«Escudriñad las Escrituras» «¿Cómo lees?» (Juan 5:39; Lucas 10:26).
Las doctrinas de la Biblia volvieron el mundo al revés en tiempos apostólicos. Hace apenas veinte siglos que Dios envió a un puñado de judíos para realizar una tarea que, según la mente humana, estaba condenada al fracaso. Fueron enviados en un tiempo cuando todo el mundo estaba lleno de superstición, crueldad y pecado. Estos hombres debían anunciar al mundo que las religiones humanas eran falsas y tenían que ser abandonadas; su misión era la de luchar contra la grosera idolatría reinante, contra el pecado y la inmoralidad del momento; contra los intereses creados y las viejas asociaciones; contra un clan sacerdotal fanático y las sonrisas irónicas de los filósofos; contra una población ignorante y regida por emperadores sanguinarios; ¡contra la misma Roma Imperial! ¡Ninguna misión, ninguna tarea hubiera parecido más quijotesca que la de pretender cambiar todo ese estado de cosas! ¡Ninguna misión hubiera contado con más posibilidades de fracaso que la que emprendieron ese reducido número de judíos hace veinte siglos!
¿Y cómo los armó Dios para esta batalla? No les dio armas carnales; no les concedió poder terrenal para llevar a la gente al asentimiento de sus palabras, ni dinero para ganar adeptos. Lo que hizo Dios fue, simplemente, poner el Espíritu Santo en sus corazones y las Escrituras en sus manos. Ellos tenían que exponer, explicar y proclamar las doctrinas de la Biblia. El predicador cristiano del Siglo primero no llevaba espada ni dirigía un ejército, como hiciera Mahoma, ni sugestionaba a la gente con el sensualismo de las religiones entonces tan en boga. ¡No! el predicador cristiano era un hombre santo, con el mensaje de un libro santo. ¡Y de qué manera progresó y triunfó la obra de estos hombres del Libro Santo! En pocas generaciones, y por las doctrinas del mismo Libro, fue cambiada completamente la faz de la sociedad antigua. Vaciaron los templos de dioses paganos; asestaron un golpe fatal a la idolatría y dieron al mundo una moralidad verdadera, una ética real para la sociedad; elevaron el carácter y la posición de la mujer, alteraron el código de la moralidad y pusieron fin a muchas de las crueles costumbres y deportes de aquel tiempo.
Nadie ni nada podía oponerse al cambio. La persecución y otras formas de oposición resultaron inútiles. Iban de victoria en victoria y a su paso las malas prácticas se desvanecían. Les gustara o no a los hombres, la corriente avasalladora del Evangelio seguía su curso y aumentaba su influencia. Los cimientos de la tierra se conmovieron y sus viejos refugios se derrumbaron. El árbol del cristianismo crecía y se desarrollaba; las cadenas que en torno al mismo se lanzaron para ahogar su desarrollo, no pudieron resistir la fuerza del árbol de la fe; cedieron como si hubieran sido de estopa. Todo esto se consiguió por las doctrinas de la Biblia. ¡Qué pálidas resultan las victorias de César, Alejandro y Napoleón, al compararlas con todas estas victorias del cristianismo!
Fue este Libro el que en tiempos de la Reforma Protestante cambió Europa. En la Edad Media, una densa nube de superstición y error cubría y ensombrecía la Iglesia cristiana. De haber resucitado alguno de los Apóstoles hubiera creído que el mundo se había sumergido de nuevo en el paganismo; tan grande era el cambio. Las doctrinas del Evangelio yacían enterradas bajo una densa masa de tradiciones humanas. Las prácticas idólatras eran comunes y la clase sacerdotal se había interpuesto entre el hombre y Dios. ¿Cómo llegó a desaparecer esta miserable oscuridad? A través de la Biblia.
