Por tanto, pruébese cada uno a sí mismo, y coma así de aquel pan, y beba de aquella copa. (l. Corintios 11:28.)
Los comulgantes que son dignos de la Cena son aquellos que conocen por experiencia lo que es el arrepentimiento hacia Dios, la fe en el Señor Jesús y el amor no fingido hacia el prójimo.
La ignorancia que reina sobre este particular, al igual que sobre los otros aspectos del tema, es abismal. Los principales gigantes que Juan Bunyan menciona en “El Progreso del Peregrino” como enemigos peligrosos del cristiano son dos: “Papa” y “Pagano.” Yo estoy seguro de que si el viejo puritano hubiera tenido una visión de nuestro tiempo, nos hubiera hablado también del gigante “Ignorancia.” Empezaré diciéndoos quienes no deben participar de la Cena del Señor.
No es lícito invitar a todos los que han sido bautizados a que participen de la Cena del Señor. Esta ordenanza no obra como una medicina, independientemente del estado de mente y corazón de aquellos que la reciben. La manera de proceder de aquellos que instan a sus congregaciones respectivas para que vengan a la mesa del Señor como si el mero hecho de venir redundara en beneficio de sus almas, carece por completo de sanción bíblica y será en detrimento espiritual para las tales. La ignorancia nunca puede dar lugar a un “culto racional”, y todo miembro comulgante que acude a la mesa del Señor ignorando el significado de la ordenanza ocupa un lugar que no le corresponde. “Pruébese cada uno a sí mismo, y coma así de aquel pan, y beba de aquella copa.” Es requisito esencial e imprescindible para todos aquellos que se acercan a la Mesa poder “discernir el cuerpo del Señor”, o, en otras palabras, comprender el significado del pan y del vino, saber por qué fueron instituidos y el beneficio que se deriva de recordar la muerte de Cristo. “Dios manda a todos los hombres en todo lugar, que se arrepientan” (Hechos 17:30); pero este mandamiento no fue dado con referencia a la participación de todo hombre en la Santa Cena. ¡Ciertamente, no! No podemos participar de la Santa Cena de una manera liviana y desordenada. Es una ordenanza solemne y como tal requiere una participación solemne por nuestra parte.
Aquellos que viven en pecado y persisten en el pecado, no pueden participar de la Cena del Señor. Tal proceder constituiría un insulto a Cristo y un desprecio al Evangelio. Sería, además, un absurdo. ¿Cómo puede uno desear la participación de la Cena y recordar la muerte de Cristo y al mismo tiempo amar el pecado que clavó al Salvador en la cruz? El mero hecho de que una persona viva continuamente en pecado es, de por sí, evidencia de que no ama a Cristo y de que no experimenta gratitud por la redención. Mientras se viva en el pecado y se ame el pecado, no se puede participar de la Cena; y de participarse, se añade pecado sobre pecado. Si a la Mesa del Señor llevamos con nosotros el pecado del cual no nos hemos arrepentido, y participamos de los elementos sabiendo en nuestros corazones que todavía somos amigos de la iniquidad, entonces nos hacemos reos de una terrible condenación; y con ello damos pie a que se endurezca nuestra conciencia. Si una persona ama su pecado y no quiere abandonarlo, que haga todo menos participar de la Cena del Señor; pues el que “come y bebe indignamente, juicio como y bebe para sí.”
Aquellos que confían en su propia justicia y creen que pueden salvarse con sus propias obras, no tienen suerte ni parte en la Cena del Señor. De todas las personas, éstas son las menos calificadas para acercarse a la mesa. Por correcta, moral y respetable que sea su manera de vivir, debemos repetirlo: mientras confíen en sus obras no tienen derecho a participar de la Cena del Señor. Y es que precisamente en la Cena del Señor confesamos públicamente que no tenemos justicia ni merecimientos propios, y que toda nuestra esperanza de salvación se halla en Cristo. Públicamente confesamos nuestra culpabilidad, corrupción y pecado, y que por naturaleza merecemos la ira de Dios y la condenación. Confesamos públicamente los méritos de Cristo y no los nuestros; la justicia de Cristo y no la nuestra, el fundamento por el cual somos aceptados delante de Dios. ¿Cómo pueden, pues, aquellos que confían en su propia justicia, participar de la Cena del Señor?
La Cena del Señor no es para las almas muertas, sino para las que viven. Los que tienen en poco la salvación, los que aman el pecado y viven en el pecado y los que confían en su justicia, no están calificados para participar de la Cena del Señor; están muertos espiritualmente. Para gozar de un manjar espiritual, nuestro apetito y nuestro gusto ha de ser espiritual. Suponer que la Cena del Señor puede hacer bien a una persona que espiritualmente está muerta, sería lo mismo que poner pan y vino en la boca de un muerto. La Santa Cena no es una institución que justifica o salva. Si una persona inconversa participa de la Cena, continuará inconversa al abandonar la mesa.
¿Quiénes son, pues, los que verdaderamente pueden y deben participar de la Cena del Señor? ¿Quiénes son los verdaderos comulgantes? Todos aquellos que muestren en sus vidas estas tres características: arrepentimiento, fe y caridad. Todo hombre que verdaderamente se ha arrepentido de su pecado y ahora odia el pecado, que ha puesto su confianza en Jesús como su única esperanza de salvación y que vive una vida de caridad hacia el prójimo, puede participar de la Cena del Señor; las Sagradas Escrituras lo amparan; el Señor de la fiesta se complace en su presencia y participación en el banquete espiritual.
¿Que tu arrepentimiento todavía es imperfecto? No te aflijas, ¿es real? Esto es lo importante. Tu fe en Cristo quizá sea débil, pero, ¿es real? Tanto el penique como la libra esterlina forman parte verdadera del sistema monetario inglés, y es que tanto el uno como el otro llevan la efigie de la Reina. Tu caridad puede ser muy defectuosa en cantidad y en calidad. No te aflijas, ¿es real? El verdadero examen cristiano depende más de la calidad y lo genuino de la gracia que se posee, que de la cantidad de gracia que se disfruta. Y en última instancia, la cuestión vital es la de si se posee o no gracia sobrenatural. Los doce primeros comulgantes a los que Cristo dio la Santa Cena, eran débiles: débiles en conocimiento, débiles en fe, débiles en valor, débiles en paciencia, débiles en amor. Pero once de estos comulgantes tenían algo que los elevaba sobre todos estos defectos: su profesión era real, genuina, sincera y verdadera.
Que nunca se borre de tu mente este principio: los comulgantes que son dignos de la Cena son aquellos que conocen por experiencia lo que es el arrepentimiento hacia Dios, la fe en el Señor Jesús y el amor no fingido hacia el prójimo. ¿Eres tú este hombre? Entonces puedes acercarte a la Mesa y participar confiadamente de esta ordenanza.
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Extracto del libro: «El secreto de la vida cristiana» de J.C. Ryle