«Escudriñad las Escrituras» «¿Cómo lees?» (Juan 5:39; Lucas 10:26).
La Biblia no pretende enseñar la sabiduría de este mundo. No fue escrita para explicar geología o astronomía, ni para instruir en matemáticas o filosofía natural. La Biblia no hará de ti un médico, un abogado o un ingeniero. Pero hay otro mundo. Además de trabajar y ganar dinero, el hombre fue creado para alcanzar otros fines, otras metas. Hay otros intereses y otras necesidades que deberían ocupar nuestra vida; por encima de las necesidades del cuerpo están las necesidades del alma. Son los intereses de nuestra alma inmortal por los cuales se preocupa la Biblia. Para saber las leyes de abogacía, puedes recurrir a los libros de Suárez: para informarte y aprender de anatomía puedes recurrir al Testut. Pero si deseas saber cómo puedes salvar tu alma, debes estudiar la Palabra de Dios, la Biblia.
Las Sagradas Escrituras «te pueden hacer sabio para la salvación por la fe que es en Cristo Jesús» (ll Timoteo 3:15). En sus páginas se muestra el camino al cielo; en ellas se contiene todo lo que tú debes saber, creer y hacer. Puede mostrarte lo que tú eres: un pecador; puede mostrarte lo que Dios es: Santo; puede mostrarte a Aquel que es el dador de la paz, de la gracia y del perdón: Jesucristo. He leído de cierto inglés que una vez visitó Escocia en los días de Blair, Rutherford y Dickson – tres famosos predicadores – y que les oyó predicar por ese orden. Del primero dijo que le había mostrado la majestad de Dios; del segundo, que le había mostrado la hermosura de Cristo; y del tercero que le había descubierto su propio corazón. Aquí se encuentra la gloria y belleza de la Biblia y en estos tres puntos se resumen las enseñanzas que con más o menos fulgor se contienen desde el primer capítulo hasta el último.
La Biblia, al ser aplicada al corazón por el Espíritu Santo, es el sublime instrumento usado para la conversión de las almas. Este cambio tan poderoso al que llamamos conversión, por lo general empieza con la impresión que algún versículo o doctrina de la Biblia ejerce sobre la conciencia. Miles y miles de personas se han convertido de esta manera; fue así como las cosas viejas pasaron y todas fueron hechas nuevas; fue así como los amantes de los placeres se convirtieron en amantes de Dios. A través de la Biblia, los afectos y deseos del corazón en vez de ir hacia abajo, se cambian hacia arriba. A través de la Biblia, hombres y mujeres que primeramente pensaban en las cosas del mundo y de la tierra, han pasado a pensar en las cosas celestiales y en vez de andar por vista, anduvieron por fe. ¿Qué son los milagros de la iglesia de Roma, aceptando que sean verdaderos, en comparación con todo esto? Estos son los verdaderos milagros que año tras año la Biblia viene obrando en miles y miles de corazones.
La Biblia, al ser aplicada al corazón por el Espíritu Santo, viene a ser el medio principal por el cual los creyentes crecen y se fortalecen en la fe, después de su conversión. La Palabra de Dios los purifica, santifica, instruye y capacita para toda buena obra (Salmo 119:9; Juan 17:17; Timoteo 3:15-17). Para conseguir todas estas cosas, el medio principal que usa el Espíritu es la Palabra, ya sea oída o leída. La Biblia muestra al creyente la manera de agradar a Dios, la manera de glorificar a Cristo en todas las cosas y en todas las relaciones sociales. Por la Palabra el creyente puede sobrellevar las aflicciones y las privaciones, dirigir sus ojos a la tumba y decir: «No temeré mal alguno» (Salmo 23:4). La persona que tiene la Biblia y el Espíritu Santo en su corazón tiene todo lo necesario para ser sabia espiritualmente. No necesita de tradiciones antiguas, ni de los llamados Padres de la Iglesia, ni de la «voz de la Iglesia», para ser guiado a toda verdad. Delante de él está el pozo de la verdad, ¿y qué más puede desear? Aunque esté abandonado en alguna isla desierta o encerrado en alguna prisión, aunque no pueda asistir a ninguna iglesia ni hablar con ningún pastor, si tiene la Biblia, tiene un guía infalible para su alma. Ni en los concilios ni en la Iglesia con sus ministros está la verdadera infalibilidad; sino que se encuentra solamente en la Biblia.
