo? ¿O cómo dirás a tu hermano: Déjame sacar la paja de tu ojo, y he aquí la viga en el ojo tuyo? ¡Hipócrita! saca primero la viga de tu propio ojo, y entonces verás bien para sacar la paja del ojo de tu hermano. No deis lo santo a los perros, no echéis vuestras perlas delante de los cerdos, no sea que las pisoteen, y se vuelvan y os despedacen» (Mateo 7:1-6).
Ahora deberíamos sacar algunas deducciones generales de todas estas consideraciones. Si consideramos las implicaciones de este versículo se verá que son de suma importancia. ¿Se percata el lector, a primera vista, de la primera implicación obvia? No hay otra afirmación en la Biblia que nos dé como este versículo un cuadro más terrible del efecto devastador del pecado en el hombre. El efecto del pecado y del mal sobre el hombre como resultado de la Caída es hacernos, con relación a la verdad de Dios, perros y cerdos. Éste es el efecto del pecado en la naturaleza del hombre; le da un antagonismo hacia la verdad. “La mente carnal”, dice el apóstol Pablo, “es enemistad contra Dios”, la naturaleza del perro y del cerdo. El pecado hace que el hombre odie a Dios y, también, como dice Pablo en Tito 3:3, “aborrecibles (o llenos de odio), y aborreciéndonos unos a otros”. Sí, aborrecedores de Dios y seres que “no se sujetan a la ley de Dios, ni tampoco pueden”. Enemigos y extraños, excluidos del reino, en enemistad con Dios. ¡Qué cosa tan terrible es el pecado! Se pueden ver las mismas reacciones en el mundo de hoy. Se presenta la verdad a ciertas personas y se enredan con ella. Se les habla acerca de la sangre de Cristo, y se ríen y hacen chistes, y la escupen. Esto es lo que el pecado hace en el hombre. Esto es lo que hace a su naturaleza; así es como afecta su actitud hacia la verdad. Es algo que penetra en las honduras más vitales del ser del hombre, y lo convierte en alguien que no solamente odia a Dios sino que se opone completamente a Dios, a la pureza, a la santidad, a la verdad. Pongo de relieve esto porque me parece que todos somos culpables. Cuando tratamos con otros, a menudo no nos damos cuenta de su verdadera condición. Tendemos a volvernos impacientes con las personas que no se hacen cristianos de inmediato. No vemos que están hasta tal punto bajo el dominio del pecado y de Satanás, son tan víctimas del demonio, están tan pervertidos e interiormente contaminados por el pecado, que están realmente, en un sentido espiritual, en esta condición de perros o cerdos. No pueden apreciar lo que es santo, no le dan ningún valor a las perlas espirituales; incluso Dios mismo les resulta odioso. Si no comenzamos dándonos cuenta de esto, nunca podremos ayudarles. Y al darnos cuenta de la verdad sobre ellos, comenzaremos a entender por qué nuestro Señor tuvo tanta compasión por el pueblo, y por qué sintió tanta piedad en el corazón al contemplarlos. Nunca podremos ayudar realmente a nadie a no ser que tengamos el mismo espíritu y mente en nosotros, y nos demos cuenta de que en un sentido, no pueden evitar ser como son. Necesitan una nueva naturaleza, deben nacer de nuevo. ¿Es el Sermón del Monte sólo una enseñanza legal para unos judíos en el futuro? ¡Jamás, jamás, desechemos esta sugerencia! Aquí tenernos la doctrina que conduce directamente a la gracia de Dios; sólo el nuevo nacimiento puede capacitar al hombre para apreciar y recibir la verdad. Muertos en transgresiones y pecados, debemos ser reavivados por el Espíritu Santo antes de poder responder genuinamente a la enseñanza divina. Se ve, por tanto, la cantidad de doctrinas profundas que están ocultas en este solo texto.
Luego hay un segundo aspecto; la naturaleza de la verdad. Nos hemos ocupado de ello hasta cierto punto, y por tanto bastará una referencia superficial ahora. La verdad es muy variada, la verdad tiene una plenitud. No es siempre exactamente la misma; hay variedades diferentes, como la leche y la carne. Hay verdades en la Escritura que son apropiadas para el principiante; pero, como dice el autor de la carta a los Hebreos, nosotros también “vamos adelante a la perfección”. Parece decir, “No queremos volver otra vez atrás para echar un fundamento de primeros principios; eso deberíamos darlo por sentado. Si os esforzáis, os puedo introducir en esa gran doctrina de Melquisedec; pero ahora no lo puedo hacer porque sois lentos para escuchar y tardos para oir». Esto nos muestra que la verdad tiene un carácter complejo. La pregunta que debemos plantearnos es, ¿crezco en conocimiento? ¿Tengo hambre y sed de esta doctrina más elevada, de esta sabiduría que Pablo tiene para los que son perfectos? ¿Siento que voy pasando, por así decirlo, de la carta a los Gálatas a la carta a los Efesios? ¿Voy entrando en estas verdades más profundas? Son sólo para los hijos de Dios.
