En BOLETÍN SEMANAL
​Medios para crecer en gracia (I)El crecimiento espiritual está estrechamente vinculado con el uso de ciertos medios al alcance de todos los creyentes; y como regla general podemos decir que los que crecen, crecen porque hacen uso de estos medios.

«Creced en la gracia y el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo» (2 Pedro 3:18).

Las palabras de Santiago nunca deben olvidarse: «Toda buena dádiva, y todo don perfecto es de lo alto, que desciende del Padre de las luces» (Santiago 1:1). Pero no debemos olvidar que a Dios le place obrar a través de medios. Dios ha ordenado fines, pero también medios. Quien desee crecer en la gracia, debe hacer uso de los medios de crecimiento.

Mucho me temo que en este punto los creyentes son muy descuidados. Admiran el crecimiento espiritual en algunos, e interiormente desearían que también tuviera lugar en sus vidas; pero parecen tener la impresión de que aquellos que crecen, lo hacen gracias a algún don especial que han recibido de Dios, y que en su caso particular ellos no lo poseen; de ahí su inactividad. Contra esta noción, tan errónea, deseo testificar con todas mis fuerzas. Quiero que se entienda claramente que el crecimiento espiritual está estrechamente vinculado con el uso de ciertos medios al alcance de todos los creyentes; y como regla general podemos decir que los que crecen, crecen porque hacen uso de estos medios. El creyente ha sido vivificado por el Espíritu, y no es, por tanto, una criatura muerta e inerte, sino un ser de enormes capacidades y responsabilidades. Grabemos en nuestro corazón las palabras de Salomón: «El alma de los diligentes será prosperada.» (Proverbios 13 :4).

El uso diligente de los medios privados de gracia es esencial para el crecimiento espiritual. Por medios privados quiero decir todo aquello que el creyente ha de hacer por sí mismo, y que una segunda persona no puede hacer por él. Entre estos medios incluyo la lectura de la Escritura, la oración, la meditación, y el auto examen; si aquí se va mal, se irá mal en todo lo demás. Y es por esto que hay tantos cristianos que no hacen progreso alguno en su profesión. Son descuidados y negligentes en sus oraciones privadas; apenas si leen la Biblia, y si la leen, la leen con muy poco ánimo; no tienen tiempo para examinar el estado espiritual de sus almas.

Nuestros días son de gran actividad religiosa; todo se hace con celeridad y ruido; muchos corren «de aquí para allá» y se «aumenta la ciencia» (Daniel 12:4). Miles de personas están dispuestas a asistir a las reuniones de avivamiento, a oír sermones y participar de cualquier reunión que sea sensacionalista; pero pocos parecen hallar tiempo para la absoluta necesidad de una vida de comunión íntima. No han llevado a la práctica la exhortación del salmista «Meditad en vuestro corazón estando en vuestra cama y callad» (Salmo 4:4) Y sin esto la prosperidad espiritual no es posible. Recordemos siempre este punto: si deseamos que nuestras almas crezcan, debemos conceder un cuidado especial a nuestra vida de comunión íntima con Dios.

El uso cuidadoso de los medios públicos de gracia es esencial para el crecimiento espiritual. Al decir medios públicos me refiero a aquellos medios que el creyente tiene a su disposición como miembro de la Iglesia visible de Cristo. Entre estos medios incluyo el culto del domingo, las reuniones en comunión con el pueblo de Dios para la oración y el culto público, la predicación de la Palabra y la participación de la Cena del Señor. Creo firmemente que de la manera en que se usen estos medios de gracia depende, en gran parte, la prosperidad del alma del creyente. Es muy fácil hacer uso de estos medios de una manera fría y pusilánime; y la misma frecuencia de los tales puede dar motivo a tal descuido (el oír la misma voz, las mismas palabras, y participar de las mismas ceremonias, puede hacernos dormir, hacernos insensibles y duros). Esta es una trampa en la que caen muchas personas que profesan ser cristianas. Si deseamos crecer debemos ponernos en guardia para no usar de estos medios de una manera rutinaria y contristar así al Espíritu. Esforcémonos para cantar los viejos himnos, oír la «antigua historia», y participar en la oración, con el mismo ardor y deseo del año en que creímos. Es señal de mala salud cuando una persona no muestra apetencia por la comida; y es una señal de decadencia espiritual cuando se pierde el apetito por los medios de gracia.