En Alemania Dios se sirvió de la traducción de la Biblia hecha por Martín Lutero. En Inglaterra, las semillas del renacer evangélico fueron sembradas por Wycliff al traducir las Escrituras. Y lo mismo sucedió en otros países de Europa. Sin la Biblia, al morir los reformadores hubiera también muerto la Reforma. A través de la lectura de la Biblia los ojos de la gente se abrieron a las verdades del Evangelio, y gradualmente la levadura de la verdadera fe fue transformando Europa. El amor a la pureza del Evangelio retornó de nuevo en millones de corazones. Fueron inútiles las amenazas y las excomuniones; fracasaron las cruzadas políticas, y la fuerza de la espada. Era demasiado tarde; la gente sabía demasiado; habían visto la luz; habían oído las buenas nuevas; habían bebido de las fuentes de la verdad. Los rayos del Sol de Justicia brillaban en sus mentes y en sus corazones; las escamas habían caído de sus ojos. La Biblia había obrado en sus corazones; el pueblo no quería regresar a Egipto. La Biblia había triunfado de nuevo. ¿Y qué son las revoluciones políticas de cualquier nación, comparadas con la revolución espiritual obrada repetidas veces por la Biblia?
Este es el Libro del cual ha dependido el bienestar y el progreso de toda nación. En la proporción en que se honra la Biblia se encontrará la luz o las tinieblas, moralidad o inmoralidad, evangelio o superstición. Abramos las páginas de la historia, y nos convenceremos de este hecho. Leamos lo que sucedía en Israel bajo el gobierno de los reyes. ¡De qué modo prevalecía la iniquidad! Pero no es de extrañar. La ley de Dios había sido completamente abandonada; fue en tiempos del rey Josías que en un rincón del templo se encontró tirado el libro de la ley. La lectura sobre el estado de cosas en tiempos del Señor Jesús tampoco era animadora. ¡Qué terrible cuadro nos ofrecen los escribas y fariseos! La Escritura fue invalidada como resultado de las tradiciones humanas (Mateo 15:6). Y lo mismo sucedió a la Iglesia en la Edad Media. ¡Qué tristes son los relatos que de la superstición y la ignorancia de aquellos tiempos han llegado hasta nosotros! Pero esto no nos ha de extrañar: si no se tiene la luz de la Biblia, por necesidad los tiempos han de ser oscuros.
Este es el Libro gracias al cual el mundo civilizado disfruta de tantas instituciones y organizaciones dignas de alabanza. Pocas personas parecen darse cuenta del sinfín de cosas buenas que son de beneficio público y que se originaron y tuvieron sus raíces en la Biblia. Las mejores leyes sociales son de inspiración bíblica. Las normas más elevadas y más puras de moralidad, las legislaciones matrimoniales y familiares más perfectas, todo esto se fundamenta en la revelación bíblica. A la influencia de la Biblia se debe directa o indirectamente toda institución caritativa y humanitaria. Antes de que la levadura del Evangelio empezara a obrar en el mundo, se hacía poco o casi nada para el socorro o cuidado de los enfermos, de los pobres, de los ancianos, de los huérfanos, los ciegos, los enfermos mentales, etcétera. Por más que escudriñemos los anales de la antigua Atenas y de la Roma Imperial, no llegaremos a encontrar instituciones y ayudas semejantes. ¡Cuántas personas que desprecian la Biblia son ciegas a la influencia impactante que sobre las leyes e instituciones de nuestro tiempo ha ejercido y ejerce dicho Libro! ¡Cuántas personas que disfrutan del cuidado y asistencia de un hospital -para citar un solo ejemplo- desprecian la Biblia y no se dan cuenta de que es gracias a la influencia de este Libro que ahora gozan de tales cuidados y privilegios! De no haber sido por la Biblia, quizá hubieran muerto abandonados, sin el cuidado y afecto de unas manos caritativas. Nuestro mundo es terriblemente inconsciente de sus deudas de gratitud. En aquel gran día del juicio, llegará la gente a saber los beneficios y la influencia incalculable e inestimable que ha ejercido la Biblia.
Es sobre este Libro tan maravilloso sobre el que te hablo en este escrito. Y podrás comprender, que tu actitud con respecto a la Biblia es algo que tiene importancia. Te ruego que con honestidad contestes a esta pregunta: ¿Qué estás haciendo con la Biblia? ¿La lees? Y si la lees, ¿CÓMO LA LEES?
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Extracto del libro: «El secreto de la vida cristiana» de J.C. Ryle