Como Dios es persona, es libre. La libertad es una característica de la personalidad. Una máquina no es libre ; el agua que fluye por el canal que ha sido construido para encauzarla no es libre ; una planta no es libre. Pero la persona es libre para actuar o no actuar, para actuar de un modo o de otro. Como Dios es una persona también es libre. En realidad, es libre hasta un grado que ninguna persona finita puede igualar.
Pero cuando decimos que Dios es libre es muy importante que entendamos exactamente qué queremos decir y qué .no queremos decir.
Queremos decir que sus acciones son muy inciertas, de tal modo que es siempre imposible estar seguro de antemano si actuará o no y de qué forma lo hará ? ¿ Queremos decir que su voluntad es una especie de balanza que se inclina hacia un lado o a otro sin razón alguna ? ¿ Queremos decir que no existe nada a lo que tengan que conformarse sus acciones o que las ate en algún modo?
Creo que con no mucha reflexión llegaremos a convencernos de que no podemos en modo alguno querer decir esto. Si hubiéramos querido decirlo nos veríamos obligados a afirmar que Dios podría violar el pacto que hizo con su pueblo o hacer cualquier otra bajeza semejante. Pero si hay algo cierto es que Dios nunca hará algo de este estilo. Me parece que no es un error afirmar que no puede hacer nada semejante.
¿ Por qué no puede hacer esta clase de acciones ? ¿ Por qué hay algo desde fuera que le impide hacerlas? ¿Por qué si las hace alguien en alguna parte discutirá sus acciones ? Ciertamente que no. Nada obliga a Dios ; es soberano absoluto ; puede hacer lo que quiera ; nadie puede decirle, «¿ Qué haces ?»
Con todo, es absolutamente cierto que, cuando hay que decidir entre una obra buena y una mala, El escojerá la buena y rechazará la mala. De hecho, ,nada hay más cierto que esto. En esta certeza se basan todas las demás certezas. Es absolutamente imposible que Dios haga algo malo.
¿Por qué es imposible? La respuesta es fácil. Le es imposible hacer algo malo porque sería contradecir su propia naturaleza. «Dios es un Espíritu infinito, eterno, inmutable, en su ser, sabiduría, poder, santidad, justicia, bondad y verdad.» Estos son sus atributos ; sin ellos no sería Dios; estos atributos condicionan todas sus acciones. Nunca, ni en la más insignificante acción que realice, se apartará ni un milímetro de esa norma perfecta que la perfección de su propia naturaleza establece.
Creo que esto es lo que quiso decir uno de mis maestros cuando afirmó, si recuerdo bien sus palabras, que Dios es el ser más constreñido que existe. Su propia naturaleza lo constriñe. Es infinito en su sabiduría ; por tanto nunca puede hacer algo que no sea sabio. Es infinito en su justicia; por tanto nunca puede hacer algo injusto. Es infinito en su bondad; por tanto nunca puede hacer algo no bueno. Es infinito en su verdad ; por tanto es imposible que mienta.
También las acciones del hombre están en cierto modo definidas. Nacen de su naturaleza. La experiencia no deja de enseñárnoslo. Pero la Biblia lo enseña todavía con mayor claridad. «No puede el buen árbol dar malos frutos, ni el árbol malo dar frutos buenos.» El hombre es libre para decidir en el sentido de que no hay nada externo que lo fuerce. Pero sus actos no son libres si por libertad entendemos libre de lo que su propio carácter determina.
Así ocurre también en el caso del Ser supremo, de la Persona suprema, Dios. Sus actos son libres en el sentido de que nada exterior a El los determina. Pero sí los determina su propia naturaleza. Siempre serán santos, justos y buenos, porque El es santo, justo y bueno.
En realidad, los actos de Dios dependen mucho más de su propia naturaleza que los del hombre de la suya. Las acciones del hombre nacen de su naturaleza. Sí, pero la naturaleza del hombre puede cambiar ; Dios puede cambiarla. Pero en el caso de Dios esta posibilidad está excluida ; Dios es infinito, eterno a inmutable. Nunca, nunca, nunca, por tanto nunca ni por la más inverosímil de las posibilidades puede realizar una acción que no sea santa, sabia, poderosa, justa, buena y verdadera.