Una vigilancia estrecha sobre nuestra conducta en las cosas pequeñas de la vida diaria es esencial para un crecimiento espiritual. El temperamento, la lengua, el desempeño de nuestras obligaciones y relaciones sociales, el uso de nuestro tiempo, etcétera, deberían ser objeto de nuestra atención y vigilancia si en verdad deseamos crecer en la gracia. La vida consta de días, y el día consta de horas, y las pequeñas cosas de cada hora no son tan insignificantes como para no merecer la atención del creyente. Cuando un árbol empieza a decaer, el mal se echa de ver primero en los extremos de las pequeñas ramitas. «Quien desprecia las cosas pequeñas -alguien ha dicho-, poco a poco caerá». ¡Cuán ciertas son estas palabras! No debería preocuparnos el que otros nos desprecien y nos tilden de precisos y de ser demasiado cuidadosos en todas las cosas, aun en las más pequeñas. Continuemos nuestro camino y recordemos que servimos a un Dios estricto. Hemos de esforzarnos para conseguir un cristianismo que, al igual que la savia del árbol que corre y llega hasta la más insignificante hoja y ramilla, santifique aún las acciones más secundarias de nuestro carácter. Esta es una manera de crecer.

Si deseamos crecer en la gracia es importantísimo que vigilemos nuestras amistades y compañías. Quizá no haya nada que influencie tanto nuestro carácter como las compañías que tenemos. Nos dejamos influenciar fácilmente por la manera de hablar y obrar de aquellos con los cuales nos asociamos. La enfermedad es infecciosa, pero la salud no. Si aquel que profesa ser cristiano de una manera deliberada escoge la intimidad de aquellos que no son amigos de Dios, y que se adhieren al mundo, no dudemos que será en detrimento de su alma. De por sí, ya es suficientemente difícil servir a Cristo en un mundo como éste; ¡cuánto más lo será si se mantiene amistad y compañía con los inconversos y los impíos! A menudo por causa de malas compañías y por un error en el noviazgo, muchos creyentes han tenido un naufragio espiritual. «Las malas conversaciones corrompen las buenas costumbres.» »La amistad del mundo es enemistad con Dios.» ( 1 Corintios 15:33; Santiago 4:4.) Busquemos amistades que nos sean de incentivo para nuestras oraciones, nuestra lectura bíblica, y para el buen uso de nuestro tiempo; amistades que se preocupen por nuestra alma, por nuestra salvación, y por el mundo venidero. ¡Cuánto bien puede hacer a su tiempo la palabra de un amigo! ¡Cuánto mal puede evitar! He aquí otra manera para crecer en la gracia.

Y por último, si deseamos crecer en la gracia nos es absolutamente necesario mantener una comunión regular y habitual con el Señor Jesús. Y me refiero aquí a una unión espiritual íntima con el Señor por medio de la fe, la oración y la meditación. Mucho me temo que sobre este hábito hay muchos creyentes que saben muy poco. Una persona puede ser creyente y tener sus pies sobre la roca, y sin embargo vivir a un nivel inferior al de sus privilegios. Es posible participar de la «unión» con Cristo, y sin embargo mantener una «comunión» muy débil con Él.

Los nombres y ministerios de Cristo, tal como se nos revelan en la Escritura, muestran, sin lugar a dudas, que esta comunión entre el creyente y el Salvador no es una mera fantasía, sino una experiencia real. En las relaciones entre el Esposo y la esposa, entre la Cabeza y sus miembros, entre el Médico y sus pacientes, entre el Abogado y sus clientes, entre el Pastor y su rebaño, entre el Maestro y sus discípulos, viene implicado el hábito de una comunión familiar; presupone un acercarse diario al Trono de la gracia para el oportuno socorro. Esta comunión con Cristo es más que una mera confianza vaga en la obra que Él realizó por los pecadores. Implica un acercamiento íntimo, una confianza y un amor personal de verdadera amistad. Esto es lo que yo quiero decir por comunión entre el creyente y su Salvador.

No debemos contentarnos con un conocimiento ortodoxo de que Cristo es el Mediador entre Dios y el hombre, y que la justificación es a través de la fe y no por obras. Debemos ir más lejos. Debemos buscar una intimidad personal con el Señor Jesús, y comportarnos con Él de la manera en la que nos comportamos con un amigo íntimo. Debemos recurrir primeramente a Él en cualquier necesidad, hablarle en cualquier dificultad, consultarle en cualquier decisión, presentarle todas nuestras amarguras y hacerle partícipe de todas nuestras alegrías. Esta es la vida que vivió Pablo: «Para mí el vivir es Cristo.» (Gálatas 2:20; Filipenses 1:21). Es precisamente porque se ignora y desconoce esta vida de comunión espiritual por lo que mucha gente no puede descubrir la belleza del libro del Cantar de los Cantares.

Mucho más podríamos decir sobre este tema, pero los horizontes de este escrito no nos lo permiten. De todos modos creo que lo dicho ha sido suficiente para convencer a los lectores de la importancia del mismo. Seguiremos este estudio con unas palabras de aplicación.

Extracto del libro: «El secreto de la vida cristiana» de J.C. Ryle

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