Ya sé que hay personas que dicen que no han encontrado poder salvador en la Biblia. Nos dicen que han tratado de leerla, pero que no han entendido nada ni han experimentado ese poder que los evangélicos afirman proviene de la Biblia. No puede negarse que la Biblia contiene cosas profundas y difíciles, pero es que si no fuera así no sería el libro de Dios. Sí, es cierto, hay cosas difíciles, pero difíciles porque nuestra mente no puede abarcarlas. Algunas de las cosas que contiene la Biblia van más allá de los poderes de nuestra razón, de nuestra mente débil y limitada, de ahí que no las entendamos. ¿Pero no constituye el reconocimiento de nuestra ignorancia, la piedra angular de todo conocimiento? Para desarrollar una ciencia, ¿no debemos, primeramente, aceptar como verdaderas ciertas presuposiciones? El significado de muchas de las cosas que enseñamos a nuestros hijos, ¿no lo aprenderán más tarde? ¿Por qué, pues, debe sorprendernos el encontrar cosas profundas y difíciles de entender cuando empezamos a estudiar la Palabra de Dios? ¿Por qué no perseveramos en el estudio y confiamos en que un día la luz caerá sobre estas cosas difíciles? Esto es lo que debemos creer y lo que hemos de esperar. Debemos leer la Palabra con humildad, creyendo que lo que ahora no sabemos lo sabremos algún día, quizás en este mundo, quizás en el venidero, pero lo sabremos.
Pero a la persona que ha abandonado la lectura de la Biblia simplemente porque ha encontrado cosas profundas, debe preguntársele si no ha encontrado también muchas cosas sencillas y fáciles de entender. ¿Acaso no se muestran con diáfana sencillez las cosas necesarias para la salvación? ¿Qué pensaríamos de un capitán que en medio de la noche dirigiera su barco hacia el Canal de la Mancha, y dijera que no podía encontrar el estuario del Támesis para ir a Londres? ¿No le tildaríamos de holgazán y cobarde? Sus objeciones carecerían de fundamento, porque las innumerables luces y faros a lo largo de la costa y a la entrada del estuario hacen que la entrada al río sea fácil. ¿Por qué no se guía por estas luces? Y lo mismo debemos decir a cualquier persona que abandona la lectura de la Biblia por el hecho de que ésta contenga cosas profundas. ¿Por qué dejarla? ¿No brillan con todo su fulgor las luces que nos muestran nuestro estado espiritual y el camino al cielo y el camino para servir a Dios? Debemos decir a esta persona que sus objeciones no son más que excusas perezosas que no merecen ni ser oídas.
Muchos levantan la objeción de que hay muchas personas que leen la Biblia, pero no por ello son, en lo más mínimo, mejores que las otras. «En este caso» -nos preguntan-, «¿dónde está aquel poder de la Biblia del que tanto se habla?»
La razón por la cual tantas personas leen la Biblia sin provecho espiritual alguno, es simple: no la leen detenidamente. Por lo general las cosas en el mundo se pueden hacer de dos maneras: bien o mal; y lo mismo sucede con la lectura de la Biblia. A menos que sea con humildad y oración sincera, de poco provecho espiritual nos será. El mejor reloj de sol que se pueda construir, de nada nos serviría si fuéramos tan ignorantes como para ponerlo en la sombra. Si la lectura de la Biblia no aprovecha a ciertas personas, la culpa no es de la Biblia, sino de éstas. El abuso de una cosa no constituye argumento alguno en contra del uso de la misma.
Tal como hicieron los de Berea y el eunuco etíope, la Biblia ha de leerse con perseverancia y humildad (Hechos 8:28; 17:11). En el día del juicio ningún alma podrá levantarse y decir que con sed escudriñó la Biblia y no encontró en sus páginas el agua viva con que saciarla. Todo aquel que escudriña la Escritura, encuentra el manantial de vida. Las palabras de la Sabiduría, en el libro de Proverbios, son bien ciertas con referencia a la Biblia: «Si clamares a la inteligencia y a la prudencia dieres tu voz; si como a la plata la buscares y la escudriñares como a tesoros; entonces entenderás el temor de Jehová y hallarás el conocimiento de Dios.” (Proverbios 2:3-5.)
Es sobre este maravilloso Libro sobre el que estoy hablando al lector. No es algo sin importancia lo que tú haces con la Biblia. ¿Qué pensarías del hombre que, bajo una infección de cólera, despreciara la medicina que podía devolverle la salud al cuerpo? Pues lo mismo harías tú con tu alma si despreciaras la única medicina que puede proporcionar la vida eterna. Te ruego y te suplico que contestes con toda sinceridad a mi pregunta: ¿Qué estás haciendo con la Biblia? ¿La lees? Y si la lees, ¿CÓMO LA LEES?
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Extracto del libro: «El secreto de la vida cristiana» de J.C. Ryle