Sus actos, por tanto, son más libres que los de las personas finitas porque nunca, ni directa ni indirectamente, nada exterior a la Persona misma puede determinarlos, lo cual sí es posible en el caso de las personas finitas ; y están más directamente determinados que los de las personas finitas porque nunca por ninguna posibilidad puede cambiarse la naturaleza de la Persona misma.
Así pues, es muy importante que caigamos en la cuenta de que la libertad de los actos de Dios no quiere decir que pueda haber alguna posibilidad de que no armonicen con la naturaleza de Dios.
Pero hay otra cosa que es importante que advirtamos en cuanto a lo que no significa que los actos de Dios sean libres. No quiere decir que sus actos no tengan un propósito ; no quiere decir que no dependan de los fines que Dios busca.
También en esto hallamos una analogía verdadera entre la libertad de Dios y la de las personas finitas. Tomemos la persona finita que mejor conocemos el hombre. ¿ Qué el hombre sea libre quiere decir que actúe independientemente de los motivos ? ¿ Quiere decir que cuando un hombre escoge hacer algo en vez de otra cosa nada lo determina ? Bien, algunos al parecer han creído que es así. Pero no cabe duda de que están equivocados. No cabe duda de que las acciones de una persona, precisamente porque son libres, y no anto¬jos sin sentido de la suerte ciega, están determinadas por motivos. Cuando alguien se halla en una encrucijada importante de la vida, sopesa los pros y los contras, y luego a la luz de este examen, de las ventajas de una decisión o de la otra, actúa. Esta acción de los motivos en determinar la actuación del hombre es precisamente lo que hace que dicha actuación sea verdaderamente personal y por ello la hace en el verdadero sentido de la palabra «libre.»
Si pues una persona finita, el hombre, en sus acciones verdaderamente personales, se ve determinado por los motivos, algo semejante es también verdad de la Persona infinita, Dios. Dios también busca ciertos fines cuando actúa. No hay que pensar que su voluntad estuviera oscilando a ciegas como en una especie de vacío, sin relación ninguna con su conocimiento y sabiduría infinitos. No, las decisiones de la voluntad de Dios están siempre no a veces, sino siempre determinadas por los fines que su conocimiento infinito y su sabiduría infinita colocan frente a El.
Negar esta idea de la voluntad negar, es decir, la idea de que las acciones verdaderamente personales no son las acciones de una voluntad sin freno, sino las de una voluntad determinada por motivos o fines se presenta a veces como si fuera beneficioso para la libertad. ¿Cómo puede ser una persona verdaderamente libre, dicen, si sus acciones dependen de algo que no sea su voluntad en el momento de tomar una decisión ? ¿ Cómo puede ser libre la persona si ,no puede obrar prescindiendo de los fines que busca?
Unas breves reflexiones nos mostrarán que lo cierto es precisamente lo contrario. Si la elección que un hombre hace no depende de los fines que busca, sino tan sólo de fluctuaciones sin sentido de su voluntad, entonces no depende más que del azar y el hombre se convierte en el simple juguete de algo exterior a sí mismo.
Esto es sobre todo evidente en el caso de la Persona suprema, Dios. Si las elecciones de Dios no dependieran siempre de los fines santos que busca, si su voluntad quisiera ahora una cosa mañana otra sin relación con Dada que no fuera su voluntad misma, vista como si fuera independiente de su conocimiento y sabiduría, entonces sus acciones sólo podrían considerarse como dependientes de un azar ciego y sin sentido ; y en este caso dejarían de ser acciones verdaderamente personales y Dios dejaría de ser Dios.
No, cuando pensamos en la voluntad debemos realmente basarnos en un sano determinismo. La voluntad del hombre no es libre en el sentido de que actúe independientemente de los sentimientos y del entendimiento. En realidad, si consideramos la voluntad como algo separado que está dentro del hombre, que va a lo suyo, que se deja aconsejar por otras partes de la naturaleza del hombre aunque también actúa con completa independencia cuando se le antoja si vemos la voluntad en esta forma, estamos muy, pero muy lejos de la realidad. Hacemos en realidad de algo que llamamos la voluntad una pequeña personalidad separada ; rompemos la unidad de la personalidad del hombre. De hecho, no existe eso que se llama voluntad como algo aislado de los demás aspectos de la persona. Lo que llamamos voluntad es la persona toda en cuanto toma decisiones.
