«Pelea la buena batalla de la fe» (1 Timoteo 6:12)
Una fe firme en la verdad de la Palabra de Dios es fundamental en el carácter del soldado cristiano. El creyente es lo que es, hace lo que hace, piensa lo que piensa, se comporta como se comporta, como resultado de una razón muy simple: porque cree en ciertas proposiciones que se revelan y se dan a conocer en las Santas Escrituras. «es necesario que el que se acerca a Dios crea que le hay, y que es galardonador de los que le buscan» (Hebreos 11:6).
La batalla cristiana es una lucha que no depende de un brazo poderoso, de un ojo rápido o de unos pies veloces. No se entabla con armas carnales, sino con armas espirituales.
En nuestro tiempo muchas son las personas a quienes les gusta hablar de una religión sin doctrinas y sin dogmas. Al principio, esto suena bastante bien, parece muy hermoso a simple vista; pero tan pronto como nos detenemos a examinarlo nos damos cuenta de que es una completa imposibilidad. Sería algo así como hablar de un cuerpo sin huesos ni tejidos. Nadie llegará a ser nada ni podrá hacer nada a no ser que crea en algo. Aun aquellos que hacen profesión de las miserables doctrinas de los deístas se ven obligados a confesar que creen en algo. Pese a sus mordaces críticas en contra de la dogmática y credulidad cristianas – como ellos dicen no pueden prescindir de cierta clase de fe.
Para el verdadero cristiano la fe es la médula de su existencia espiritual. Si en el corazón no se tienen ciertos principios importantísimos, nadie puede realmente luchar contra el mundo, la carne y el diablo. Quizá no pueda a veces el creyente definir y especificar estos principios, pero los tiene profundamente arraigados en su corazón y constituyen las raíces de su religión. Siempre que veas a una persona, pobre o rica, instruida o ignorante, que varonilmente lucha contra el pecado y se esfuerza para vencerlo, puedes estar seguro de que en su corazón hay ciertos principios que son el contenido de su fe y la fuerza impulsora de su obrar. Sin la fe y la creencia no hay posibilidad de una conducta recta.
Una fe especial en la persona, obra y ministerio de nuestro Señor Jesucristo es esencial en el carácter del soldado cristiano. Por la fe el creyente puede ver a un Salvador invisible que le amó y se dio a sí mismo por él, a un Salvador que pagó sus deudas, llevó sus pecados y transgresiones, y que, resucitado, se sienta a la diestra del Padre para interceder y abogar por él. El soldado cristiano ve a Jesús y se adhiere fuertemente a Él; viendo al Salvador y confiando en Él, experimenta paz y esperanza y está dispuesto a hacer frente a los enemigos de su alma.
El soldado cristiano ve sus propios pecados, su débil corazón, un mundo lleno de tentación, un diablo que trabaja sin cesar, y si el creyente mira solamente esto, tendría razones más que suficientes para desmayar. Pero también ve a un Salvador todopoderoso, a un Salvador que intercede por él, a un Salvador que simpatiza con él; el soldado cristiano ve la sangre de Cristo, su justicia, su sacerdocio eterno, y cree que todo esto es para él. Ve a Jesús y pone en Él toda su confianza; viéndole lucha con ánimo y con plena confianza de que a través de Él será «más que vencedor» (Romanos 8:37).
Una fe viva en la presencia de Cristo y en su ayuda constituye el secreto de una contienda victoriosa. No olvidemos que la fe admite grados. No todas las personas tienen igual medida de fe y aún la misma persona tiene sus altos y sus bajos en ella. De acuerdo con su grado de fe, el cristiano lucha bien o mal, gana victorias o sufre caídas ocasionales. Aquel que tiene más fe será el soldado más seguro y más feliz. La certeza y persuasión de que el amor y protección de Cristo están sobre el creyente, hace que la lucha cristiana sea más llevadera. La confianza de que Cristo está a su lado, de modo que el éxito es seguro, proporciona al creyente nuevas fuerzas para soportar la fatiga de la vigilancia, el esfuerzo y la lucha contra el pecado. La fe es «el escudo» que hace «apagar todos los dardos de fuego del enemigo». Es el hombre que puede decir: «Yo sé en quién he creído», el que en la hora del sufrimiento podrá decir: «No me avergüenzo». La persona que escribió aquellas resplandecientes palabras: «No desmayamos … Porque esta leve tribulación momentánea produce en nosotros un cada vez más excelente y eterno peso de gloria «, fue la misma persona que escribió: «Vivo en la fe del Hijo de Dios». «Por el cual el mundo me es crucificado a mí, y yo al mundo». Es el mismo hombre que dijo «Para mí el vivir es Cristo» quien en la misma epístola dijo: «He aprendido a contentarme con lo que tengo». «Todo lo puedo en Cristo que me fortalece». ¡A más fe, más victoria! ¡A más fe, más paz interior! (Efesios 6:16; II Timoteo 1:12; II Corintios 4:17-18; Gálatas 2:20; 6:14; Filipenses 1:21; 4:11, 13).
