Cualquiera, pues, que me oye estas palabras, y las hace, le compararé a un hombre prudente, que edificó su casa sobre la roca. Descendió lluvia, y vinieron ríos, y soplaron vientos, y golpearon contra aquella casa; y no cayó, porque estaba fundada sobre la roca. Pero cualquiera que me oye estas palabras y no las hace, le compararé a un hombre insensato, que edificó su casa sobre la arena; y descendió lluvia, y vinieron ríos, y soplaron vientos, y dieron con ímpetu contra aquella casa; y cayó, y fue grande su ruina. (Mateo 7:24-27).
Hasta ahora nos hemos ocupado sobre todo de los detalles de la metáfora de nuestro Señor acerca de los dos hombres y de las dos casas. Es evidente que, en una metáfora como ésta, lo primero que hay que hacer es examinar el conjunto mismo y descubrir su significado. Luego esto se puede aplicar a la situación espiritual que se examina. Ya hemos comenzado a hacerlo, pero debemos continuar haciéndolo más detalladamente.
¿Cuáles son las características del pseudo cristiano o del cristiano puramente nominal? Podemos dividirlas en generales y específicas. En general, en ellos se encuentran las mismas cosas que observamos en el hombre insensato que construyó la casa sobre la arena. Es decir, es insensato, apresurado y superficial. No cree mucho en doctrina ni en la necesidad de entender la Biblia; desea disfrutar del cristianismo sin muchos problemas. No hay que molestarlo con todas estas doctrinas y definiciones, anda muy apurado, la enseñanza le impacienta, y también la experiencia y la dirección. De hecho, suele ser impaciente con todo conocimiento verdadero; ésta es la principal característica, según lo describe nuestro Señor. Hasta ahora, hemos considerado su mentalidad; y antes de pasar al próximo punto, deseo subrayar la importancia de esto. No hay nada que proporcione un indicio tan genuino de lo que alguien es, como su mentalidad en general. No está bien prescindir de ello y concentrarse sólo en lo que hace en detalle.
Pero pasando ahora a los detalles – ¿Cuáles son las características del ‘falso profesante’? Lo primero respecto a él es que, como el hombre de la metáfora, lo que busca es agradarse a sí mismo. Analicemos lo que hace, escuchemos lo que dice y veremos que todo gira en torno a sí mismo. Ésta es realmente la clave para todo lo que hace y dice; el yo es el centro de su vida y el yo controla su perspectiva y todas sus acciones. Desea facilidad, comodidad y ciertos beneficios. Por ello se halla dentro de la iglesia. Desea obtener ciertas bendiciones y en esto difiere del hombre que está totalmente en el mundo, que dice no poseer ninguna creencia. Este hombre ha descubierto que en el cristianismo se ofrecen ciertas bendiciones. Se interesa por ellas, y desea saber algo acerca de las mismas y cómo obtenerlas. Siempre piensa en función de: ¿Qué puedo sacar? ¿Qué me dirá? ¿Qué beneficios me reportará si voy a buscarlo? Ésta es la clase de motivos que le mueven. Y por ser ésta su actitud, no se enfrenta realmente con la enseñanza completa del evangelio, ni desea conocer todo el consejo de Dios.
Examinemos esto detalladamente. Vimos, al examinar la metáfora, que el problema del hombre que construye la casa a toda prisa y sin fundamento sobre la arena, es que no cree en consultar manuales de arquitectura y construcción de casas, no cree que deba ir a un arquitecto, no desea planos ni detalles. De hecho, todos estos detalles le parecen un ajetreo innecesario y no le interesan. Lo mismo ocurre en el caso del falso creyente. En realidad, no se preocupa por estudiar la Palabra de Dios; no es un verdadero estudiante de la Biblia. Quizá tenga cierto interés por la gramática o el aspecto mecánico de la Biblia, pero no se preocupa realmente por conocer el mensaje del Libro; nunca ha querido enfrentarse con toda su enseñanza. Pablo, cuando volvió a ver a los ancianos de la iglesia de Efeso les dijo que estaba muy contento de haberles comunicado ‘todo el consejo de Dios’. No se reservó nada. El mensaje que el Señor resucitado había dado, se lo dio a ellos. Algunas partes del mismo molestaban; algunas partes quizá hubiera preferido no comunicarlas, pero no era su mensaje; era el consejo de Dios y se lo había comunicado como proveniente de Dios. De la misma manera, el creyente falso y superficial no se interesa por esto.
En segundo lugar, escoge lo que le gusta, y se concentra en lo que le atrae. Por ejemplo, le gusta la doctrina del amor de Dios, pero no la doctrina de la justicia de Dios. No le gusta la idea de Dios como un Dios santo, como un Dios justo. La idea de la santidad de Dios le repele, y por ello nada lee acerca de la misma. Sabe que hay ciertos pasajes importantes en la Biblia que manifiestan el amor de Dios, y los puede recitar de memoria porque los lee muy a menudo. Piensa que lo sabe todo acerca de Juan 3:16, pero ni siquiera lo lee adecuadamente. Destaca una parte de este texto, pero no le gusta la idea de ‘no se pierda’. No llega hasta el final de ese mismo capítulo tercero donde dice, “La ira de Dios está sobre él” —eso no lo cree y no le gusta. Se interesa por el amor de Dios y por el perdón. Se interesa, en otras palabras, por todo lo que le da el sentimiento de consuelo, felicidad, gozo y paz internos. Por ello, ya sea consciente o inconscientemente, al leer la Biblia, selecciona. Hay muchas personas que lo hacen.