Con respecto a la Persona infinita, Dios, en ciertos aspectos importantes no podemos hablar de la misma forma en que lo hacemos de las personas finitas. Con todo, en su caso al igual que en el de las personas finitas que El ha creado, es siempre cierto que cuando quiere hacer algo, lo quiere hacer porque busca ciertos fines. Sus acciones no son el balance casual de algo dentro de El que se puede llamar su: voluntad, sino que son las acciones de la unidad soberana de su ser, y están determinadas por fines elevados y santos.
No quiero decir que cuando Dios quiere hacer algo nosotros podamos siempre ver cuál es el fin que busca. Antes al contrario, en innumerables casos, sólo podemos descubrir que es su voluntad, y esto debería bastarnos. Tenemos la seguridad de que todo lo que hace es con un propósito santo. Este propósito a menudo queda oculto en el misterio de la sabiduría divina. Negarse a inclinarse ante la voluntad de Dios sólo por ignorar el propósito que lo guía es el colmo de la impiedad. Es el pecado de pecados; es carear nuestra ignorancia con la sabiduría y conocimiento infinitos de Dios; es rebelión, orgullo y locura. ¡Que Dios nos libre de pecado semejante!
Con todo, si bien no tenemos derecho a conocer cuales son los propósitos de Dios, El en su maravillosa bondad ha querido alguna que otra vez levantar el velo que oculta sus planes a nuestros ojos. ¡Con qué reverencia deberíamos contemplar los misterios que nos revela tras el velo! ¡Con qué reverencia deberíamos acercarnos al Libro santo en el que se nos revelan dichos misterios !
Hemos hablado de los propósitos de Dios. Los teólogos los llaman sus decretos.
¿Son muchos estos decretos ? Un número infinito, estaríamos tentados de afirmar. ¡Cuántas son las manifestaciones de la bondad de Dios en nuestras propias vidas ! Y cuando pensamos en la vastedad del universo y en las edades sin fin, no podemos por menos que decir que los decretos de Dios no pueden en modo alguno contarse.
Lo dicho contiene una gran verdad; y con todo, cuando consideramos este asunto algo más de cerca y con más profundidad, en un sentido igualmente verdadero podemos decir que los propósitos de Dios, por infinito que nos parezca su número, no son más que un único propósito, no son más que partes o aspectos de un gran plan.
Esto es lo que el Catecismo Menor quiere decir cuando afirma que los decretos de Dios son «su propósito eterno.» No es una casualidad que se emplee la palabra «propósito» en singular. Los innumerables decretos constituyen un único propósito o plan. No son independientes el uno del otro, sino que forman una unidad íntima al igual que Dios es uno.
Caerán en la cuenta de que el Catecismo Menor habla de ese propósito como de un propósito eterno. «Los decretos de Dios,» dice «son su propósito eterno.» ¿ Qué quiere decir con esto ? Bien, quiere decir algo que es muy importante que observemos, algo que pertenece a la entraña misma de lo que la Biblia enseña.
La Biblia habla a menudo de los decretos de Dios como si se sucedieran uno después de otro en orden temporal. En realidad, la Biblia a veces emplea expresiones audaces cuando habla de estos asuntos. Incluso habla de Dios que se arrepiente de lo que ha hecho. Por ejemplo, dice que «se arrepintió Jehová de haber hecho hombre» ; y que «Jehová se arrepentía de haber puesto a Saúl por rey de Israel» . Estos pasajes podrían parecerle al lector superficiales, si los toma aislados, que quieren decir que Dios decreta muchas cosas en momentos diferentes y que los decretos son muy diferentes unos de otros.
Pero esta interpretación sería muy superficial. Cuando examinamos estos pasajes y otros semejantes vemos con claridad qué quiere decir la Biblia. Cuando habla de Dios que se arrepiente de algo que ha hecho, considera la cosa desde el punto de vista de hombres que viven en esta tierra en una secuencia temporal. Dios hace una cosa ahora y otra después. Hizo al hombre, y luego, cuando el hombre hubo pecado, lo destruyó, a excepción de los que dejó con vida. Hizo rey a Saúl, y luego le quitó la realeza. Visto desde la perspectiva de la ejecución de los decretos de Dios, es como si los decretos o propósitos de Dios hubieran cambiado ; y la Biblia así lo expresa con lenguaje sencillo tomado de la vida ordinaria de los hombres. Pero es igualmente claro que la Biblia no quiere indicar que esta forma de hablar haya que tomarla al pie de la letra como si quisiera decir que Dios se sorprendiera de la misma forma en que sorprende un hombre, o como si quisiera decir que los planes de Dios cambian como cambian los del hombre para adaptarse a circunstancias sobre las que no tiene control.