Hay ciertos secretos en la Biblia que sólo pueden apreciar los hijos de Dios. Leamos la introducción a la carta a los Efesios, los nueve o diez primeros versículos, y encontraremos doctrina que sólo los hijos de Dios pueden entender; de hecho, sólo aquellos hijos que ejercitan sus sentidos espirituales y crecen en gracia. Las personas ignorantes en lo espiritual quizá arguyan acerca de las doctrinas del llamamiento y la elección de Dios, y temas como esos, sin entenderlos en absoluto. Pero si crecemos en gracia, estas doctrinas se volverán cada vez más valiosas. Son secretos que se dan sólo a los que pueden recibirlos —”el que tenga oídos para oír, oiga”—. Si vemos que algunas de estas exposiciones poderosas de la verdad que se encuentran en las cartas no nos dicen nada, examinémonos a nosotros mismos, y preguntémonos por qué no estamos creciendo, y por qué no podemos penetrar en estas verdades. Hay que establecer una distinción clara entre los primeros principios y los principios más avanzados. Hay personas que pasan la vida en el campo de la apologética y nunca penetran en verdades espirituales más profundas. Siguen siendo niños en la vida cristiana. “Vayamos hacia la perfección” y tratemos de desarrollar el apetito por estos aspectos más profundos de la verdad.
Por último, se puede plantear ahora una pregunta. Y lo propongo precisamente con forma de pregunta porque admito francamente que no estoy muy seguro de cuál sea la respuesta. ¿Hay acaso, me pregunto, un interrogante, quizá una advertencia, en este versículo, respecto a la distribución indiscriminada de la Biblia? Simplemente planteo la cuestión para que la examinemos y discutamos con otros. Si se me dice que tengo que discernir en cuanto a hablar a las personas acerca de estas cosas, si tengo que establecer diferencias entre persona y persona, y respecto a la verdad específica que ofrezco a cada una, ¿es bueno poner toda la Biblia al alcance de personas que pueden describirse como perros y cerdos espirituales? ¿No conducirá a veces a blasfemias y maldiciones y a una conducta de carácter porcino? ¿Es siempre bueno, me pregunto, poner ciertos textos de la Biblia en carteles, especialmente los textos que se refieren a la sangre de Cristo? A menudo he escuchado blasfemias provocadas por esto mismos. Simplemente planteo las preguntas. Pensemos en el eunuco de Hechos 8 que regresaba de Jerusalén. Tenía la Biblia y la leía en el momento en que Felipe se le acercó para decirle: “¿Entiendes lo que lees?” Y el eunuco contestó, “¿Y cómo podré, si alguno no me enseñare?” En general, es necesaria la exposición, y, como regla general, no se puede prescindir del instrumento humano.
“Pero —protestamos— miremos el efecto maravilloso de la distribución de la Biblia”. Si pudiéramos conocer los hechos exactos, me pregunto cuántas personas encontraríamos que se han convertido sin intervención humana. Sé que hay casos maravillosos y excepcionales. He leído historias de personas que se han convertido de esa forma. Gracias a Dios que eso puede suceder. Pero pienso que no es el método normal. ¿Acaso el hecho de que hemos de tener cuidado en la elección de los aspectos de la verdad según las personas con las que tratamos, pone un interrogante en nuestra mente? A veces, claro está, tratamos de eludir el deber de hablar entregando un evangelio o un tratado, pero esta no es la forma normal que Dios ha establecido. La forma de Dios ha sido siempre presentar la verdad de manera directa por medio de hombres que expliquen la Biblia. Si uno tiene una conversación con alguien y está en condiciones de indicarle la verdad, entonces quizás pida un ejemplar de la Biblia, y uno sienta que debe dárselo. Eso está bien. Démosle la Biblia. El interrogante que planteo se refiere a colocar indiscriminadamente la Biblia donde no hay nadie para explicarla, y donde alguien, en la condición que nuestro Señor describe en el versículo de nuestro texto, se enfrenta con esta verdad grande y poderosa sin una guía humana.
Quizá esto sorprenda a muchos, pero creo que debemos pensar con cuidado acerca de algunos de estos puntos. Nos convertimos en esclavos de la costumbre y de ciertos hábitos y prácticas, y a menudo al hacerlo nos volvemos poco bíblicos. Doy gracias a Dios de que poseemos esta gran Palabra escrita de Dios, pero a menudo he sentido que no sería malo experimentar durante un tiempo con la idea de no permitir que nadie posea un ejemplar de la Biblia a no ser que muestre señales de vida espiritual. Quizá esto sea ir demasiado lejos, pero a menudo he sentido que si lo hiciéramos inculcaríamos en la gente la naturaleza preciosa de este Libro, su carácter maravilloso, y el privilegio de poder poseerlo y leerlo. Y quizá no sea sólo algo bueno para las almas de los que están fuera; ciertamente daría a la iglesia una concepción completamente nueva del tesoro inapreciable que Dios ha puesto en nuestras manos. Somos los custodios y expositores de la Biblia; y si no adquirimos nada más, como resultado de nuestro estudio, debemos sentir que hemos sido perezosos, que no nos hemos preparado como hubiéramos debido para una tarea de tanta responsabilidad e importancia. No es tan fácil como a veces parecemos pensar, y si tomamos la Palabra de Dios con seriedad, veremos la necesidad vital del estudio, de la preparación y de la oración. Entonces debemos examinar este punto; pero sobre todo, recordemos estos otros aspectos de la verdad que hemos visto con tanta claridad, y nunca olvidemos la necesidad absoluta de la regeneración para recibir y entender la verdad espiritual. La simple distribución de la Biblia como tal no es la clave para la solución del problema hoy día. Dios sigue necesitando hombres y mujeres como nosotros que expliquen, que expongan la verdad, que actúen como un Felipe para aquellos que poseen la Palabra pero no la entienden. Mantengamos un equilibrio adecuado y un sentido justo de proporción en estas cosas, para el bien de las almas y a fin de que podamos presentar de forma ponderada y global la verdad de Dios.
—
Extracto del libro: «El sermón del monte» del Dr. Martyn Lloyd-Jones