Introduciremos esta verdad explicando dos cosas que la mortificación no significa:
1. Esto no significa que a condición de que los creyentes mortifiquen consistentemente el pecado, disfrutaran automáticamente de una vigorosa y confortable vida espiritual. Por ejemplo Hemán, autor del Salmo 88, fue un hombre que realmente caminó con Dios y sin embargo, casi nunca disfrutó de algún día de paz y consolación. Si Hemán, un siervo eminente de Dios, no disfrutó la paz y la consolación en su vida que normalmente trae una vida de mortificación del pecado, entonces debemos entender que Dios tuvo una razón para esto. Dios ha puesto a Hemán como un ejemplo para consolar a otros que se encuentren en una condición semejante. Aunque todos los creyentes deberían usar el medio de la mortificación del pecado para obtener la paz, deben percatarse de que solamente Dios puede concederles la verdadera paz y consolación. (Vea Isa. 57:18-19.)
2. Esto tampoco significa que la mortificación es la fuente principal a través de la cual Dios nos da una vida espiritual fuerte y confortable. La fuente principal que nos provee estas cosas son los privilegios de nuestra adopción o sea "el Espíritu dando testimonio a nuestro espíritu de que somos hijos de Dios" (Rom. 8: 16). Es el ministerio del Espíritu, asegurándonos nuestra adopción y justificación, lo que es la fuente principal de una vida espiritual fuerte y confortable.
Consideremos lo que esta verdad significa en sentido positivo:
En nuestra relación cotidiana con Dios y en su trato normal con nosotros, una vida espiritual fuerte y confortable depende en gran manera de nuestra consistente mortificación del pecado. Como regla general, la mortificación produce una vida espiritual fuerte y confortable. Las siguientes consideraciones nos ayudarán para comprobar este punto:
Solamente la mortificación impedirá que el pecado nos quite el vigor y el consuelo de nuestra vida espiritual. Cada pecado que no es mortificado, inevitablemente producirá dos cosas: Debilitará al alma y le quitará su fortaleza. Cuando David permitió que un deseo pecaminoso no mortificado permaneciera en su corazón, le dejó sin ninguna fuerza espiritual.
El dijo: «No hay sanidad en mi carne… no hay paz en mis huesos a causa de mi pecado… estoy debilitado y molido en gran manera…» (Sa1.38:3,8) Un deseo pecaminoso no mortificado secará el espíritu y toda la fuerza del alma, debilitándola así para todos los deberes:
1. Primero, inquieta el bienestar espiritual del corazón. Esto lo hace desviando el corazón de la condición espiritual que es necesaria para tener comunión vigorosa con Dios. Esta desviación es lograda a través de seducir el corazón con deseos mundanos, de modo que el amor del Padre mengüe.
2. Segundo, obra en la mente promoviendo pensamientos diseñados para animar la gratificación de los deseos pecaminosos. Tratará de exagerar los placeres del pecado y proporcionará razones por las cuales, los deseos pecaminosos deberían gratificarse.
3. Tercero, producirá pecados abiertos e impedirá el cumplimiento del deber. Esto lo hace apelando a los deseos pecaminosos particulares de cada persona. Por ejemplo, cuando un hombre ambicioso debería estar ocupado en la adoración de Dios, el pecado le conducirá a darle prioridad a su trabajo, en vez de dársela a la adoración de Dios.
Una explicación negativa: En el resto de este capítulo explicaremos cinco cosas las cuales la mortificación no significa, y en el próximo capítulo explicaremos tres cosas las cuales sí significa.
1. Mortificar un pecado no significa destruirlo completamente, ni erradicarlo definitivamente del corazón. Es cierto que esta es la meta de la mortificación, pero es una meta que no puede ser alcanzada en esta vida. Sin lugar a dudas, el creyente: puede esperar triunfos maravillosos sobre el pecado (por la ayuda del Espíritu y la gracia de Cristo), de tal manera que pueda experimentar una victoria casi constante sobre el pecado. Pero, no debe esperar la destrucción total, ni la erradicación definitiva del pecado en esta vida. Pablo nos asegura esto en Filipenses 3. Pablo conocía que a pesar de todos sus logros, aún no había alcanzado la perfección (vers.12). Este conocimiento no impedía que el continuara hacia el blanco, es decir, hacia «la perfección» (vers.13-l4), aunque él sabía que todavía tenía el «cuerpo de nuestra bajeza» (el cuerpo donde todavía mora el pecado), es decir el cuerpo que no sería transformado, ni glorificado hasta la segunda venida de Cristo (vea vers.21). Dios lo considera mejor así, que en nosotros mismos no estemos completos en nada, sino que en todas las cosas seamos completos en Cristo (Col.2: 1a).