Creo que es imposible evaluar en exceso la importancia de la fe. ¡Con razón podía el apóstol Pedro llamarla «preciosa»! (II Pedro 1 :1). El tiempo me faltaría con solo intentar narraros la centésima parte de las victorias que por la fe los soldados cristianos han obtenido. Tomemos nuestras Biblias y leamos con atención el capítulo once de la Epístola a los Hebreos. Notemos la gran lista de héroes de la fe que en el mismo se menciona: desde Abel hasta Moisés, y eso aún antes de que Cristo viniera al mundo y trajera por el evangelio la vida y la inmortalidad a plena luz. Démonos cuenta de las batallas que ganaron sobre el mundo, la carne y el diablo y recordemos que todo se debió a su fe. Todos estos hombres miraron hacia el futuro al Mesías prometido y vieron a Aquel que es invisible. «Por la fe alcanzaron testimonio los antiguos» (Hebreos 11:1-27).
Volvamos nuestra atención a las páginas de la Historia de la Iglesia Primitiva y veamos como los cristianos se mantuvieron fieles al evangelio aún ante la muerte. En los primeros siglos hubo un sinfín de hombres y mujeres que, como Policarpo e Ignacio, estaban dispuestos a morir antes que negar a Cristo. Ni las multas, ni las prisiones, ni las torturas, ni el fuego, ni la espada, nada pudo apagar el espíritu del noble ejército de los mártires. Todo el poder de la Roma Imperial resultó impotente para hacer desaparecer aquella religión que empezó con unos pocos pescadores y publicanos en Palestina. Y recordemos que el poderío de la Iglesia provenía de una fe firme en un Jesús invisible. Por la fe obtuvieron la victoria.
Examinemos la historia de la Reforma Protestante. Estudiemos la vida de sus héroes: Wicleff y Huss, Lutero y Calvino, Knox y Latimer y otros tantos. Démonos cuenta de qué manera estos intrépidos soldados de Cristo se mantuvieron firmes contra las huestes enemigas, y cómo por sus principios evangélicos estaban dispuestos a morir. ¡Cuantas batallas libraron! ¡Cuantas controversias mantuvieron! ¡A qué terrible oposición tuvieron que hacer frente! ¡Qué tenacidad de propósito exhibieron en contra de un mundo armado! Y recordemos que fue su fe en un Jesús invisible el secreto de sus fuerzas. Por la fe vencieron.
Consideremos el caso de aquellos hombres que en los últimos cien años han dejado huellas más profundas en la Historia de la Iglesia. Démonos cuenta de qué manera hombres como Wesley, Whitefield, Veen y Romaine, se mantuvieron solos en su día y en su generación, y reavivaron el Evangelio en Inglaterra en medio de la oposición, calumnia y persecución de la mayor parte de los que profesaban ser cristianos. Notemos de qué manera hombres como William Wilberfoce y Havelock y Hedley Vicars han dado testimonio por Cristo en situaciones sumamente difíciles y levantado el estandarte de la verdad aún en la Cámara de los Comunes. Notemos que estos hombres nunca fluctuaron y que con su conducta fiel al Evangelio ganaron incluso el respeto de sus enemigos. Y recordemos que la clave de su carácter era una fe firme en un Cristo invisible. Vivieron por la fe, anduvieron por la fe, se mantuvieron firmes por la fe y vencieron por la fe.
¿Deseáis vivir la vida del soldado cristiano? Orad, pues, por el don de la fe. La fe es un don de Dios, pero aquellos que oran para obtener este don nunca orarán en vano. La fe es el primer paso hacia el cielo. Todo aquel que desee pelear la buena batalla con éxito y victoria, debe orar para tener un aumento continuo de su fe. Debe estrechar más y más su comunión con Cristo, y su oración debe ser como la de los discípulos cuando decían: «Señor, auméntanos la fe» (Lucas 17:5). ¡Oh! qué celosa vigilancia deberíamos ejercer sobre nuestra fe. Y es que la fe es la ciudadela del carácter cristiano, y de ella depende la seguridad de toda la fortaleza. Y es, al mismo tiempo, el punto favorito de los asaltos de Satanás. Si consigue destronarla de nuestro corazón, todo caerá en sus manos. Por amor a nuestras almas y destino eterno debemos estar en guardia continuamente y defender la ciudadela de la fe.
—
Extracto del libro: «El secreto de la vida cristiana» de J.C. Ryle