Es posible que se me objete: «Ya vuelven a las suyas, ustedes los pobres creyentes en la inspiración de la Biblia. Cuando encuentran en ella algo que les satisface, insisten en aceptarlo en la forma más angustiosamente literal ; pero cuando hallan algo que no les va tan bien, lo eluden, como en el caso que nos ocupa, diciendo que la Biblia habla en lenguaje metafórico.»
Esta es la objeción. Pero, sepan, amigos míos, que no me hace mella. Creo que tengo una respuesta muy buena para la misma. «Sí,» diría al objetante, «sí tomo algunas cosas de la Biblia en sentido literal y otras en metafórico. Pero tengo motivos para ello. Tengo una forma perfectamente aceptable de decidir qué tomo en sentido metafórico y qué en sentido literal. No es que tome en el literal lo que me agrada y en el metafórico lo que no ; sino que tomo en sentido literal lo que la Biblia presenta en forma literal y en sentido metafórico lo que presenta en forma metafórica.»
Sostengo que la Biblia es esencialmente un libro fácil. Para leerlo el sentido común es una ayuda maravillosa. No olvido que la iluminación del entendimiento que el Espíritu Santo comunica en el nuevo nacimiento es necesaria para que el hombre pecador pueda en realidad comprender el mensaje central de la Biblia; pero a veces siento la tentación de decir que uno de los efectos más obvios del nuevo nacimiento sería la renovación del sentido común en la comprensión de las afirmaciones perfectamente sencillas de la Sagrada Escritura. Por ello opino que si alguien realmente lee con sentido común y buena voluntad esas afirmaciones de la Biblia en las que se dice que Dios se arrepiente de lo hecho y cosas parecidas, no experimentará dificultad ninguna en ver que estos pasajes no hay que interpretarlos en modo alguno en sentido literal y que la interpretación literal de los mismos es una manifestación gravísima de incomprensión y mal gusto.
Ese lenguaje antropomórfico si me permiten emplear una palabra tan larga proclama una verdad importante. Nos enseña que Dios nos trata como nos trataría una persona viva. Sigue nuestras acciones y las circunstancias cambiantes de nuestras vidas, y sus acciones tienen en cuenta el cambio en nuestras acciones y circunstancias. La Biblia lo proclama con el empleo del lenguaje del que hemos venido hablando.
Pero la Biblia también nos enseña en forma bien clara que cuando contemplamos la médula misma de este asunto debemos ver que el propósito de Dios, que se cumple en su trato infinitamente variado con el género humano y con el universo en sucesión temporal, se halla completamente fuera de cualquier secuencia temporal. Para Dios no hay ni antes ni después. El creó el tiempo, en realidad, cuando creó los seres finitos, y el tiempo, al igual que el resto del universo que Dios creó, no es una simple apariencia, sino que existe realmente. Pero para Dios todas las cosas son eternamente presentes.
Por ello el Catecismo Menor tiene razón cuando dice que los decretos de Dios son su propósito eterno. Me parece que este pensamiento penetra toda la Biblia. No queda para nada enturbiado por el lenguaje sencillo y antropomórfico del que acabamos de hablar. A veces aparece con toda claridad, como cuando la Biblia dice en el capítulo primero de Efesios que Dios escogió en Cristo antes de la creación del mundo. Pero lo que debería ponerse sobre todo de relieve es que la doctrina del propósito eterno de Dios es el fundamento sobre el que se basa toda la enseñanza de la Biblia. En la raíz de todos los acontecimientos de la historia humana, en la raíz de todos los cambios que tienen lugar en la vastedad inconmensurable del universo, en la raíz del espacio mismo y del tiempo, está el propósito misterioso y único de Aquel para quien no hay antes ni después, acá ni allá, para quien todas las cosas están presentes y ante quien todo está desnudo y manifiesto : el Dios vivo y santo.
Extracto del libro: «el hombre» de J. Gresham Machen