En BOLETÍN SEMANAL
​El mayor estimulante: Lo que el alcohol produce es esto: anula los centros superiores y de esa manera los elementos más primitivos del cerebro salen a la superficie y se apoderan del control. Es un sedante. Esto es exactamente lo opuesto a estar lleno del Espíritu; lo que la obra del Espíritu hace realmente es estimular. 

La vida cristiana en contraste con la vida de ebriedad y disolución, no agota al hombre. Esa es la tragedia de aquella otra vida.  El pobre borracho se cree estimulado; en realidad se está agotando debido a su uso pródigo de energías y de todo lo demás. Pero la vida cristiana no produce ese agotamiento; produce precisamente lo opuesto, a Dios gracias.

 
Ahora,  permítanme poner esto de forma positiva. El cristianismo estimula, el cristianismo alboroza, el cristianismo encanta. Eso es lo que Pablo está diciendo con: ‘No os embriaguéis con vino, en lo cual hay disolución’. Si buscas un poco de encanto o estímulo o alborozo, no vayas a beber, sino que ‘en cambio, sé llenos del Espíritu’ y entonces tendrás todo eso y mucho más. Esta es la tremenda idea tan característica de la enseñanza del Nuevo Testamento. El vino, es decir el alcohol, conforme a lo que ya os he recordado y, desde el punto de vista farmacológico, no es un estimulante, sino un sedante. Véase cualquier libro sobre farmacología y busca el tema ‘Alcohol’ y en todos los casos lo encontrarás clasificado entre los medios causantes de depresión. No es un estimulante. «Muy bien», dices, «¿entonces por qué bebe alcohol la gente cuando buscan un estimulante?».  Lo que el alcohol causa es esto: anula los centros superiores y de esa manera los elementos más primitivos del cerebro salen a la superficie y se apoderan del control. Y por un tiempo el hombre se siente mejor. Ahora ha perdido su sentido del temor, ha perdido su vergüenza y ha perdido su capacidad de análisis. El alcohol simplemente anula sus centros superiores dejando en libertad lo instintivo, los elementos primitivos; sin embargo, el hombre cree haber sido estimulado. Pero lo que en realidad ha ocurrido es que se ha convertido más bien en un animal; su control sobre sí mismo ha disminuido.
 
Esto es exactamente lo opuesto a estar lleno del Espíritu; lo que la obra del Espíritu hace realmente es estimular. Si se pudiera poner al Espíritu en un libro de texto de farmacología, yo lo pondría entre los estimulantes, porque ese es el lugar que le pertenece. Realmente el Espíritu estimula; no solamente lo hace en apariencia tal como el alcohol, engañando y decepcionándo. El Espíritu Santo es un estimulante activo, positivo y real.

¿Y qué es lo que estimula? El Espíritu estimula cada una de nuestras facultades. Estimula la mente y el intelecto. Es muy fácil probarlo. La historia demuestra que un avivamiento espiritual siempre es seguido por un deseo de mayor educación. Esto ocurrió con la Reforma, también ocurrió después del avivamiento puritano, ocurrió de una forma mucho más llamativa después del avivamiento evangélico hace doscientos años. Aquellos mineros acosados y ebrios, y otra gente del interior y del norte alrededor de Bristol, de pronto fueron convertidos por el poder del Espíritu Santo y entonces comenzaron a clamar para tener escuelas porque querían saber leer. El Espíritu Santo estimula la mente. Él es un estímulo directo a la mente y al intelecto. En realidad es Él quien despierta nuestras facultades y las desarrolla. Su efecto no es similar al del alcohol y de otras drogas. Su efecto es exactamente lo opuesto al de aquellos; es un verdadero estimulante.

Pero no sólo estimula el intelecto, también estimula el corazón. El Espíritu mueve el corazón. Y no hay nada que pueda mover el corazón hasta sus mismas profundidades tanto como el Espíritu Santo. El alcohol no mueve el corazón. Lo que el alcohol hace, repito, es liberar los elementos instintivos de la personalidad; y el hombre lo confunde con los sentimientos. Es un efecto hueco, es un síntoma superficial. Bajo su efecto el hombre realmente no es responsable de sus acciones, y después se lamenta por la generosidad que ha mostrado mientras estaba ebrio. El efecto no le ha tocado absolutamente el corazón; simplemente ha eliminado sus controles superiores. Momentáneamente parecía ser tan generoso; pero al día siguiente se lamenta de ello y desea poder revertir su conducta. El corazón no ha sido movido. Pero aquí hay algo que mueve el corazón, que lo agranda y que lo abre. Y lo mismo hace con la voluntad. La bebida, por supuesto, paraliza la voluntad dejando inerme al hombre. «Mírenlo», decimos nosotros, «irremediablemente borracho, incapacitado». Pero la influencia del Espíritu Santo es algo que mueve y estimula la voluntad.
 
Los cristianos de todos los tiempos concuerdan en que la nueva vida que han recibido fue el mayor estímulo que pudieran imaginarse. Esa vida los conduce siempre hacia algo nuevo, siempre hacia algo más grande. ¿Puedo contaros mi testimonio personal en este sentido? Podéis haber pensado que, tal vez, un hombre que ha predicado en el mismo púlpito durante veinte años ya ha comenzado a agotar el tema de la Biblia, o que el trabajo haya dejado de estimularlo. Por el contrario, siento que apenas estoy comenzando. Es una tarea cada vez más maravillosa. ¡Semana tras semana me encanta más! ¡A veces desearía que hubiese dos domingos o más en la semana! Es muy extraordinario; la riqueza,  la profundidad y la grandeza de esto es tal que me parece haber estado sólo en las antecámaras, y que en el interior se hallan los grandes tesoros. He podido darles un vistazo y ahora deseo examinarlos. ¡Qué vida tan  estimulante, encantadora y regocijante es ésta! En ella uno se mueve constantemente, se mueve siempre hacia adelante, siempre asoma por nuevas esquinas y tiene visiones más nobles. Nunca habiendo oído de ésta, pronto allí hay otra muy superior y así continuamente. Cambiado de gloria en gloria, hasta ocupar en el cielo nuestro lugar; hasta depositar nuestras coronas ante Él, perdidos en asombro, amor y alabanza.
 
El cristiano es una persona cuya mente se amplía y cuyo corazón se mueve y agranda. El cristiano es una persona que desea hacer algo, desea hacer una contribución, desea extender el Reino de Dios hasta los confines de la tierra, quiere que otros también tengan parte en él. Es algo que afecta a la totalidad del hombre, su intelecto, sus emociones y voluntad. ¡Qué estímulo tan tremendo!
 
 
Extracto del libro: «Vida nueva en el Espíritu», de Martin Lloyd-Jones
 

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