2. Mortificar un pecado (aunque no es necesario decirlo) no significa tratar de disfrázalo. Tristemente debemos reconocer que una persona puede dejar en forma externa la práctica de muchos pecados, mientras que sigue deseando hacerlos. Otras personas pueden pensar que esa persona ha sido cambiada, pero tal persona solamente ha añadido a sus pecados anteriores, el horrible pecado de la hipocresía y así ha encontrado el camino más seguro que le conduce al infierno.
3. La mortificación del pecado no significa el cultivo de una naturaleza tranquila y quieta. Muchas personas tienen la bendición de poseer por naturaleza un temperamento agradable. Estas personas no se enojan fácilmente. Ahora bien, tales personas pueden cultivar y mejorar esta disposición, disciplinándole, meditando y actuando con prudencia, pueden dar a otros y a sí mismas la apariencia de ser muy espiritual. La tragedia de esto es que tales personas casi nunca son inquietadas por el enojo o la pasión; mientras que otras tienen que luchar contra estos pecados cada día. Entonces, sería absurdo decir que la primera clase de personas ha hecho más para mortificar el pecado, que las otras. Si la primera clase de personas se juzgara a sí misma fijándose en su egoísmo, su incredulidad, su envidia o algún otro pecado espiritual, esto le daría una mejor idea de su verdadera condición delante de Dios.
4. Un pecado no ha sido mortificado cuando simplemente ha sido desviado hacia otra dirección. En Hechos 8 Simón dejó la práctica de la magia por un tiempo, pero la codicia y la ambición que estaban detrás de su práctica permanecieron y se manifestaron de otra forma. A pesar de la apariencia de nueva vida en Simón (vers.13), él aún estaba «en hiel de amargura y en prisión de maldad» (vers.23). Cualquiera que sustituye el orgullo por la mundanalidad, o el legalismo por la sensualidad, no debería engañarse pensando que los pecados que han sido supuestamente abandonados, hayan sido realmente mortificados.
5. La conquista ocasional del pecado tampoco significa la mortificación. veamos dos ejemplos de esto:
a. Un pecado brota y trae el terror a la conciencia del escándalo y el temor de la desaprobación divina. Esto puede tener el efecto de despertar a la persona de su sueño espiritual y por un tiempo llenarle con aborrecimiento hacia ese pecado y ponerle en guardia contra él. Sin embargo, el pecado permanece como no mortificado. Este pecado es como un enemigo que se ha introducido secretamente en el campamento y ha asesinado a uno de los capitanes. De inmediato los guardias se ponen en alerta y buscan en todo el campamento para encontrar al enemigo. Pero el enemigo se esconde a sí mismo mientras que los guardias le buscan por todas partes. Por un tiempo pudiera parecer que el enemigo ha desaparecido, pero él está a salvo y esperando otra oportunidad para hacer lo mismo nuevamente.
b. En un tiempo de juicios providenciales, calamidades o aflicciones agobiantes, el corazón se preocupa por aliviarse de estas cosas. Una persona puede creer que tal alivio solo puede obtenerse tratando con su pecado, entonces se resuelve a abandonarlo. Sin embargo, el pecado es engañoso Y estará contento de permanecer quieto por algún tiempo y dar la apariencia de haber sido mortificado. Pero en realidad está muy lejos de haber sido mortificado y tarde o temprano saltará con vida otra vez. En el Salmo 78:32-37 hay una ilustración excelente de esto. Cuando estas personas se encontraron en problemas, rápidamente se volvieron al Señor. Esto lo hicieron con mucha solicitud y diligencia, pero su pecado no fue mortificado.
Por medio de estos y muchos otros caminos, las pobres almas pueden engañarse a sí mismas y pensar que han mortificado sus malos deseos, cuando en realidad sus pecados aún están vivos y están en espera de una ocasión oportuna para brotar y enturbiar su paz.
Extracto del libro: la mortificación del pecado, por John Owen