A comienzos de este siglo esta práctica estaba muy en boga. Había personas que nunca leían las Cartas del apóstol Pablo; leían sólo los Evangelios. Y no leían todos los Evangelios porque les parecía que había cosas ofensivas, de modo que los reducían al Sermón del Monte. Pero incluso ahí, tampoco leían las Bienaventuranzas, simplemente leían acerca del ‘amar a los enemigos’, etc. Eran pacifistas e idealistas que no creían según decían, en devolver un golpe, sino en presentar la otra mejilla. Éste es el típico creyente falso. Escoge y selecciona lo que le gusta, y prescinde del resto. Se ve muy claro en el cuadro del hombre que construyó la casa sobre la arena- y lo mismo ocurre en el ámbito espiritual.
Deberíamos examinarnos constantemente a la luz de la Palabra. Si no la leemos de forma tal que nos examine, no la estamos leyendo correctamente. Debemos hacer frente a estas cosas. ¿Tomo todo el mensaje de la Biblia? ¿Tomo todo el consejo de Dios? ¿Acepto la enseñanza referente a la ira de Dios lo mismo que la referente al amor de Dios? ¿Estoy tan dispuesto a creer en la justicia de Dios como en su misericordia; en la justicia y santidad de Dios como en su compasión y paciencia? Ésta es la cuestión. Lo característico del falso creyente es que no se enfrenta con todo; se limita a seleccionar lo que desea y gusta, y prescinde del resto. En otras palabras, su característica más destacada siempre es el no hacer frente de forma completa y honesta a la naturaleza del pecado, a los efectos del mismo, a la luz de la santidad de Dios. El problema que tiene es que nunca desea sentirse infeliz, nunca desea experimentar un sentido de disgusto consigo mismo, un sentido de incomodidad. Lo que quiere evitar a toda costa es sentirse infeliz o que le hagan sentir incómodo. No le gustan las personas que lo hacen sentir incómodo, ni los pasajes de la Biblia que hacen lo mismo y por ello escoge y selecciona. Siempre busca facilidad, comodidad y felicidad; y nunca se enfrenta adecuadamente con la doctrina bíblica del pecado, porque lo perturba y le hace sentirse inquieto. Pero al hacerlo así, elude una parte vital del gran mensaje de la Biblia.
La Biblia es, en primer lugar, una exposición aterradora y una descripción gráfica de los efectos del pecado. Por esto contiene toda esa historia del Antiguo Testamento; por esto, por ejemplo, muestra a un hombre como David, uno de sus grandes héroes, sucumbiendo en un pecado grave, cometiendo adulterio y homicidio. ¿Por qué lo hace? Para inculcarnos los efectos del pecado, enseñarnos que en todos nosotros hay algo que nos puede hacer caer así, que por naturaleza todos somos falsos, impuros y viles. Al falso creyente no le gusta esta enseñanza. Le desagrada tanto que incluso objeta contra la distinción que la Biblia establece entre pecado y pecados.
Conocí a un hombre que solía asistir a un lugar de culto, pero que ahora ya no asiste. La razón principal de haberse retirado es que no le gustaba que el predicador hablara constantemente acerca del pecado. No le importaba escuchar hablar acerca de los pecados, porque estaba dispuesto a admitir que no era absolutamente perfecto. Pero cuando el predicador decía que la naturaleza misma del hombre es vil e impura, le parecía que iba demasiado lejos. ¡No era tan malo como para eso! Pero la Biblia habla acerca de la naturaleza pecaminosa y dice de nosotros que hemos sido “en maldad… formados, y en pecado nos concibió nuestra madre”, que todos somos “por naturaleza hijos de ira” que debemos decir, si hablamos sinceramente, que “el pecado mora en mí” y que no hay nada que baste sino el nacer de nuevo y el recibir una naturaleza nueva. El cristiano nominal y formal odia esta doctrina y la elude.
En otras palabras, el problema que tiene, en último término, es que no desea realmente conocer a Dios. Desea la bendición de Dios, pero no desea a Dios. No desea realmente servir a Dios y rendirle culto con todo su ser; simplemente, desea ciertas cosas que cree que Dios le puede dar. Resumiendo, su problema principal es que no conoce el significado de la expresión, “tener hambre y sed de justicia”. No le interesa la justicia; no le interesa la santidad. No desea realmente ser como Cristo; simplemente desea estar cómodo. Es como el hombre de la metáfora que desea construir la casa a prisa, para poder sentarse en el sillón y disfrutarla. Desea que todo lo suyo vaya bien en la vida presente y venidera. Pero lo desea a su manera y con sus condiciones. Es impaciente, le desagrada toda enseñanza e instrucción que le recuerden que esto no es suficiente si realmente desea poseer un edificio satisfactorio y duradero.
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Extracto del libro: «El sermón del monte» del Dr. Martyn Lloyd-Jones